jueves, 24 de junio de 2010

Poemas y pentagramas

La música popular uruguaya
como vehículo difusor de la poesía



La poesía, en su forma ortodoxa de llegar al público, parecería, según algunas expresiones, viene cayendo en desuso. Además de los problemas económicos de las editoriales, esa expresión es más que relativa, a la luz del sinnúmero de publicaciones en formato de revistas, desplegables o plaquetas literarias, que difunden la creación de los nuevos poetas, o aquellos que no ingresan al círculo, siempre reducido, de las editoriales.
En Uruguay, desde su génesis como nación, la poesía ocupó su papel difusor de los devenires del hombre y su tiempo. Trovadores a la vieja usanza de los medievales, recorrían la campaña, guitarra en mano, entonando los primeros poemas que pretendían exaltar el ser nacional, y tener al tanto al incipiente público de los avatares políticos o revolucionarios.
Bartolomé Hidalgo (1788-1823), padre de los poetas tradicionalistas orientales, sobresale con sus cielitos, alentando al gauchaje en la lucha independentista. Esa impronta dejada por Hidalgo superó los parámetros de la lucha revolucionaria, llegando incluso a nuestros días, y limando esa frontera entre los “poetas mayores” y los populares. Los ejemplos sobran a este respecto, ya que el mismo Hidalgo fue recreado por Alfredo Zitarrosa, un poeta con la capacidad de convertirse en “mayor” y que prefirió musicalizar sus textos para llegar al público. A su vez, otros poetas que no transitan el nativismo, en cierta medida se denuncian sucesores de Hidalgo al optar por diferentes caminos además del libro para “conquistar” nuevos públicos. Serafín J. García, y Fernán Silva Valdés, por referirnos a poetas de neto corte gauchesco, hasta Líber Falco, Idea Vilariño, Mario Benedetti o Mauricio Rosencof, han sido, y siguen siendo llevados al pentagrama.
Es decir, el “consumo” de poesía mediante su musicalización no es novedoso en Uruguay.
Dos motivaciones fundamentales inspiran este trabajo: la estrecha relación entre la poesía y la música; y las vías alternativas por la que el público accede a ella.
Lejos queda la afirmación que sentencia la muerte de la poesía. Muy por el contrario, el público contemporáneo “consume”, en una medida significativamente mayor sonetos, rimas y cuartetas, de poetas populares de los cuales la crítica literaria debería ocuparse en profundidad.
Evidentemente que la relación entre poesía y su musicalización radica en la sonoridad implícita del texto, más allá de la ajustada rima a la que pudiera haberla ceñido el poeta, está también en esas palabras, que a decir de Julio Cortázar tienen cierto color, y una sonoridad especial, que las hace atractivas.
Por otro lado, en este tiempo donde predominan los medios masivos de comunicación, y donde indefectiblemente todo lo relativo a las expresiones artísticas pasa por ellos, el público accede a la poesía por diferentes vías.
Popularmente se divide a los poetas en “mayores” y “menores”, de acuerdo a su opción por la palabra escrita, o por los que las musicalizan. Mundialmente conocida es la conjunción entre un “poeta mayor” como Antonio Machado y uno “menor” como Joan Manuel Serrat, o la dupla que realizaran Jaime Roos al musicalizar los poemas de Mauricio Rosencof en el disco La Margarita. La pregunta sería: ¿cuál es la diferencia entre un poeta “mayor”, y poetas como Silvio Rodríguez, Alberto Cortés, o Alfredo Zitarrosa..?

