martes, 23 de febrero de 2010

LA HISTORIA DEL BILLAR EN LA ARGENTINA .- SILVIA MARTÍNEZ



BOEDO, TRADICIONAL BARRIO DE BUENOS AIRES FUE, DURANTE VARIAS DÉCADAS, ESCENARIO DE UNA INTENSA ACTIVIDAD BILLARÍSTICA HECHO QUE LE POSIBILITÓ INGRESAR, A NIVEL MUNDIAL, EN LA HISTORIA DE ESTE DEPORTE.
LA HISTORIA DEL BILLAR EN LA ARGENTINA, TRABAJO DE INVESTIGACIÓN DE LA HISTORIADORA Y ESCRITORA SILVIA MARTÍNEZ ES UNA VALIOSA CONTRIBUCIÓN AL CONOCIMIENTO DE ESTA DISCIPLINA DEPORTIVA CUYO DESARROLLO EN ESTAS TIERRAS COMIENZÓ EN EL PERÍODO HISPÁNICO.

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Buenos Aires, Enero de 2010..

Historia del billar en la argentina
345 AÑOS DE BILLAR EN LA ARGENTINA
Por Silvia Martínez

ORÍGENES
El billar no reconoce un origen claro. Se dice que existe una ordenanza de Carlos V “El Sabio” (1337-1380) rey de Francia, suscrita en 1369, que prohibía varios juegos, entre ellos el billar, pese a que él lo practicaba asiduamente en palacio, aunque a diferencia de hoy, lo jugaba sobre el suelo.
La primera mesa de que se tiene noticia fue mandada a construir por Luís XI de Francia (1423-1483), a un ebanista llamado Oliverio Necker, quien la habría fabricado con madera de encina. Uno de sus sucesores, Luís XIII, fue quien permitió a los plebeyos practicar billar, juego hasta entonces monopolizado por las casas reales europeas. Se sabe que Luís XIV jugaba por prescripción de su médico, el Dr. Fagon, que se lo recomendaba para una buena digestión.
Hasta esa época las bolas se impulsaban con la “masse”, especie de taco curvo y ancho en su extremo inferior, muy pesado. El taco actual, mucho más largo y delgado, data de fines del siglo dieciocho.
Hay datos de que algo similar al billar se jugaba en China, mucho antes de la época de los Luises, pero se hacía sobre una mesa con troneras de bronce cincelado que semejaban una mandíbula, y aunque la superficie de la tabla estaba recubierta con un paño algo rudo, las bolas se impulsaban a mano.
Se dice que en Inglaterra se jugaba “pall mall” precursor del billar actual, para el que se utilizaba sólo un taco y una bola, por lo que hay quien afirma que el billar se inició en Inglaterra y se perfeccionó en Francia.
Otra de las cuestiones a dirimir es el origen de la palabra billar. Según la Real Academia Española, deriva de la palabra francesa billiard, que viene de bille que en francés significa bola (sólo de billar o de rodamientos mecánicos). Hay otra teoría según la cual deriva del inglés ball-yard (pelota-patio), pues con ese nombre se conocía un juego practicado sobre tierra, con bolas y un bastón curvo.
Y la última versión, aunque algo rebuscada, es la que dice que todo comenzó con un prestamista de Londres, llamado William Kew. Existían en el frente de su negocio las clásicas tres bolas que identificaban el ramo del local, las que por las noches eran retiradas por Kew como medida de seguridad. Una noche, haciendo tiempo antes de cerrar su establecimiento, Kew puso las bolas sobre una mesa, haciéndolas rodar y entrechocándolas, ayudado por su propio bastón y pronto se percató de que aquél podía ser un buen entretenimiento. Para evitar que las bolas cayeran al suelo, ideó unas bandas de madera que lo impedirían y así nació el juego.
Algunos investigadores han dicho que la palabra deriva de Bill (diminutivo de William) y de Yard porque el palo que usaba Kew para jugar, era una vara que utilizaba en su negocio para medir “yardas”. Y como si esto fuera poco, dicen que del apellido del inventor del juego, Kew , derivó la palabra cue con la que en inglés se denomina al taco de billar.
Hacia 1827, cuando las bolas aún no retrocedían, un parisiense llamado Mingaud, fue preso por razones políticas, en la convulsionada Francia de entonces. Al principio el hombre se aburría, pero descubrió que en la prisión había un billar y pronto se granjeó la benevolencia del director, hasta lograr jugar con él. A partir de entonces, terminó su aburrimiento, entregándose con frenesí al estudio del billar, y allí tuvo la brillante idea de unir un disco de la suela de su zapato al extremo delgado del taco. Esto hizo que el juego tuviese enormes progresos al lograr que la bola retrocediese. El primer jugador en emplear la suela en el taco para las grandes jugadas de efecto, fue el francés Sauret, profesor de billar del Duque de Orleáns.
Un párrafo aparte para las bolas. Hasta mediados del siglo veinte, se utilizaron en todo el mundo las bolas de marfil, pero dado el alto costo de las mismas, se comenzó a emplear la baquelita como pasta sintética y luego la moderna resina fenólica.
Las bolas de marfil se lograban cortando a elefantes de cierta edad los colmillos, y éstos, a su vez, se subdividían en pequeños trozos de 70 milímetros de alto, estacionándolos hasta el momento de tornearlos y convertirlos en bolas de un diámetro máximo de 66 milímetros para la especialidad de casín y de un diámetro entre 61 y 62 y medio milímetros, medida ordenada por la Federación Argentina de Billar, para los torneos oficiales.
Las tres bolas que componen un juego, ya sea de marfil o material sintético, deben tener el mismo peso e igual diámetro. Lo que no pudo ser conseguido igualar en las bolas sintéticas, es el “alma” que posee el marfil, pues no se debe olvidar que este es materia animal, que no “muere” al cortar los colmillos al animal. Por tanto, las bolas están sujetas a los cambios climáticos que accionan sobre ellas, deformándolas y amelonándolas, lo que origina “caídas”, que se producen porque la veta central del colmillo, o sea el corazón de la bola ya torneada, puede estar fuera de su perfecto centro, sin que el torno rectificador pueda hacer nada para solucionarlo.
En países de clima muy seco y frío, como Chile, no se podía usar el marfil, porque se corría el riesgo de que un cambio de ambiente brusco partiese la bola en dos como si fuese una nuez.
Volviendo a los orígenes, digamos que el billar ha sido en sus comienzos un juego de elites. Baste mencionar a Napoleón, que jugaba con su esposa Josefina; Eduardo VII de Inglaterra; Alfonso XIII, compañero de juego de su madre la Reina Regente María Cristina; y ya más democráticamente podemos nombrar a George Washington, que jugaba largas partidas con el Gral. La Fayette mientras éste residió en Estados Unidos. Estas partidas entre ambos, dieron motivo para que desde entonces, existiese un Salón de Billar en la Casa Blanca.
