sábado, 9 de enero de 2010

Últimas crónicas de R. Arlt (1900-1942)


La figura literaria y la personalidad de Arlt son inagotables. Si el espíritu de Arlt tuviera la capacidad de leer lo que se ha escrito sobre su literatura y nada menos que a través de críticos literarios, pienso volvería a tomar la máquina de escribir, tomaría como fuente su memorable texto sobre los críticos literarios de Los Lanzallamas y sería, entonces, menos gentil y condescendiente. Que Ricardo Piglia, como en su momento Beatriz Sarlo, se hayan atrevido a juzgar, como académicos y charlatanes, al más grande escritor rioplatense argentino,  haberle puesto estampillas de su propio peculio intelectual es, en realidad, lo único que fueron capaces de hacer. De todos modos, publicar estos textos es más una fuente de datos para intentar completar la historia del creador de Remo Erdosain, Silvio Astier, el Astrólogo, Hipólita la Coja, etc.
Para disfrute y conocimiento de nuestros lectores editamos esta nota. Que les aproveche y la disfruten. Andrés Aldao

Últimas crónicas de R. Arlt (1900-1942)



El inagotable


Elvio E. Gandolfo


EN PRINCIPIO, el argentino Roberto Arlt publicó en vida cuatro novelas (El juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas, El amor brujo), y dos recopilaciones de cuentos: El jorobadito y El criador de gorilas. En una segunda etapa, tardía en su breve biografía de poco más de cuarenta años, entró con vigor en el ámbito teatral, con obras como 300 millones, Saverio el cruel, El fabricante de fantasmas, La isla desierta, La fiesta del hierro, El desierto entra en la ciudad, alentado por Leónidas Barletta y su Teatro del Pueblo.
Heredero de una durísima infancia, con un padre castigador y terrible, más tarde luchador persistente contra la penuria económica, lector voraz de folletines y libros de Dostoievski, acusado o defendido alternativamente por su supuesta "mala escritura", esa masa de textos literarios y dramáticos le fueron ganando un puesto tan crucial en la literatura argentina que en muchas ocasiones se lo puso en la vereda de enfrente de Borges, con una estatura semejante, o mayor.
Él mismo se jactaba de escribir una literatura intensa como un "cross a la mandíbula", y de haber ido ganando su territorio a base de "prepotencia de trabajo". También de su capacidad profética, ya que su dúo de novelas con Erdosain como protagonista (Los siete locos, 1929 y Los lanzallamas, 1931) dibujaron con precisión el clima paranoico previo y posterior al golpe de Uriburu de 1930, primer sacudón militar de los tantos que se irían sucediendo en la historia argentina del siglo XX.
CERCA DEL INFINITO. La fama masiva que tuvo en vida dependió sin embargo mucho más de sus columnas en el diario El mundo, las muy célebres "Aguafuertes porteñas", cuya recopilación completa se ha subdividido posteriormente en diversas selecciones parciales, a menudo temáticas. La fama que llegó a tener Arlt como periodista fue absoluta: se convirtió en un personaje legendario, casi mitológico de Buenos Aires. Con una oreja impecable, y una capacidad de invención sin fin, registró como nadie antes o después el latir de las calles, su idioma, y también -acaso sobre todo- el modo en que eso repercutía sobre su propia personalidad, una de las más complejas de la literatura rioplatense.
Los temas mezclaban la crítica de los defectos o maravillas numerosas de la gran ciudad, con apuntes certeros sobre figuras o visiones específicas: el solitario que trillaba la calle Corrientes de noche para no volver temprano a la casa donde lo esperaba "la fiera" (su mujer); la intriga ante algunas ventanas con la luz encendida en medio de la noche; la noviecita que maltrata al noviecito a la vista y paciencia de los pasajeros de un transporte colectivo. A eso se agregaron sus informes en serie, muy investigados, sobre trozos enteros de la realidad social en crisis. En ese sentido sigue siendo un ejemplo, a todo nivel, su minucioso informe sobre las estafas y carencias de los hospitales municipales de Buenos Aires, realizado con un médico encubierto que lo acompañó.
Con el tiempo dejó de ser excepcional ver a varias personas que esperaban a Arlt en el diario, para comunicarle lo que deseaban ver registrado en su prosa y con su personalidad inigualable: a la vez fanfarrona y generosa, cálida y escéptica, dramática y cómica. La mayoría de las "aguafuertes" estaban escritas en una clara primera persona, con un lenguaje sometido a presión, que parecía ver acercarse la hora de cierre de la edición, y una capacidad infernal para crear neologismos, usar la repetición como mecanismo, o "enganchar" al lector ya a partir del título.