Los poetas cantores
Poemas para ser leídos, o para ser cantados, que en algunos casos fueron ajustados al tiempo musical por parte del propio autor, como en El Sur también existe (de Mario Benedetti y el catalán Joan Manuel Serrat), o la musicalización posterior que el dúo Los Olimareños realizó de Hombradade Serafín J. García; entre otros.
Esa impronta dejada por Bartolomé Hidalgo pautó la posterior creación y la difusión de poetas, tales como Fernán Silva Valdés, Serafín J. García, Víctor Lima, Rubén Lena, entre otros.
Bartolomé Hidalgo con sus gestas patrióticas, Serafín J. García inmerso en la poesía gauchesca de corte social, Mario Benedetti y sus temáticas sociales y con aristas de crítica política, entre otros; todos apuntando a llegar al mayor número posible de lectores, o de oídos donde dejar el mensaje de sus versos.

Poetas musicales
Dentro del folklore uruguayo, que a partir de la década del ‘60 se autodefinió como “canto popular”, la poesía giró en torno a los temas más cercanos al hombre. Historias como la de Pueblito Zequeira,de Tabaré Etcheverry. Letras que podrían catalogarse en un juicio apresurado como sencillas, reflejando las vicisitudes de sus habitantes.
Figuras, a estas alturas míticas, se erigieron en esa década: Víctor Lima, Aníbal Sampayo, Tabaré Etcheverry, Alfredo Zitarrosa, Rubén Lena, Osiris Rodríguez Castillo, entre otros, surgieron al espectro musical y poético reflejando el sentir de la sociedad uruguaya.
Con la reincorporación democrática del país, el retorno de estos tótemes significó una muestra palpable de la idolatría profesada por el público a sus poetas. Los Olimareños, a su regreso al país en 1985, cantaron ante 50.000 personas en el Estadio Centenario de Montevideo, en una lluviosa noche. Algo que en principio podría catalogarse como la necesidad de expresión ante tantos años de libertades censuradas, pero que ante el coro del público con el nítido recuerdo de las letras de las canciones, es una pauta más que fehaciente de la necesidad de una poética propia que establece un diálogo entre el autor, el intérprete, y el público.