También Abraham Lincoln jugaba regularmente al billar, del que dijo: “Es un juego de inspiración, científico, que proporciona un recreo a todo espíritu fatigado”.
Cabe resaltar también que en el siglo dieciocho, la educación de los Borbones se sostenía en cinco puntos fijos: Política, historia, equitación, armas y billar.
Entre nosotros, podemos citar a los presidentes Avellaneda, Sarmiento y Mitre como grandes aficionados. Bartolomé Mitre tenía incluso una mesa de billar en su casa, donde jugaba asiduamente con su nuera, la Sra. Astengo de Mitre, una de las primeras jugadoras del bello sexo de que se tenga noticia en Argentina. También la hija del Juez Tedín, Ministro de la Suprema Corte, desafiaba a los amigos de su padre que visitaban la casa, ganándoles variadas sumas de dinero gracias a su destreza con el taco.
Por último, para no hacer tan larga la lista de amantes del billar, podemos recordar a Esteban Echeverría, Federico García Lorca y más acá en el tiempo, Roberto Goyeneche, Jorge Salcedo y Adolfo Pedernera.
Obviamente, se trata de un juego ciencia semejante al ajedrez, pero con el agregado de que utiliza todo el cuerpo del jugador por su proyección geométrica, la posición del cuerpo, destreza de los brazos y precisión visual. Actualmente, en Bélgica y Holanda, es materia optativa en el colegio secundario.
En el Buenos Aires colonial
Para conocer los orígenes del billar en nuestro país, debemos bucear en los primitivos y escasos datos que han llegado hasta nosotros a través de viejas crónicas y testimonios de viajeros, algunos de los cuales pueden carecer de la exactitud precisa, pero es todo lo que se sabe hasta ahora.
Se dice que allá por 1610, en lo que es hoy la esquina sudeste de Alsina y Bolívar, se instaló un local, mezcla de café o pulpería, con garito, propiedad de don Simón de Valdez, que era entonces el tesorero de la Hacienda Real. Según el historiador Raúl A. Molina, el tal Valdez era un pillo, contrabandista y traficante de esclavos que instaló su negocio a todo lujo y pronto contó con una selecta clientela que dejaba en las partidas de naipes, dados y hasta ajedrez, fuertes sumas de dinero.
Pero la máxima atracción del local era la mesa de “truque”. Este juego puede llamarse el antepasado más cercano del actual billar en Argentina, ya que se jugaba sobre una mesa especial, con bandas forradas con paño e intervenían dos jugadores con un taco de madera y un bolo de marfil. En la sala donde se jugaba, se contaba con “asiento de tablas, dos bufetes, tres pares de bolas, ocho tacos y seis tableros”, según nos cuenta Molina. La casa de juego estaba construida con material perpetuo, es decir, tejas y ladrillos, puertas y ventanas trabajadas en Brasil y toda ella dotada de un lujo en el que se regodeaban los oficiales reales, hidalgos, funcionarios, maestres y traficantes enriquecidos con el contrabando de esclavos y de mercaderías diversas.
En 1615 don Valdez fue destituido de su cargo por el gobernador, don Hernando Arias de Saavedra, quien, cansado aparentemente de los fraudes que cometía el tesorero, lo envió de regreso a España para ser juzgado por su mal desempeño en la función pública. Pero antes de partir, Valdez tuvo tiempo de vender su establecimiento a un florentino llamado Bacho de Filicaya, un florentino alarife y comerciante en todos los ramos, incluso la trata de esclavos negros. El florentino instaló su garito en una casa anexa al Cabildo y alquilada a éste, según contrato celebrado en 1616 por el término de 1 año, con un alquiler de $ 65 anuales.
Para finalizar la historia de la mesa de “truques”, diremos que la misma fue más adelante confiscada por el Gobernador Jacinto de Lariz, quien era un apasionado jugador y pudo así disfrutar, en la soledad del fuerte, del aristocrático juego.
La siguiente mención del billar aparece recién en 1764, cuando se menciona al Café de la Sonámbula, que dicen debía su jerarquía a su mesa de billar. El juego movía en ese tiempo tanta pasión y tanto dinero en apuestas, que el Virrey Vértiz, en 1799, se vio obligado a reglamentarlo.
Llegamos así a la instalación del célebre Café de Marco. Este comercio, inaugurado en 1801, fue el primero en anunciar su apertura en el “Telégrafo Mercantil” cosa sumamente novedosa en esos años y lo hizo bajo el apelativo de: “Billar, Confitería y Botillería”.
Ubicado en la misma esquina que ocupara la Casa de Truques de Simón de Valdez, contaba con dos mesas de billar, todo un adelanto si lo comparamos con los cafés de Martín, Mestre o Mendiburu, que sólo tenían una.
Frente a la iglesia de La Merced, actuales Reconquista y Perón, se abrió en 1804 el Café de la Comedia, propiedad de Monsieur Raymond Aignasse, un rico comerciante francés, el cual tenía la particularidad de incluir una escuela culinaria para los esclavos de la aristocracia. Lindante con el café, Aignasse construyó, en sociedad con un famoso actor de la época, José Speciali, el Coliseo Provisional, también llamado Teatro de la Comedia, que fuera por muchos años, el único teatro de Buenos Aires.
La sala del teatro comunicaba por una puerta con el Salón de Billares del café, donde los caballeros asistentes a la función, terminaban la velada. Como dato curioso diremos que el Café de la Comedia fue el encargado de suministrar la última cena a los condenados a muerte por el llamado “Motín de las Trenzas” (diciembre de 1811), y que consistió en gallina hervida, puchero de garbanzos, vino carlón, yerba y cigarros. El café de los desdichados fue un obsequio del Café de Marco.
Finalmente, el último de los pioneros es el Café de la Victoria, ubicado en la esquina de Hipólito Irigoyen y Bolívar, frente a la Plaza, que abrió sus puertas en 1820 y cerró en 1879.
Entre los muchos ingleses que viajaban a Buenos Aires en esa época, hubieron varios que dejaron su testimonio sobre los cafés porteños. Así, Alcides d’Orbigny decía en 1836 que “eran malos y concurridos por gente pendenciera”. Igualmente Arsenio Isabelle, en la misma época, los describía como “espaciosos, pero pasablemente malos”. En cambio Thomas George Love, también conocido como John Lacock o Míster Love, en sus memorias sobre Buenos Aires, en 1820, dice que “El Café de la Victoria es espléndido y no tenemos en Londres nada parecido. Como el Café de Marco, el de los Catalanes y el de Martín, este café tiene un amplio patio cubierto con toldos, y la mesa de billar está siempre concurrida y las mesitas rodeadas de gente”.