La cantidad de "aguafuertes" publicada por Arlt tiene principio y fin, desde luego, pero vistas en conjunto, en una lista (como la que compiló Sylvia Saítta al final de su biografía de Arlt: El escritor en el bosque de ladrillos, Sudamericana), parecen infinitas. Trazan una zona de límites a la vez precisos y desdibujados por la cantidad. Con el paso del tiempo pasó a constituir un territorio de interés creciente en la atención tanto de los nuevos lectores que las conocieron en libro como dentro de la crítica, académica o no. Lo mismo ocurrió con su primera novela, El juguete rabioso, relato de iniciación duro, veloz, que insistió en ser rescatado por las nuevas generaciones sucesivas de narradores argentinos. Y que incidió en las minuciosas lecturas que hicieron de él críticos como Ricardo Piglia.
DESPUÉS DEL VIAJE. En 1930 Arlt viaja a Uruguay, Brasil, Colombia, las Guayanas. Cuando vuelve, se va a la Patagonia, que lo impacta tanto por el paisaje como por la vida dura de sus habitantes. Esos trayectos se van pagando, en sentido literal, por las "aguafuertes" que va enviando. Cinco años después, en 1935, se hace realidad un sueño: el viaje a España (cercana a la Guerra Civil) y África. La puesta en contacto con esos nuevos mundos fue a la vez excitante y abrumadora. La experiencia recogida era tan distinta que la iba manejando haciendo paralelos con lo que ya conocía. La marca que dejaría el viaje en su sensibilidad sería mayor.
Cuando al fin estuvo de regreso, dejó de escribir sus "Aguafuertes porteñas". Tal vez influido por su experiencia teatral de ese momento, hizo un primer intento de recalar en la sección de cine, que hacía el entonces famoso crítico Calki. Citado por Saítta, Calki cuenta el aterrizaje de Arlt en su sección, mandado "desde arriba", y con su característica insolencia: "Mirá, (...) vengo a ayudarte. Te quedás corto en tus comentarios sobre películas y yo te voy a aportar algo que te puede ser útil". Como era de esperarse hubo roces y la experiencia fue corta. Arlt abundaba en lo que importaba poco, y no respetaba los datos mínimos de la sección. Calki, ante su queja de que solo le da las películas menores, lo manda a ver Mayerling, de Anatole Litok. "Las extensas incursiones de Arlt en el campo de la fidelidad histórica y su absoluto desprecio en considerar a un film como tal, llevaron a Muzio [jefe de ambos] a decirle, después de leer un nuevo comentario: - Largá, Roberto. Volvé a la página seis".
Arlt regresará a esa página, su hábitat, recién seis meses después. En ese período intermedio fallece su hermana Lila, y emprende el montaje de su obra teatral El fabricante de fantasmas. Cuando al fin retorna al periodismo no lo hace a través de sus "aguafuertes". Crea una sección llamada "Tiempos presentes", y más adelante otra, "Al margen del cable", que irá albergando la mayoría de sus textos.
La especialista mexicana Rose Corral compiló casi todas las últimas crónicas de Arlt en El paisaje en las nubes, que lleva como subtítulo, "Crónicas en EL MUNDO 1937-1942". Aunque hay que aclarar de inmediato que ese "casi" representa un libro anterior, también recopilado por Rose Corral, que reúne las crónicas de "Al margen del cable" publicadas en el diario mexicano El Nacional entre 1937 y 1941 (Losada), que no se incluyen aquí. Una vez más, incluso en el terreno muy acotado de cinco años, la totalidad se desdobla, sugiere lo inagotable. Porque el volumen abarca más de 750 páginas de texto abundante, y su variedad es inenarrable.
Los lectores previos de sus "aguafuertes" podrían prever un adelgazamiento de la materia real y porteña observada, penetrada hasta hacerla superar los límites del costumbrismo. Pero lo que ocurre es distinto. Como el orden es estrictamente cronológico, se mezclan una nueva investigación de los hospitales municipales con el estado de conmoción que sufre el centro porteño por la construcción de sus diagonales, por ejemplo. Pero también la inclusión de los momentos vívidos y recordados de su viaje reciente al otro continente, y el tono alternativamente profético, vociferante o con que advierte la cercanía irremediable de una Segunda Guerra Mundial.
Lo más impresionante es la capacidad de Arlt para sacarle jugo al recurso de la lectura de un simple cable. Y su olfato para el título llamativo: "La vida extraña de Lilian Valerie Smith que simulaba ser un coronel británico", "Una herencia y 7.000 pleitantes", "El diablo y yo en el Parque Lezica", "´La culpa es del tocino, amada mía`", "Ocurrió en Samoa", "Batallita naval por un cabaret flotante", "Señores, soy el `doble` de Hitler", "El Tíbet tiene un nuevo Lama", "El truco de la mujer cortada en dos pedazos".