Zitarrosa, canto mayor
Alfredo Zitarrosa (1936-1989), es el cantor más importante que ha dado el folklore uruguayo, admirado y discutido como todos los personajes que sobresalen del común. “Nací el 10 de marzo del ‘36”, dijo alguna vez, “fecha de la cual no tengo recuerdos, al contrario de lo que decía Vallejo en algún verso sobre su muerte física”.
Reflejando su casi irónico modo de ver las situaciones que conforman el vivir, y que reflejó en una estructura poético-musical particularísima, y monolítica desde sus primeros discos.
“Zitarrosa siempre fue, para mí, un ser hamletiano”, afirma Washington Benavides, opinión que compartimos ante las declaraciones del cantor: “No me tolero el goce a menos que lo sienta legítimo, a menos que sea bajo el sol y a la luz de la verdad”.
Crítico despiadado de su obra y de su tiempo: “si alguien conoce el secreto / supongo que me dirá / por qué donde falta el pan / siempre sobran los decretos” (“Milonga más triste”).
Creando su poética sobre esas bases, evidenciándose la dureza de la autocrítica que lo convirtió en un cantor exigente con su trabajo, y un fino poeta donde muchas veces la rima está en la entonación más que en la métrica de los versos.
Todas estas características influyeron, e influyen aún hoy en cantores y autores, que encuentran en él la fuente de inspiración, el mojón casi obligado. Incluso El Cuarteto de Nos (grupo musical que cultiva el rock, que nada tiene que ver con el folklore uruguayo), en su disco Otra Navidad en las trincheras dedica su trabajo a Alfredo Zitarrosa, e incluye un tema: “Zitarrosa en el cielo”.
Resulta un lugar común decir que las milongas ocuparon un espacio importantísimo en la discografía y la creación de Zitarrosa. Así como también los temas relacionados con los amores contrariados, los desencuentros, y las pasiones imposibles. Temáticas cuasi obsesivas del poeta y del cantor, ya desde su primer disco Canta Zitarrosa (1966), evidenciando esa veta que explorará a lo largo de toda su carrera discográfica, hasta su último trabajo, compartido con Héctor Numa Moraes (Sobre pájaros y almas). Al igual que el amor.
Zitarrosa aborda el amor desde la veta más íntima del ser, abandonando ese carácter casi telúrico y cursi que otros poetas han adoptado, o harto repetido como el de los malos boleros, donde la pasión amorosa se impregna de la sangre en una copa rota, o las traiciones rubricadas con la muerte. El amor es más intimista, más humano.
Desprovisto de toda esa tragedia melodramática que atraviesa casi todas las expresiones musicales, con sus idas y venidas, con sus consabidas ausencias y nostalgias. “Si te vas, / quiero verte partir, / saber que te has ido; / sin adioses el amar y el morir / nunca son olvido” (“Si te vas”).
“Stefanie”, una de sus composiciones más conocidas y celebradas, “es una canción de amor”, expresa Zitarrosa, “pero alude al hecho mismo de que la prostitución, en el mundo capitalista es, en todo caso, nada menos que el resultado de la explotación del hombre por el hombre, no obstante es una canción de amor, al ser humano, no a la prostituta, a aquella mujer con la que uno pudo o no tener una relación sexual, pero sí una relación de afecto, nacida a partir del reconocimiento de que se trata de un ser humano que también es capaz de amor”.
Los pájaros, una temática casi inusual para un cantor popular, son una recurrencia desde las primeras composiciones de Zitarrosa, hasta ese último trabajo que resultó de edición póstuma, marcando desde la carátula misma esa temática alada que persiguió al autor por toda su creación. Más propio para un autor musical de raíz folclórica hubiera sido hablar de caballos, las desgastadas imágenes de taperas semiderruidas, o los duelos criollos cuasi borgeanos que pretenden limpiar el honor del personaje y que reflejan una realidad prehistórica. Aunque tampoco esquivó las temáticas tradicionalistas, o de corte histórico, Zitarrosa opta por otro camino. “La próxima canción la cantará el pueblo”, expresó alguna vez, “si cree que está bien. Nosotros los cantores tenemos que cantar lo que el pueblo siente”.
Sus pájaros están presentes quizá por ese espíritu libertario (como era común decir en la época pre y pos dictadura), por ese amor hacia el pensamiento sin rejas, que lo llevó a un exilio que lo desgarró. Otro elemento extraño, si se quiere, y que se le sumó al ya muy personal atuendo del cantor (riguroso traje negro, corbata, y cabellos engominados precediendo a los guitarristas en una actitud gardeliana), es su composición “Milonga por Beethoven”. Sin dudas un caso extraño en el cancionero nacional, y posiblemente la única composición con base netamente popular, donde se le rinde tributo a un compositor de la denominada “música culta”: “poco supo del buen amor / buscó compañera y halló / sólo alguna flor, / rococó. / Tuvo la bandera y honor / sólo su sordera lo amó”.
Música y texto compuesto a la par, consiguiendo, según Washington Benavides “insólitas rimas” con irregularidades en la métrica del texto que se acopla con los tonos que la música le va dando. “En este grupo se inscriben la mayoría de las zambas iniciales que compuso Zitarrosa”, agrega Benavides. “Pero en este mismo grupo aparecen obras definitivas, como ‘El violín de Becho’, donde el poeta recurre a los pareados para componer un inolvidable retrato poético del músico amigo, con imágenes que estarán entre los mejores logros de la canción y la poesía uruguaya”.
“Nosotros los cantores tenemos que cantar lo que el pueblo siente y nos equivocamos muy a menudo, especialmente cuando nos sentimos la vanguardia”, expresó Zitarrosa refiriéndose al canto como intérprete de la realidad, “la vanguardia es la clase obrera. No somos creadores, somos recreadores de lo que la gente siente y piensa, prendiendo el fuego, arreglando un zapato o creyendo en Dios sin razones suficientes, pero hasta por necesidad de sentirse un hombre entre los hombres”. Y ese pueblo, el 17 de enero de 1989, cuando el poeta y el cantor pasaba a ser recuerdo, “llevaban tu muerte allá adelante” parafraseando a José “Pepe” Guerra, “sin más señas que el dolor que los unía. Cosa seria”.
En las paredes se leyó “El violín de Becho está llorando y nosotros también”, por esas manos anónimas hacia quien iba destinada la poesía y la pasión de Zitarrosa. “No llores, canta”, fue otra de las frases repetidas en los muros montevideanos, o un sugestivo “hasta luego Alfredo”, entre flores y guitarras.