Y por último, otro inglés, J. A. Beaumont, anotaba en 1828: “Los cafés de Buenos Aires son muy concurridos y todas las noches se reúne en ellos gran cantidad de público a jugar a las cartas o al billar”.
Pasaron los años y las mesas de billar se multiplicaron ya no sólo en los cafés, sino también en casas de familia y clubes aristocráticos, como el Club del Progreso y el Jockey Club. Y es entonces, a fines del siglo XIX, que se inaugura un café que sería cuna de nuestro primer Campeón Mundial de Billar.
Augusto Vergez
Nació en 1896 y a los ocho años ya empuñaba el taco. Don Silvano Vergez, su padre, era dueño entonces del Café Los Pirineos, sito en Esmeralda 492, justo donde ahora está la boca del subterráneo. Era un lugar muy concurrido por gente de la farándula, como Florencio Parravicini y Roberto Casaux, y asimismo era el café preferido por los campeones de lucha libre que actuaban en el cercano Teatro Casino, de la calle Maipú, cuyo espectáculo era muy cotizado en ese tiempo.
“Los Pirineos” poseía dos billares, y debajo de uno de ellos siempre estaba el banquito que utilizaba Augusto para jugar, especialmente cuando los luchadores Paul Pons y Constant Le Marin, figuras de relieve mundial que actuaron bastante tiempo en Buenos Aires, se disputaban el honor de jugar cada tarde con el pequeño Vergez.
En esa temporada de 1904, Parravicini actuaba en una obra en el Teatro Verdi, sito en la calle 25 de Mayo, donde cada noche apagaba de un tiro una vela que sostenía otro actor llamado Lacomette. El acto era muy aclamado, pues a pesar de ser Parravicini un experto tirador, el riesgo era real.
Esto dio lugar a una apuesta: Jugarían una partida de billar Augusto y Le Marin, contra Pons y Casaux, bajo el arbitraje de Parravicini, y el que ganase sostendría esa noche la famosa vela en el teatro. Comenzó la partida y lo cómico fue que cuando Augusto no alcanzaba a realizar la jugada ni con la ayuda del banquito, el gigante Le Marin lo sostenía por los fundillos del pantalón con una mano, y así, en el aire, el niño ejecutaba difíciles carambolas.
De más está decir que esa noche Augusto sostuvo la vela en el desaparecido Teatro Verdi.
Vinieron luego los años de estudio en el colegio Mariano Moreno de Rivadavia al 3500. Alrededor de 1913, cuando era un aventajado estudiante de tercer año, un compañero le dijo que le había concertado un desafío con un alumno de quinto año que tenía ínfulas de billarista. Vergez se resistía a ser mirado como bicho raro y se negó a jugar, pero su amigo había apostado unos pesos a su favor y no podía dejarlo en la estacada.
Cuando la mañana señalada llegó al café con los libro bajo el brazo, creyendo que sólo habría unos pocos compañeros, se encontró con que había tres divisiones enteras ya acomodadas alrededor de la mesa. Mientras tanto en el colegio, el rector, preocupado por la falta de tal cantidad de alumnos, se enteró por un celador de lo que ocurría.
Mediaba ya la partida que Augusto ganaba por marcada diferencia, cuando se presentó en el café el Dr. Derqui, rector del colegio. Desbande general. Sólo quedaron Vergez y su rival para dar explicaciones y el resultado fue un día de suspensión para todos y para los “héroes” diez días, con asistencia a clase. Luego intervino el profesor de Álgebra de Vergez, Sr. Zaldarriaga, quien conociendo al muchacho como excelente alumno, logró que le levantaran la suspensión.
El joven continuó con sus estudios, practicando sólo de tiempo en tiempo, pero aún así, en 1917, jugando con un amigo, marca una serie mayor de 15 carambolas que le reporta el título de Recordman Sudamericano de serie mayor. Este record tuvo por escenario el salón “Dos Mundos” de la calle Paraná.
En 1922 participa en un torneo de tres bandas en “Los 36” de la calle Corrientes (abatido más tarde para la ampliación de la avenida), y lo gana invicto. Se dedica luego a la dirección de su afamado restaurante L’Odeón, de Esmeralda casi Corrientes, que abriera su padre en 1913 y que cerró sus puertas en 1949.
Junto con Juan, su hermano menor, también billarista, adquiere en 1927 el salón “Los 50 Billares” de la calle Carlos Pellegrini, donde se jugaron memorables torneos que tuvieron como protagonistas a los dos hermanos junto a Enrique Navarra, Silvio Rebecchini y Carlos Friedenthal. Eran en verdad un quinteto temible.
Al año siguiente, Juan y Augusto diseñan e inauguran con gran éxito un nuevo salón, el “Odeón”, en Corrientes y Esmeralda, que en su piso bajo tenía una confitería de gran categoría. Allí, ambos practicaban para el primer campeonato mundial de tres bandas que organizaba la flamante Federación Argentina de Billar y que se inició el 18 de setiembre de 1938 en el entonces Teatro Maravilla, sito en Victoria (hoy Hipólito Irigoyen) y San José, que más adelante se llamó “Onrubia” y cayó al fin bajo la piqueta del progreso.
Junto a ellos jugaron Miró y Friedenthal; Zaman, campeón belga; Tiecke, alemán; Iglesias Díaz, chileno; Davin, francés; Silva Correa, uruguayo y Lagache, el campeón mundial.
Augusto Vergez ganó por 15 carambolas y se consagró como el mejor billarista del mundo en tres bandas, invicto, dándole al país el primer campeonato mundial en deporte.
Vergez era un hombre de ciudad, de la ciudad noctámbula de un Buenos Aires muy diferente al de hoy, estaba conformado en la psicología del hombre de café, pero no era un desperdiciador de tiempo, pues no lo perdía alrededor de la mesa de billar y además le sobraba para ir adquiriendo otros conocimientos, otras culturas. Sereno, correcto, sobrio en todas sus expresiones podía encarar los problemas de una jugada con la inteligencia avizora de quien sabe transformar el simple juego en una nueva concepción de belleza.
Café, Bar, Billares
Ya en la década del treinta, todos los cafés contaban por lo menos con una mesa de billar. La gran mayoría de esas mesas fueron retiradas poco a poco por los dueños de los establecimientos en la década del sesenta, debido a las sucesivas crisis económicas que afectaron a nuestro país, ya que entonces era más redituable colocar más mesitas para consumición que “aguantar” a los grupos de aficionados que pasaban horas consumiendo sólo un café, y a veces, ni siquiera eso.