CAJA DE HERRAMIENTAS. El paisaje en las nubes es un libro muy largo, y muy fragmentado. Como sigue encuadernado entre tapas y tiene un peso físico considerable, provoca una cierta aprensión ante su vastedad. Por otra parte, en un segundo momento, el lector se ve sorprendido por la necesidad de seguir leyéndolo, siendo que abandonarlo resulta más fácil que en otros casos. Un puntal clave es lo que Rose Corral subraya en una cita de Arlt, la "fortaleza del estilo". En cada texto, con muy pocas excepciones, se renueva la promesa cumplida de algo que vale la pena leer, y no por razones adventicias (estar enterado, saber cosas raras, incluso ser pedagógico) sino por el mero placer de la lectura de textos cargados de tensión.
Los recursos de ese estilo son decenas. Ya en la primera crónica "Oro negro en Río Cuarto", aparece uno repetido más tarde: el fantaseo a partir de lo real. Con mano satírica, Arlt traza las consecuencias que la nueva riqueza puede traer a los pequeños comerciantes y las calles de la provinciana ciudad cordobesa. En otro caso se trata del salpicado del texto con palabras inglesas: los "ambulance chasers" en "Cazadores de ambulancias". O los "babies" (en vez de "los bebés") en "Las madres del mundo miran y escuchan". En este caso se agregan la repetición, y los diminutivos: "Los babies de todo el mundo duermen en sus cunitas. Los babies de todo el mundo, con sus caritas mofletudas, duermen en sus cunitas mientras las madres, sentadas en la orilla de la cama, los miran dormir". Después viene el contexto: son las madres de la Gran Guerra (la primera), que saben lo que pasará: "Se organiza la campaña `Pro Madres`. Pero las madrecitas permanecen sordas a este llamamiento a la fecundidad premiado con rebajas en billetes de ferrocarril y vales para los cines. Y es que el oído atento de las madres percibe, a lo lejos, el tronar del cañón".
Otro recurso clásico del periodismo, la acumulación de cifras o números, aparece en "No se quede en casa, señor", escrito a partir de un cable que demuestra que las casas pueden ser peligrosas, por la cantidad de muertes que provocan los electrodomésticos. Por descarte, el lugar más seguro serían los ascensores, según se demuestra: "En el edificio de la Chrysler, 32 ascensores en 1936 recorrieron verticalmente 250.000 millas transportando 14 millones de personas con 30 millones de operaciones de abrir y cerrar la puerta. Se produjeron nada más que 18 accidentes". Después llega el remate, mezcla de deducción y chiste malo: "Que sea el ascensor el lugar donde menos accidentes se producen es explicable. Allí es donde menos se vive. Salvo que uno sea ascensorista".
Si Arlt fuera un superhéroe de la escritura, como de hecho lo fue, en el caso de las crónicas bien podría denominarse Multiman. No hay espacio o campo que le sea ajeno. Puede escribir sobre la necesidad de una minería nacional, irse a Santiago del Estero y quedarse un tiempo cubriendo una sequía atroz, exponer el método para elegir un Lama en el Tíbet, revelar la debilidad de la Ley tanto ante el consumo de opio como ante las adivinadoras de un barrio porteño, leer docenas de libros sobre los países que están en guerra. O, más apropiadamente, escribir varias notas acerca de la falta de sentido que tiene cierta escritura (de diarios íntimos, por ejemplo) ante el cambio mundial traído por el despliegue nazi.
Si hay una "fortaleza del estilo" basada en la elección de palabras concretas, fuertes, o de neologismos que a veces bordean la parodia por su intensidad, el otro plano es la imaginación. El cronista aquí imagina no solo diálogos o situaciones, sino un acomodamiento excéntrico de los espacios y los objetos, o la reconstrucción de un paseo de corresponsales extranjeros que termina en tragedia en la España en guerra, o la vida cotidiana de Al Capone. Es algo distinto a la fantasía: la imaginación crea una realidad más convincente que la real. Y a diferencia de otros que han acudido a ella, la imaginación de Arlt, en un número muy elevado de estos textos escritos a pedido y con brevísimo plazo de entrega, queda adherida a la memoria del lector.
Es curioso que la serie menos interesante del volumen sean las crónicas enviadas desde Chile. Allí Arlt se vuelve cauto y totalmente periodista en el sentido convencional del término: reproduce gráficos, se ocupa de recoger "las dos campanas", de distinguir las diversas corrientes ideológicas. Un jefe de redacción no tendría nada que objetar, ni que corregir (como lo hacían a menudo con Arlt). Pero la imaginación verbal, teatral, creativa, brilla por su ausencia. Comparadas con las crónicas típicamente arltianas que las rodean, éstas parecen opacas, desteñidas. "Para eso", piensa el lector, "leo el diario". Leer a Arlt en el diario era muy distinto a leer el diario.