Viglietti, un cantor para leer
Daniel Viglietti (Montevideo, 1939) se nutre del folklore tradicional, asumiendo una propuesta académica, como pocos, pero no exento de la sensibilidad popular. Algo que lo convierte en una extraña y atractiva mezcla de poeta depurado y cantor popular. Algo que incluso ha llevado a algunos críticos a comparar su propuesta musical y poética con la impuesta al tango por Astor Piazzolla, o como lo afirma Elbio Rodríguez Barilari: “Después de Gardel (Viglietti), sigue siendo el músico uruguayo más conocido por el mundo”. Con una marcada posición política de izquierda, reflejada en sus textos. Si bien la ideología política de Viglietti puede o no ser compartida, la estructura de sus textos lleva al reconocimiento, ante la belleza poética-musical. Inclusive las composiciones “panfletarias” como “El Chueco Maciel” o “A desalambrar”, tienen la belleza rotunda de texto y música que aplasta cualquier argumento de sus detractores. “Te contaré una historia / amarga o más. / Te la canto por eso / y que caray. / Era Van-Dig la aldea / allá en Vietnam. / Era, digo, una escuela, / no digo más. / Vinieron por el aire, / vuelo mortal. / Quedó sólo un cuaderno, / no digo más” (“Dinh-Hung, Juglar”).
Contemporáneo al nacimiento del “canto popular” y sus cultores más destacados, a diferencia de ellos, Viglietti fue tomando diferentes elementos hasta conformar un estilo para nada convencional para los cánones folclóricos en su sentido más ortodoxo.
“A fines del ‘60 es todo un guitarrista”, agrega Rodríguez Barilari. “Lo recuerdo siendo todavía un niño, en un concierto del Centro de Protección de Chóferes haciendo Milán, Sor, Bach, Villa Lobos...”.
En su última visita a Mercedes, en una rueda informal entre amigos, tras su concierto, nos contó de sus primeros años de guitarrista junto a su padre, haciendo tangos en las fonoplateas radiales. Todo ello confluye en su propuesta musical y poética, convirtiéndolo en un cantor para leer.
A diferencia de sus contemporáneos, las letras de Viglietti se develan en la intimidad de la lectura, en tanto sobre el escenario, el ritmo de música y texto permiten otra lectura a profundizar al leer el texto.
Quizá por ello su producción no es para nada profusa, aunque sus discos son vendidos por miles. “Soy lento”, nos dijo ante la casi exigencia sobre una producción discográfica mayor (el trabajo anterior a Esdrújulo —1993—, es A dos voces, junto a Mario Benedetti, grabado entre 1985 y 1987). Una lentitud influenciada quizá por la meticulosidad de sus textos.
Esdrújulo es el más claro reflejo de esa conjunción entre el guitarrista y el poeta, donde confluyen la música antigua y la milonga, sus fuentes, que por evolución, o nuevas premisas, le han llevado a virar en algo la estructura de sus poemas. Nos encontramos con un Viglietti menos directo, donde la sutileza juega un papel preponderante en la seducción del público. Un trabajo rotundo en conjunto, con temas tales como “Canción para armar” de una sutileza tal que ni por asomo se acerca al golpe bajo al abordar un tema tan atroz como la tortura: “...la cabeza bajo el agua / como un pez de branquia rota / te recorre hasta la infancia / te encapucha la alegría / no esperaba esto que espero / de codos bajo la noche / en el día lastimado / nadie sabe qué le espera”.
Esa confluencia entre las diferentes tendencias musicales que conviven en la creación de Viglietti y los estilos más tradicionales de este suelo, se reflejan en “La llamarada”, por ejemplo, cuando el poeta canta “El sueldo de un pión carrero / nunca se debe aumentar, / pa que valore el dinero / y no aprenda a malgastar. / Los piones, dijo el dotor, / no son hombres delicaos, / a ellos no le hace el dolor / porque están acostumbraos”; con una base rítmica poco tradicionalista para el lenguaje utilizado.
“La canción de Trilce” (su hija), es un exponente de la fusión de un texto, si se quiere pueril, con una musicalidad difícilmente igualable: “tan chiquí / tan chiquita que es la tierra / si la mi / si la miran desde el sol / tan chiquí / tan chiquita que es la infancia / cuando vi / cuando vino se escapó”.
Algo que en otros autores se trasunta en una conjunción entre un texto sencillo y una base rítmica de corte tradicional, y que en Viglietti se colma de timbres musicales emparentados con la sonoridad del idioma y su métrica.