Entonces quedaron sólo los reductos tradicionales y los clubes, último refugio de los amantes del juego. Podríamos agregar que en las últimas décadas los argentinos han debido dedicar muchas más horas al trabajo que al esparcimiento, con lo que el tiempo antes dedicado a “ir al café” fue quedando relegado.
Queremos dejar constancia de algunos lugares que han cobijado alrededor de sus mesas a grandes billaristas desde sus comienzos, y que desgraciadamente ya casi ninguno existe. En el barrio de Flores, cuna de muchos grandes aficionados, estaban: Las Orquídeas en Artigas y Yerbal; el Flores, en Rivadavia y Nazca; La Cosechera, luego Odeón; El Palacio de los Billares, en Yerbal y Artigas. Eran también muy afamados El Alba, en Pompeya; Edison, en Once; El Vasquito, en Chiclana y Virrey Liniers; Pedigree, en Pueyrredón y Santa Fe; El Central, en Venezuela y Bernardo de Irigoyen.
Y los más famosos del barrio de Boedo: El Dante, en Boedo al 700; Petit Munich; Boedo Billar Club y los 20 Billares, también en Boedo al 800.
Ya en la zona centro estaban Los 36 de Corrientes; Los 36 de Cochabamba y Entre Ríos; el Club Ebro, en Corrientes frente al teatro Astral; Richmond Florida y Richmond Buen Orden; Café La Paz en Corrientes y Montevideo; los 36 Billares de Avenida de Mayo; El Tortoni; el Galeón y el mítico Club Callao, de Callao 11 al que nos referiremos más adelante.
Había otro espacio aparte de los cafés, donde se practicaba el billar con mucho entusiasmo, y eran los clubes de fútbol. Racing, Gimnasia y Esgrima La Plata, Boca Juniors, River Plate, Independiente y Huracán, entre otros, tenían mesas de billar que vieron nacer a varios campeones de las distintas especialidades y sus derivados: esnoquer, casin, bochetas y carolina. También el Club Español y el Club Italiano fueron refugio de los aficionados.
Sirva esta breve enumeración como agradecido recuerdo a todos esos nombres ya olvidados y sin los cuales no hubiera podido el billar argentino alcanzar los más altos puestos en el mundo.
Nace la Federación Argentina de Billar
Don Juan Carlos Basavilbaso fue el fundador y director de la revista “Billar” cuyo primer número salió a la calle el 1º de agosto de 1925. Dedicado al billar desde 1918, llegó a ser profesor y director de la sala que había en el subsuelo de Avenida de Mayo y Carlos Pellegrini, llamada Colón.
El tema principal de la revista era el relativo a la necesidad de la fundación de una entidad directriz del juego. Basavilbaso opinaba que era imposible el progreso de la actividad sin una dirección adecuada. Logró al fin la primera reunión de los hombres más importantes del deporte, el 21 de enero de 1926 en el salón de actos de Última Hora, en Esmeralda 173.
Allí se nombró una comisión provisoria presidida por J.C. Basavilbaso, para que convocara a Asamblea General, la que se llevó a efecto en el salón de actos de “La Razón” el 8 de febrero de ese mismo año.
De allí surgió la primera comisión Directiva de la Federación Argentina de Billar presidida por el Dr. Juan Carlos Ávila y como vicepresidente Juan Vergez, prematuramente desaparecido.
Pese a los esfuerzos de sus integrantes, hubieron grandes lagunas de inactividad, hasta que en 1937, estando en la Argentina el fuerte aficionado español Raimundo Vives, que organizara el billar en Barcelona y Madrid, Basavilbaso encontró el aliado indispensable para la definitiva consolidación de la Federación. Así, el 20 de mayo de 1937, en una reunión realizada en el bar “Los 36” de Cochabamba y Entre Ríos, se lograba el intento que había de ser definitivo, ya que la entidad dirigió desde esa fecha los destinos del billar argentino, colocándolo al tope del concierto mundial en ese deporte.
En 1938 el secretario de la Federación, don Pascual Germino, tuvo la brillante y audaz idea de solicitar a la Unión Internacional de Amateurs de Billar, con sede en Francia, autorización para organizar un campeonato mundial de tres bandas. Germino contó desde el primer momento con el apoyo moral y material de los hermanos Vergez, y juntos hicieron realidad la temeraria empresa que culminó, como ya vimos, con la obtención del primer puesto a manos de Augusto Vergez.
Desde esa fecha hasta 1945, año en que falleció, Germino fue primero elegido Presidente de la Federación y luego reelecto en ese puesto siempre por unanimidad. Bajo su presidencia, la Federación vio aumentar el número de sus afiliados, llegando en 1950 a cuarenta y ocho entidades, entre las que se contaban las más importantes del país. Siguiendo con la relación de los logros de la Federación, digamos que el 18 de setiembre de 1941 se jugó en el club Huracán el primer Campeonato Sudamericano de cuadro 45/2. Ganó Juan Navarra, José Bonomo fue segundo y el tercer puesto lo ocupó Pedro L. Carrera. Un dato curioso en relación con ese torneo: Huracán había ofrecido su sede de la avenida Caseros al 2800 con muy buena voluntad, pero en el momento de instalar las dos mesas de billar necesarias, se dieron cuenta que no había espacio suficiente para ellas. La solución fue derribar una pared en la cancha de pelota donde se jugaría el campeonato para lograr así el lugar necesario y desde entonces la cancha tiene casi el doble del largo reglamentario.
Poco a poco la actividad fue elevando su nivel cultural, dejando atrás la cantina y el café para ubicarse más cerca de los clubes importantes y de las casas de familia, hasta que en 1942 la Confederación Argentina de Deportes reconoció al billar como deporte y le concedió la respectiva filiación.
A partir de entonces se organizaron junto con la Federación Uruguaya de Billar los Campeonatos Rioplatenses de Tres Bandas, que la Argentina ganó por tres años consecutivos adjudicándose en consecuencia la copa en disputa (1944/45/46).
En 1947, tras la muerte de don Pascual Germino, asumió la presidencia de la Federación Argentina de Billar don Enrique Faragasso, quien logró que se organizara un nuevo Campeonato Mundial de Tres Bandas en la Argentina, pero esta vez el cetro quedó en manos del belga René Vingerhoetd, ocupando José Bonomo y Augusto Vergez el segundo y tercer puesto, respectivamente.
Ese mismo año habían viajado a Chicago, Estados Unidos, Ezequiel y Juan Navarra, donde el primero ganó invicto el Campeonato Norteamericano, seguido por Juan, pero ambos quedaron en segundo y tercer lugar al jugar por el Campeonato Mundial y ser derrotados por el legendario Willie Hoppe.