LA HISTORIA DESDE EL SUR. Tampoco se ajustan a lo esperable sus crónicas sobre el estado del mundo. Cuando anuncia la necesidad de parar al enemigo nazi, lo hace con las herramientas del folletín, del "pulp" policial: "Hay que luchar otra vez contra el monumental rodillo del prusianismo en armas que avanza implacable, accionado por el crimen y estimulado por el miedo". A su vez subraya, en otra crónica, la increíble suerte y comodidad de vivir (él y sus lectores) en una ciudad de Buenos Aires alejada de los campos de batalla europeos.
En "¿Qué hacemos con tanto poder y tanta plata?", compara la vida sin brillo de Mussolini y de Hitler con la de los tiranos de la Antigüedad, más agradables a su imaginación. "Este hombre [Hitler], a pesar de ser el dictador más rico de Europa (infinitamente menos rico que cualquier estanciero sudamericano o que cualquier comerciante norteamericano, no fuma, no bebe, no parece aficionado a los placeres del amor, y se alimenta de vegetales. Sus goces son económicos: la política, en la cual se juega la cabeza, y el cinema, que lo distrae de sus trabajos de destrucción". Agrega al que llama "tercer dictador", Stalin, "cuyo sueldo no es mayor que 500 pesos mensuales, (...) que fuma, bebe, tiene hijos y publica libros, cuyos ingresos absorbe el partido". Ante esos dictadores modernos, que palidecen junto a los desbordes de un Nerón, se pregunta retóricamente: "Entonces, ¿para qué el poder, para qué los millones, para qué las víctimas?".
Lo que llama la atención es el título del volumen: El paisaje en las nubes. Nada había más alejado de las nubes que Roberto Arlt. Salvo que pudiera recorrerlas en un cuatrimotor metálico y atronador, rumbo a una aventura o una guerra que pudiera anotar en sus indudables libretitas de aquella época sin grabadores. La incógnita se devela en las últimas páginas: era el título de la nota que quedó en su escritorio cuando lo derribó un infarto a los 42 años. Una historia de inmigrantes de la gran Nueva York. Otra vez un nuevo giro en esta laberíntica serie inagotable.
EL PAISAJE EN LAS NUBES. Crónicas en EL MUNDO 1937-1942, de Roberto Arlt. Compiladas y anotadas por Rose Corral. Prólogo de Ricardo Piglia. Fondo de Cultura Económica. Bs.As., 2009. Distribuye Gussi. 766 págs.
En el laboratorio
Ricardo Piglia
A LA MANERA de los investigadores paranoicos del expresionismo alemán (el doctor Mabuse, el doctor Caligari), Arlt tiene a su disposición hechos y situaciones a los que observa tratando de encontrar los datos que permiten inventariar un mundo nuevo: la utopía subyace en estos textos como el revés perverso del costumbrismo.
La literatura es para Arlt el laboratorio donde se experimenta con las conductas inesperadas y las especies ambiguas, con las partículas y las moléculas microscópicas de la vida social. Sus aguafuertes escritas durante casi veinte años son el archivo de esa investigación biológica-política. Múltiple y maleables, sus crónicas mezclan diagnósticos, pequeños panfletos, microhistorias, futuras novelas, fragmentos de un folletín personal, y extraordinarios registros de lectura.
Pero quizás lo más notable de las crónicas de Arlt es que fueron escritas por encargo. Se publicaron desde el primer número del diario El Mundo; posiblemente se trató de encontrar un lugar para Arlt como redactor especial. Y el redactor se convirtió en la noticia. La consigna era sencilla: Arlt estaba obligado a escribir pero nadie le decía sobre qué. Esta disposición (que dura años) es la base de la forma de sus crónicas y define el género. Arlt actúa como un observador exigido, obligado a encontrar "algo interesante". La experiencia de buscar el tema es uno de los grandes momentos de las aguafuertes. La obligación vacía de escribir les da una tensión de la que, por supuesto, carece el periodismo. Quiero decir, el periodismo busca el dramatismo en la noticia, y las crónicas de Arlt dramatizan la exigencia de escribir, la obligación de encontrar algo que decir. En más de un sentido, el cronista es quien -para decirlo así- inventa la noticia. No porque haga ficción o tergiverse los hechos, sino porque es capaz de descubrir, en la multitud opaca de los acontecimientos, los puntos de luz que iluminan la realidad. En nadie es tan clara como en Arlt la tensión entre información y experiencia. (...) Arlt trabaja con la experiencia pura, busca transmitir el sentido de los acontecimientos. Por eso sus crónicas se leen hoy mejor que cuando fueron escritas. No son escritos periodísticos en el sentido clásico pero son periodísticos porque ofrecen la novedad de una visión.


(Del Prólogo a El paisaje en las nubes).

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