Rubén Lena, el color oriental
Cuando Rubén Lena (1925-1995) compuso “La Uñera” no podía imaginarse que se convertiría en el inicio del renacimiento de la música popular uruguaya. En esos años, la difusión del folklore se circunscribía a las composiciones argentinas (Atahualpa Yupanqui, Los Fronterizos, Los Chalchaleros).
Rubén Lena, uno de los iniciadores de la música popular uruguaya en su estructura actual, conocía las composiciones del salteño Víctor Lima y “los tres o cuatro tonos que sabía de la guitarra”. Ello sumado a una especial sensibilidad poética, sirvió como activador de la creación de uno de los más prolíficos autores uruguayos, que si bien se ciñe a las estructuras del criollismo, no se ató a ella, componiendo incluso temas carnavaleros, sones y serraneras. Su viaje a Venezuela en 1959 por motivos de su profesión de maestro, fue otro detonante: “yo había llegado a Venezuela y traía la intención de hacer canciones, porque a nosotros, como país, nos faltaba una identidad en ese aspecto, que se me había revelado sintiendo cantar a los compañeros de estudios de 21 países latinoamericanos durante ese año de convivencia”.
Cuando por una radio escuchó a Los Olimareños cantar “La Uñera” tuvo esa convicción: “no había casi canciones y había que hacerlas, no había por lo tanto un público para eso que no había sido hecho, y había que crearlo. Los cantores estaban con sus gargantas jóvenes, vehículos de expresión de dos excelentes personas en formación. La cuestión era poner en movimiento los sueños”, explicaría dos décadas después. Posteriormente Lena sería la siquis que Los Olimareños plasmarían en las grabaciones, una tercera voz no audible que dio estilo y personalidad al dúo.
Nacieron así temas que hoy resultan imprescindibles al realizar un racconto del canto popular, como “La Ariscona”, “De Cojinillo”, “Noche noche”, y el que se convertiría en un himno popular: “A don José”.
En Lena el criollismo y la tradición se redimensionan, se expanden como la simpleza del hombre de campo, no exento de sabiduría. La poética de Lena no escapa a los devenires más simples del ser humano, y las angustias más universales. “Mis canciones tienen versos de valor universal y definitivo, para siempre, pero el valor de esos versos no lo es. Son ocasionales. Claro está, tiene un valor afectivo que cuenta, y mucho para mí...”, dijo alguna vez con su particular modestia.
La simpleza en “El niño enfermo”, acosado por la fiebre y la tos: “Las pobres puertas no quieren / dejar al viento pasar... / Y en la alta noche una madre / oye al niño delirar. / —Los caballos, los caballos / me miran de la pared; / tienen los labios resecos / mamita que tienen sed...”. O letras cargadas de ironía, como “Boca de Tormenta”: “Cosa fiera que sería / sentir a un cantor cantar / cantar montao a caballo / rodeao de perros cantar. / Cantar con la lanza al brazo / calzoncillo y chiripá / bigote amarillo de humo / de tanto y tanto pitar, / con china en las ancas / y que supiera montar, y que terminao el canto / bajo un aplauso cerrao / se desarmara el caballo / por ser de cartón pintao”.Poética que pasa por “El cuello de botella”del hombre común con sus problemas y sueños: “El cuello de botella / el corredor del diablo / viene abriendo la noche / como en exhibición / el cuello de botella / en toda circunstancia / es como el fin de mes...”.