A raíz de esta actuación de los hermanos Navarra en el mundial de Chicago, la Unión Internacional de Billar, con sede en Francia, declara a los billaristas argentinos profesionales, debiendo abstenerse en el futuro de participar en torneos amateurs. Existía ya el antecedente de 1947, cuando había tenido problemas Pedro Leopoldo Carrera por haber jugado un match en París con el brillante profesional francés Roger Conti, especialista en cuadro, de resultas de lo cual la Unión Internacional lo castigó con una suspensión de un año por haberse enfrentado a un taco profesional, a lo que Carrera contestó que daba por bien perdido ese lapso, ya que la enseñanza recibida durante el match, valía mucho más.
El gran suceso del año 1949 resultó ser el match jugado por Ezequiel Navarra y el Campeón mundial Willie Hoppe en el mes de junio, que se comenzó a jugar en el Casal de Cataluña y culminó en el Luna Park, habiendo convocado en nueve noches más de 45.000 aficionados que ovacionaron a Navarra al vencer al viejo campeón en 1500 carambolas con el excepcional promedio de 1.23.
Enrique Navarra
Debemos aquí retroceder en el tiempo y volver por un instante al 7 de octubre de 1905, año en que nace Enrique Navarra. Pocos meses después de cumplir los diez años, sus padres lo enviaron a pasar unos días a la casa de su tío Ezequiel quien tenía una mesa de billar en su domicilio familiar. Don Ezequiel era profesor de billar y aspiraba a ganar el campeonato argentino, por lo que cuando queda libre de su trabajo como instructor del juego en el café que poseía en Entre Ríos y Alsina, en los bajos de la Sociedad Española de Socorros Mutuos, se encerraba a entrenar en su cuarto.
Su sobrino pasa esas tardes de vacaciones sentado muy quietecito en el bar, observando el juego de los parroquianos, hasta que una tarde, al ver al sobrino prestando tanta atención, el tío le da el taco, diciéndole: “Prueba, a ver si haces una carambola”. El chico toma el taco, se inclina sobre la mesa, mira las bandas, tira y ... carambola. “Puede ser casualidad”, comenta el tío, un poco impresionado por la naturalidad y seguridad con que tiró el niño. “!Prueba otra vez!” . Lo mismo que antes: tranquilo, seguro, como si hubiera nacido con el taco en la mano, Enrique tira y ... ¡carambola! Luego otra, otra y otra más, ¡ocho carambolas seguidas!
Para don Ezequiel es la revelación: El niño tiene condiciones innatas para el juego. A partir de entonces, lo entrena hasta ocho horas diarias, sin que Enrique pierda nunca la serenidad. Cinco meses después, es presentado en los cafés, batiendo a todos sus rivales.
La noticia cruza el río y lo convocan para desafiar a Jacinto Vargas, veterano Campeón uruguayo. Enrique viaja con don Ezequiel, y juega encaramándose a un cajón, ganando tres de los seis matches. Al finalizar el último partido, Vargas declara al público que se apiña en el café, frente a la plaza Independencia, en Montevideo: “Amigos míos, miren bien a mi pequeño adversario, porque dentro de dos o tres años, a lo sumo, lo tendremos convertido en Campeón del Mundo¡” . El tiempo confirmó el vaticinio de Vargas, pero sólo se equivocó en un detalle: la fecha.
Después de Montevideo, Enrique participa y gana varios torneos, pero al cambiar los pantalones cortos por los largos, se produce un fenómeno inexplicable: Pierde su seguridad anterior y se convierte en un manojo de nervios. Recién a los diecinueve años, después de un tremendo desgaste físico y mental, se consagra Campeón Argentino de cuadro 45/2.
El triunfo le destroza los nervios y lo postra en cama semanas enteras. Maldice el día que sostuvo un taco en sus manos por primera vez y renuncia al billar. Pero pasados unos años sus primos Navarra lo chucean para que vuelva a competir, y cede. Vuelve a entrenar y en 1937 es Campeón Argentino de Carambola Libre ... y otra vez en cama con el sistema nervioso hecho trizas. “¡Al que me diga que vuelva a jugar, le pego dos tiros!” , se le escucha decir, furioso.
Pero el tiempo trae el olvido y la tentación vuelve a ganar: En 1948 gana el Campeonato Argentino de Tres Bandas y en 1949 el Campeonato Sudamericano de la misma especialidad. Y otra vez cama y nervios. Ese año 1949 se entera que se seleccionará al mejor jugador para acompañar a Pedro L. Carrera en la lucha por el mundial de tres bandas que se disputará en Europa. Y esta vez él mismo resulta ser su mejor médico, al autoconvencerse de que es preferible la derrota, a quedarse inmóvil como simple espectador.
Y en menos de dos meses de entrenamiento, el milagro: ¡Enrique Navarra, Campeón del Mundo de Tres Bandas!
Veamos un poco lo que le sucedía a Enrique y que también afectara más tarde a su primo Ezequiel: El “trac”. Es conocido el trac que afecta a los actores y cantantes, ese temor inexplicable a no poder salir a escena, y el que aterroriza a los billaristas es muy similar.
Este consiste en una inhibición que aparentemente es física, pero sólo es el resultado de reflejos nerviosos del cerebro. La palabra trac, extraída del francés, equivale a miedo, emoción, inquietud. Monsieur Barantiére, una de las glorias del billar de Francia, lo definió como “el suplicio de la silla”. Consiste en un trac pasivo, pues ataca al jugador mientras espera que su rival termine la serie, y el que lo sufre pasa instantes cerebrales caóticos que en la mayoría de los casos se traduce en espasmos que atacan al brazo derecho y no lo dejan actuar libremente.
El padre de Navarra había comprado en 1922 el salón 20 Billares, de Boedo 787 y allí el joven Enrique fue maestro de casi toda la muchachada del barrio, entre ellos alguien que también llegaría lejos en la actividad: José Bonomo, que perdió el primer puesto en el Mundial de Tres Bandas de 1948 por una carambola, frente a René Vingerhoetd y fuera más tarde director de billares del Boedo Billar Club y del café Dante, ambos en el barrio de Boedo, y además inauguró con Enrique el mítico Club Callao.
En 1926 comenzó a concurrir al Club del Progreso, donde su tío Ezequiel era profesor de la sala de billar y pronto se convirtió en el niño mimado de los aficionados que frecuentaban el distinguido club, con los que jugaba memorables partidas. Una de ellas fue con el Cónsul argentino don Miguel A. Molina, a quien le dio una ventaja de 500 en 1000 en cuatro series de 250 carambolas. El match se jugó en una mesa histórica: la preferida de Bartolomé Mitre, Nicolás Avellaneda y Domingo F. Sarmiento. Por supuesto, ganó Enrique, y el Cónsul dijo: “Es más grato perder ante Navarra que ganarle a cualquier otro.”
Enrique Navarra cumplió en 1943 su serie mayor al Cuadro 45/2 durante un entrenamiento en la famosa mesa 4 del Club Callao. Jugó una hora y veinte minutos hasta llegar a las 726 carambolas, errando la siguiente más por cansancio que por otra cosa, ofreciendo a los presentes una verdadera cátedra de billar.
El Club Callao había sido arrendado por Enrique y su hermano Atilano al no poder reflotar comercialmente los 20 Billares de Boedo. Se trataba de un local muy grande que había estado desalquilado durante mucho tiempo en Callao 15.
Eran años de crisis e incertidumbre económica, pero cuando en marzo de 1936 abrió sus puertas, el éxito se vio asegurado desde el primer día, por lo que de inmediato se configuró un club de billar que se denominó Callao. Este, junto con otros tres clubes, fueron los miembros fundadores de la Federación Argentina de Billar que hasta hoy rige el deporte en nuestro país.
Navarra presidió el Callao durante muchos años, a partir de 1941, siendo su secretario el dirigente y periodista Silvio E. Martínez, gran amigo suyo y responsable, según Lita Navarra, de que Enrique continuara jugando. Lita se desesperaba ante las crisis de nervios de su esposo, pero era su infatigable admiradora, y su presencia era infaltable en los torneos que jugaba Enrique.
La carrera de Navarra se vio coronada en 1953, al ganar el Campeonato Mundial de Tres Bandas, pero también cuentan en su haber tres títulos Sudamericanos, tres Premios República Argentina en Tres Bandas de 1949/53/55 y un Premio República Argentina de Carambola Libre en 1956, e incontables torneos menores. Vale la pena mencionar que Lita atesoraba en su casa 40 medallas de oro, 15 de plata, 15 trofeos, 20 pergaminos y más de 10 plaquetas que daban fe del billarista excepcional que era Enrique Navarra.
Los hermanos Navarra
Don Ezequiel Navarra nació en 1883 en Santa Lucía, viejo barrio de Montevideo. Se radicó en Buenos Aires a fines del siglo XIX y con el correr de los años se estableció con un Bar y Billares en Canning (Scalabrini Ortiz) y Ribera. Allí, sus pequeños hijos tuvieron amplio campo para sus incursiones billarísticas, pero don Ezequiel, que había sido profesor de billar del Ambos Mundos y del Oriente, no se acostumbraba a la rutinaria tarea del bar, por lo que pronto dejó el comercio y volvió a dedicarse a enseñar y a la compraventa de billares y accesorios, a la vez que cuidaba de cerca la formación de su sobrino Enrique, de su primogénito Juan, de 12 años y de Ezequiel, de 9.
El mayor de los hermanos ganó ese año su primer Campeonato en Villa Crespo, ante el asombro de los rivales por la seguridad del niño. Pero la pasión de Juancito era el fútbol. Jugó en la 4º división de Boca Juniors e integró el cuadro de Floresta Juniors con el que fue Campeón de Liga Independiente en 1930. Pero el golpe descalificador de un adversario le ocasionó la rotura de un tobillo, lo que unido a la prédica de don Ezequiel, acabó por enfriar su entusiasmo y volver al billar.
Ambos hermanos, dirigidos por su padre, ofrecieron exhibiciones en cafés y clubes, asombrando a los billaristas porteños y fueron creciendo al mismo tiempo que la Federación Argentina de Billar, que también comenzaba por esos años a regir los destinos del deporte.
Los Navarra actuaron en torneos oficiales a partir de 1940, Juan en Tres Bandas, Cuadro y Libre, y Ezequiel sólo en Tres Bandas. Juan ganó en 1941 el Campeonato Sudamericano de Libre jugado en Huracán, del que ya hemos hablado y poco después igualó la marca continental de 552 carambolas al Cuadro 45/2 que poseía su primo Enrique.
Ezequiel era un fenómeno, pero con poca suerte para lograr los primeros puestos, hasta que en 1945 logró vencer a Pedro L. Carrera en un match amistoso que tuvo su revancha recién 10 años más tarde, como veremos más adelante.
La noche del 18 de setiembre de 1941, cuando Juan ganó el Sudamericano, Ezequiel tomó el taco, mientras su hermano recibía las felicitaciones de los amigos, y enhebró dos series de 300 carambolas, que por una errada, no fue un nuevo record. Si hubiese practicado el Cuadro con igual dedicación que las Tres Bandas, hubiese llegado a ser otro Roger Conti.
En 1945 surgió a las lides el hermano menor, Enrique C., “Quito” para la familia, quien un año más tarde ya jugaba en 1ª y fue Subcampeón Argentino en Tres Bandas y Subcampeón Sudamericano en Chile, en el campeonato ganado por su primo Enrique. Pero a pesar de su formidable pegada ambidextra y su amor por las Tres Bandas, Enrique C. ha encontrado en la Fantasía su verdadero campo. Su extraordinaria habilidad para las “cosas raras” que se pueden hacer con un taco y tres, cuatro, cinco o 10 bolas, unida a su destreza manual y su gran simpatía, provoca risa y asombro por igual en sus sorprendentes exhibiciones.
La temporada de 1947 fue la última en que actuaron Juan y Ezequiel en el país, ocupando los primeros lugares del Campeonato de ese año. A fines de ese año viajaron a Estados Unidos y allí, en febrero de 1948, Ezequiel se consagró Campeón Nacional de ese país, con Juan en el segundo puesto y Willie Hoppe en el tercero. Disputado luego el Mundial, también en Chicago, vuelve a coronarse campeón el veterano Willie Hoppe, siendo Ezequiel el subcampeón, seguido por Juan.
A raíz de esta actuación, la Unión Internacional de Billar los declaró jugadores profesionales, como ya hemos visto. Ezequiel fue un gran billarista que ya a los nueve años, ante un desafío de su padre tomó el taco y realizó 200 carambolas sin interrupción, por lo que don Ezequiel resignó sus ambiciones personales y se dedicó exclusivamente a entrenar a su familia. También posee Ezequiel un record de velocidad: 500 carambolas en 17 minutos ante el campeón español Raimundo Vives.