Espejo de la sociedad
En el canto popular uruguayo, e implícitamente la poesía, confluyen en esa mezcla: el criollismo, la murga, las nuevas tendencias musicales y poéticas (Jaime Roos se define como un rockero que fusiona diferentes ritmos “a la uruguaya”); y por supuesto el tango, que es toda una mezcla en sí mismo. El reflejo socio-cultural-político confluye en esta propuesta poética, en una lista que resulta en exceso extensa, y que abarcaría a todos, o casi todos sus exponentes. Desde Alfredo Zitarrosa con su canto netamente oriental que metamorfosea el idioma, pasando por Daniel Viglietti y las metamorfosis y fusiones entre el idioma y la música, que se repite en Jaime Roos, y con un sentido “más paisano” se refleja también en Rubén Lena, Aníbal Sampayo y tantos otros.
Por otro lado, y en lo estrictamente poético, efectuar una reseña de autores resultaría por demás acotada ante la vastedad de poemas para ser cantados, lo que popularmente se denominan canciones. Estas canciones, despreciadas por parte de los críticos literarios, han sido dejadas de lado junto a esos poetas muchas veces intuitivos, y otras tantas actuando a sabiendas, buscando llegar a un público más vasto.
En virtud de todo esto preferimos mostrar tres patas de una mesa que desde ya decimos se presentará renga ante la profusión de grabaciones y textos. Parafraseando a Rubén Lena, habrá que escribir esas críticas que valoricen a estos autores, los definan (con todo lo subjetivo que tienen las críticas), y a la vez nos identifiquen.
Evidentemente que hablar de poesía musical uruguaya y no hacer mención al tango, el candombe y la murga, es un olvido más que notorio, pero entendemos que son tendencias que no reflejan al Uruguay en su conjunto. La murga, nítida expresión cultural uruguaya, herencia española que satiriza la actualidad, nacida de los estratos sociales económicamente más humildes, en la actualidad se presenta dividida entre Montevideo y el resto del país. Notoriamente diferenciada en su propuesta escénica y de textos. En las murgas del mal llamado interior (la pregunta sería si Montevideo está en el exterior uruguayo), la calidad de sus textos difiere de las capitalinas, así como las formas de interpretación y planteamiento escénico.
El candombe, por influencia de la raza negra es un exponente más bien de la capital, dándose sólo algunas muestras en pocos departamentos del país.
El tango, debido a diferentes razones, tiende a convertirse en una expresión musical étnica, más que en el espejo de una cultura. Refleja una sociedad anterior, dibuja una realidad, que si bien en algunos textos denota actualidad, en nada expresa los devenires del ser humano de las ciudades uruguayas, y sus personajes son más bien un híbrido porteño-montevideano. Además, fueron escasos, y hasta tímidos los intentos del canto popular de sumar al tango a los ritmos interpretativos.
Aplacadas las pasiones políticas, tras que el país se reincorporó a la vida democrática, el canto popular fue dejando de lado ese perfil de protesta y ganó en diversidad temática y musical.
Esa ruptura llevó a las nuevas generaciones a abordar diferentes temas de corte social, algo que hasta entonces estaba reservado al criollismo, irrumpiendo Jaime Roos con “Los Olímpicos” planteando la problemática de aquellos que partieron en busca de otros horizontes económicos.
El poeta norteamericano Ezra Pound decía que la poesía estaba más cerca de la música que de la literatura, por las correspondencias de sonoridad entre ambas. Trabajo más que arduo será pues, decodificar a estos autores que, por pequeñeces o mezquindades, a lo largo de la historia han sido relegados y menospreciados, cuando son ellos los que verdaderamente llevan la belleza de la poesía a todos los seres sin distingos.