Algo más que atañe a los hermanos Navarra. El 17 de octubre de 1951 se iniciaron en Argentina las emisiones de televisión, maravilla que los porteños sólo podían ver a través de las vidrieras de los comercios que vendían artículos para el hogar y que exhibían los flamantes televisores encendidos, para atraer la atención de los posibles compradores. La programación de las primeras semanas de transmisión consistió casi exclusivamente en la proyección de películas y algún que otro programa en vivo, los que tenían una duración de pocos minutos. Uno de esos programas, emitido el 2 de noviembre de 1951, consistió en la transmisión de una exhibición de billar que estuvo a cargo de los hermanos Navarra, siendo árbitro de la misma el dirigente de la Federación Argentina de Billar, Silvio Eduardo Martínez.
Nace la Asociación Mundial de Billar para Profesionales
Un grupo de aficionados - algunos de ellos ex dirigentes del billar amateur argentino -, resolvieron en 1954 crear una entidad para encauzar y regir la rama profesional del deporte. El primer esfuerzo de la Asociación fue la concreción del Campeonato Mundial de Profesionales de Tres Bandas, que se jugó en Buenos Aires en octubre de 1954, con la participación de los estadounidenses Harold Worst, Ray Kilgore, Welker Cochran y Ray Miller; el mejicano Joe Chamaco y la japonesa Masako Katsura.
Los argentinos Juan y Ezequiel Navarra, favoritos del público, resultaron segundo y tercero, respectivamente, ocupando la japonesita el cuarto lugar. El torneo fue ganado por Harold Worst, de 27 años, a quien se conocía en su Chicago natal como “el niño maravilla”, veterano de la guerra de Corea pese a su juventud.
Este brillante campeonato se desarrolló en el estadio Luna Park, con gran concurrencia de público, el que alentó no sólo a los billaristas locales, sino también a la encantadora Masako, que atrapó tanto las miradas masculinas por su brillante actuación, como la de las numerosas damas presentes por sus elegantes vestidos.
Ezequiel Navarra dio la revancha a Pedro L. Carrera por aquel único match jugado por ambos en el Casal de Cataluña en abril de 1945, del que resultara ganador Ezequiel, recién 10 años más tarde. Pudieron volver a cruzar tacos en 1956, porque después de muchos años de amateurismo, Pedro había decidido pasar al profesionalismo para ampliar su campo de juego. Hablaremos ahora de él
Pedro Leopoldo Carrera
Alrededor de 1932, Pedro Leopoldo Carrera era uno de los buenos aficionados que hacía sus prácticas en el viejo 36 Billares de la calle Corrientes y a pesar de su dedicación, no podía pasar de un promedio de ocho o nueve, es decir, de un jugador de segunda categoría. Estaba por “colgar el taco” cuando don Antonio Pisto, veterano profesor, le propuso practicar con él para que aprendiera lo que más le gustara de su juego.
Al poco tiempo, Pedro hacía promedios de 20, es decir, había duplicado su capacidad como jugador. La confianza ganada, unida a sus naturales aptitudes, hicieron que aflorara en él ese billarista exquisito que logró, a lo largo de su carrera, récords absolutos, como el del año 1942, cuando hizo una serie de 1000 carambolas en cincuenta minutos, en la sede del Racing Club, institución a la que representó por muchos años.
Muchacho del interior, había llegado desde su Tres Arroyos natal a los 15 años, enviado por su familia para estudiar. El compás de espera entre clase y clase, lo llevó un día a entrar en un café cercano y ahí, frente a un paño verde y a ese andar de las bolas, que parecen tener vida propia cuando el taco las impulsa, allí, nació el campeón.
Ya en 1939 gana el Campeonato Argentino de Libre y en 1944 logra el Campeonato Argentino, en la Federación de Box de la calle Castro Barros, nada menos que sobre Augusto Vergez, quien fue a partir de entonces, su padrino. Muchos lo hemos escuchado a Vergez decir que Pedrito representaba para él, el hijo que nunca tuvo.
En 1946 gana el Tercer Campeonato Rioplatense disputado en Uruguay, y en 1947 y 1949 se corona campeón Argentino de Carambola Libre. Llega 1950 y el 8 de junio se adjudica en Madrid, el 14º Campeonato Mundial de Libre y en diciembre del mismo año gana el Campeonato Sudamericano de Carambola Libre que se jugó en el Casal de Cataluña.
Vuelve a ganar el Campeonato Argentino de Cuadro 47/2 en agosto de 1951 y en noviembre de ese año se adjudica el Campeonato Mundial de Cuadro 47/2 disputado en los salones de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires. Revalida en 1952 el título de Campeón Argentino de Cuadro 47/2 en el salón La Argentina, y el de Campeón Argentino de Tres Bandas, en el Casal de Cataluña.
La novedad técnica de ese último campeonato fue que en las mesas de juego se colocó un sistema de calefacción por el método de rayos ultravioleta, que mantenía la pizarra y las bandas a una temperatura uniforme de 30 grados, lo que hacía que éstas resultaran más “blandas y elásticas”, con beneficio para el ángulo y la velocidad, sin perjudicar el mueble ni el caucho, ya que no era una calefacción directa ni con resistencias eléctricas, como antiguamente se había ensayado en Francia.
Y llegó octubre de 1952, en que frente a un Luna Park colmado de aficionados (12.000 personas, record en ese deporte), Pedro Leopoldo Carrera se coronó Campeón Mundial de Tres Bandas.
Jugó mejor que nunca, marcando un promedio general de 1.070 y volvió a lucir con prestancia el blanco clavel en la solapa de su smoking. También en ese torneo fue un factor importante la temperatura uniforme de las mesas, sin esa terrible humedad que perjudicaba tanto a los jugadores.
Para no perder la costumbre, marca un nuevo record en la provincia de Tucumán, donde se entrena para el Campeonato Argentino de Libre, haciendo 1.453 carambolas en dos horas de juego. Reconquista también ese título nacional con una marca general de 147,66, otro record para su carrera.
Viaja en junio de 1953 a España, y allí, en la ciudad de Vigo, conquista el Campeonato Mundial de Carambola Libre que ya obtuviera en 1950, y como decía un versito de esos días: “Llevó el título a exhibir, entre campeones ilustres, y con él supo venir, después de sacarle lustre”.
En mayo de 1954 gana el Campeonato Sudamericano de Libre, disputado en el Salón Príncipe George, en Buenos Aires. El piso de la sala carecía de la firmeza necesaria para nivelar correctamente las mesas, pero igualmente Carrera impuso su maestría y ganó. Un mes más tarde recupera el Campeonato Argentino de Libre que se juega en el Casal de Cataluña y que había perdido a manos de Enrique Navarra, quien resulta en esta ocasión, subcampeón.