sábado, 12 de junio de 2010

Considerado por algunos "El día del escritor" (13 de junio) y tomado como referencia Leopoldo Lugones, diría que éste sería el último nombre que tuviese tan importante reconocimiento. Si es para la Argentina el nombre de Roberto Arlt tendría prioridad absoluta. y si fuera para el Río de la Plata, sin dudar caería del estanto el nombre de Juan Carlos Onetti. Para aprovechar la ocasión de que en Artesanías hemos publicado un cuento épico e histórico sobre Evita (ELLA), inédito durante cuatro décadas.Andrés Aldao

Juan Carlos Onetti: sabemos lo que cuesta ser feliz


Iván de la Torre



El cuento sobre Evita, "Ella" (1953), apareció recién cuatro décadas después. Allí Onetti teñía el cadáver de verde y lo hacia desaparecer en un fulgor siniestro. "Ahora esperaban que la pudrición creciera, que alguna mosca verde, a pesar de la estación, bajara para descansar en los labios abiertos"

A mi padre, que también lo supo y nunca dejó de ocultarlo.

Juan Carlos Onetti
 nació el 1 de julio de 1909 en Montevideo, Uruguay. "Yo fui un niño conversador, lector y organizador de guerrillas a pedradas entre mi barrio y otros. Recuerdo que mis padres estaban enamorados. Él era un caballero y ella una dama esclavista del sur de Brasil".
Su relación con la literatura se iniciaría tempranamente: "Yo me hacía la rabona... y me encerraba en el museo Pedagógico que tenia una iluminación pésima. Y me tragué todas las obras de Julio Verne... Claro, mi familia creía que yo estaba en la escuela o en Liceo." No tardó en intentar él mismo escribir: "Por lo que recuerdo fue a los trece o catorce años, a raíz de un ataque de Knut Hamsun que me dio". A los 19 años funda una revista, La tijera de Colón, en Villa Colón, ciudad cercana a Montevideo. La revista, que editaba en colaboración con dos amigos, tuvo siete números, desde marzo de 1928 hasta febrero de 1929, y contó con cinco narraciones "reconocidas" por el mismo Onetti como propias: "La derrota de don Juan", "Crónica de unos amores románticos", "David el platónico", "Una tragedia de amor" y "El hombre del tren".

Ese mismo año (1929), desiste de viajar a la Unión Soviética para atestiguar cómo se construía el socialismo. La razón: su primera y única entrevista con el embajador de dicho país.

Buenos Aires-Montevideo: es tiempo de abrazar
En 1930 contrae matrimonio con una prima hermana, María Amelia Onetti, y decide probar suerte en Buenos Aires. En ésa, su primera etapa bonaerense, intenta (con nulo éxito) vender máquinas de escribir Víctor. Lo ayuda entonces Conrado Nalé Roxlo ofreciéndole trabajo como cronista cinematográfico deCrítica.

En 1931 nace su primer hijo, Jorge. Al año siguiente comenzó la génesis de su primer y ya reconocida novela. "
En aquel tiempo fue cuando comencé a escribir. Trabajaba en una oficina ubicada en un sótano. [...] La verdad es que el tabaco fue la causa de todo. Habían prohibido la venta de cigarrillos los sábados y domingos. Todo el mundo hacia su acopio los viernes. Un viernes me olvidé. Entonces la desesperación de no tener tabaco se tradujo en un cuento de 32 páginas, que escribí ante la maquina de un tirón. Fue la primera versión deEl pozo".