Un nuevo Sudamericano de Cuadro se juega esta vez en Brasil, en agosto, y otra vez Pedro Carrera se queda con el título. Un detalle de este torneo de San Pablo, es que jugaron con bolas de material sintético, a las que no estaban acostumbrados nuestros billaristas, que preferían las de marfil, pero igualmente su depurada técnica se impuso frente a sus rivales.
El Campeonato Mundial de Billar Completo (Nuevo Pentatlón) se juega en noviembre de 1954 en el Salón Príncipe, de Sarmiento 1230. Las cinco especialidades eran: Libre, Cuadro 47/2, Cuadro 71/2, Una Banda y Tres Bandas.
Nuevamente Carrera resultó vencedor, ubicándose Enrique Navarra en el segundo lugar. Pocos meses después de este triunfo único en la historia del billar, Pedro decidió ingresar a las exiguas filas del billarismo rentado. Y decimos exiguas porque en ese entonces sólo dos figuras argentinas actuaban en ese lote: Ezequiel y Juan Navarra.
Carrera argumentó que al haberse clasificado Campeón Mundial en Libre, Cuadro, Tres Bandas y Pentatlón, ya no lo quedaba nada por lograr en el amateurismo, y que además era el único camino para enfrentarse en un match con Ezequiel, único billarista en ese momento, capaz de igualar sus hazañas.
Para cerrar este capítulo dedicado a nuestra máxima figura, digamos que ganó el título en 31 oportunidades, entre ellas 5 Campeonatos Mundiales, 3 Campeonatos Sudamericanos y 23 Campeonatos Argentinos y había en su historial 81 récords en promedios particulares, generales y de serie mayor.
Lo que se dice, un gran campeón.
La Mujer y el Billar
Hace muchos años, existió en Buenos Aires el Club Argentino de Mujeres, que contaba en sus salones con una mesa de billar donde practicaban muchas de sus asociadas, pero ninguna de ellas se atrevió a romper las barreras sociales de entonces y enfrentarse con un oponente masculino.
Es sabido que muchas damas de la sociedad argentina eran amantes del billar, pero jugaban sólo en la intimidad de sus hogares, muchos de los cuales contaban con una sala de billar perfectamente equipada.
No sucedió lo mismo en otros países. En Francia, Inglaterra y España se han jugado matches internacionales y Holanda tuvo durante años la Campeona Mundial de Carambola Libre, con un promedio envidiado por muchos varones.
La más famosa ha sido casi con seguridad la japonesa Masako Katsura. Esta delicada criatura que nos visitó en ocasión del Campeonato Mundial de Tres Bandas realizado en el Luna Park en 1954, comenzó a jugar a los catorce años por consejo médico. Ganó numerosos torneos en Estados Unidos, donde se radicó al contraer matrimonio con un militar norteamericano. Alguien que la vio jugar en ese Mundial de Argentina, asegura que ella concentraba todas las miradas, al moverse como una exótica flor oriental, trasplantada al duro asfalto de la avenida Corrientes.
Lo cierto es que su cuarto puesto, detrás de Harold Worst y los hermanos Navarra, habla por sí sólo de la estupenda jugadora que había detrás de la frágil Mujercita.
Pero no sólo las mujeres billaristas merecen que se las nombre y recuerde. En nuestro país, cuna de jugadores brillantes, hubieron siempre mujeres que acompañaron a sus maridos en las interminables noches de torneos, devoradas por los nervios, en silencio, pudiendo dar escape a sus emociones sólo en el aplauso que premiaba una tacada especial o el éxito de una carambola difícil.
Todas ellas, sentadas en un palco del Casal o en los salones de Gimnasia y Esgrima, el club Español, el Italiano y tantos otros lugares, la mayoría de los cuales ya no existen, merecen que se las nombre, aunque sea por única vez y en homenaje al apoyo que siempre brindaron a sus hombres: Lita Navarra, You-You Vergez, las esposas de los tres hermanos Navarra, la esposa de Carrera, que por vivir en Azul con sus pequeños hijos, no le era fácil acompañar siempre a Pedro; y también las esposas de algunos dirigentes de la Federación Argentina de Billar, como Taca, Maruja, Magdalena, Cachi, Matilde, Delia y tantas otras que se alegraban o entristecían, según el derrotero seguido por el caprichoso marfil sobre el paño verde.
Conclusión
Habría mucho más por decir acerca del billar, pero hasta aquí llegamos, habiendo abarcado 345 años de la actividad en nuestro país. Nos hemos referido principalmente a la llamada Epoca de Oro: 1935 – 1955, tratando de dejar constancia de los principales hitos que lograron nuestros más afamados jugadores.
Sería injusto no nombrar, aún sin dar detalles, a algunos de los que también hicieron la historia del billar en la Argentina, a pesar de no haber alcanzado el máximo nivel. Recordamos y agradecemos entonces a: F. Canitrot, C. Friedenthal, J. Bonomo, E. Miró, A. Piscitello, R. Accatti, O. Berardi, O. Lauletta, M. López, E. Débole, N. Esper, y E. Belmaña, entre muchos otros.
El billar fue símbolo de una época, aquella en la que Buenos Aires contaba con un café cada pocas cuadras y la muchachada de entonces hacía de ellos su parada habitual para terminar la noche, y también antes de salir para la milonga sabatina.
Quizá por eso cuando vemos alguna vidriera de bar donde aún se lee “Café, Bar, Billares”, se nos enciende la melancolía, y la nostalgia nos hace escuchar, a pesar del silencio, el fantasmal entrechocar de las bolas de marfil sobre un desaparecido paño verde.
SILVIA NORA MARTINEZ

Bibliografía y Fuentes

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GESUALDO, Vicente: “De Fondas, Cafés, Restaurantes y Hoteles en el Antiguo Buenos Aires”. Todo es Historia No. 220, p. 10. 1995
GOMIS, Pedro: Historia del Billar. Barcelona, España. Editorial Juventud. 1952
GRANDES PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA: Hernandarias de Saavedra, 1999, Editorial Planeta
LOMUTO, Jorge: Los Secretos de un juego de Ciencia y Exigencia”, Revista El Arca No. 58/59, Año 15, Buenos Aires, Mayo 2006
MARTINEZ, Silvio Eduardo: ABC del Billar, Mundo Deportivo No. 31, Editorial Haynes, 1949
MARTINEZ, Silvio Eduardo: Archivo Personal
MOLINA, Raúl A. : Hernandarias, el Hijo de la Tierra, Buenos Aires, 1948, Editorial Lancestremire
ROCCA, Edgardo: Cafés de la Ribera, Entorno e Influencia, en Buenos Aires, los cafés, 1999, Librerías Turísticas
SCENNA, Miguel Angel: Los Cafés, una Institución, Todo es Historia No. 21, 1977 

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