En 1932 participa del concurso de relatos organizado por 
La Prensa con "Avenida-de-Mayo-Diagonal-Avenida-de-Mayo", que será seleccionado como uno de los diez mejores presentados al certamen. Onetti diría refiriéndose a él: "James Joyce a pesar de que todavía no habia descubierto el monologo interior".

En 1934 se produce su encuentro con 
Roberto Arlt, narrado años después por el propio Onetti en su prólogo a una edición italiana de Los Siete Locos: "En aquel tiempo, yo padecía en Montevideo una soltería o viudez en parte involuntaria. Habia vuelto de mi primera excursión a Buenos Aires fracasado y pobre. Pero esto no importaba en exceso porque yo tenia 25 años, era austero y casto por amor, y sobre todo, porque estaba escribiendo una novela "genial" que bauticé Tiempo de Abrazar y que nunca llegó a publicarse, tal vez por mala, acaso, simplemente, porque la perdí en alguna mudanza. [...] Harto de castidad, nostalgia y planes para asesinar a un dictador, busqué refugio por tres días de Semana Santa en casa de Italo Kostia. Me quede tres años [...] "

La entrevista con Arlt fue inolvidable: "
Me estuvo mirando, quieto, hasta colocarme en alguno de sus caprichosos casilleros personales. Comprendí que resultaría inútil, molesto, posiblemente ofensivo hablar de admiraciones y respetos a un hombre que siempre estaría en otra cosa [...] Arlt abrió el manuscrito con pereza y leyó fragmentos de páginas, salteando cinco, salteando diez. De esa manera la lectura fue muy rápida. Yo pensaba: demoré un año en escribirla. Sólo sentía asombro, la sensación absurda de que la escena hubiera sido planeada. [...] Finalmente Arlt dejó el manuscrito: [...] si estás seguro de que no publiqué ningún libro este año, lo que acabo de leer es la mejor novela que se escribió en Buenos Aires este año."

Sin embargo la novela nunca llegó a publicarse íntegramente; sólo apareció un fragmento llamado 
La total liberación en el diario Crítica. Ese mismo año, Onetti contrae matrimonio con María Julia Onetti, hermana de su ex-esposa.

Poco tiempo después logró publicar un cuento en la prestigiosa sección literaria del diario 
La Nación, dirigida por Eduardo Mallea: "El obstáculo" (6 de octubre de 1935). Al año siguiente publica en el mismo diario "El posible Baldi" (20 de septiembre de 1936) y escribe un extenso relato, proyecto de novela que nunca publicará: "Los niños del bosque".

En estos primeros tres cuentos de madurez 
("Avenida de mayo"/"El obstáculo"/"El posible Baldi"), ya están los registros de toda la ulterior obra onettiana, cada vez mas compleja en su composición, pero siempre fiel a la persona que los va realizando.

Marcha: ¿hay una literatura uruguaya?
"¿De Marcha que querés que te cuente ahora? Que para sacar el primer número me pase 48 horas parado en el taller [...] Quijano va a pensar que digo esto quejándome." J. C. Onetti
En 1939 se funda en Montevideo el semanario Marcha y Onetti es invitado por su director, Carlos Quijano, a ocupar la secretaría de redacción; puesto que luego fue ampliado gracias a la iniciativa del propio Quijano: "a quien se le ocurrió, haciendo numeritos, que yo destinara el tiempo de holganza a pergeñar una columna de alacraneo literario, nacionalista y antiimperialista claro. Recuerdo haberle dicho, como tímida excusa, desconocer la existencia de una literatura nacional [...]". Así nació Periquito, el Aguador [seudónimo utilizado por Onetti en sus criticas]"

Desde su columna, proclamó la necesidad de renovación de la cultura uruguaya en general y de la literatura en particular, a través del lenguaje y de la búsqueda de nuevos temas. "
Hay un solo camino. El que hubo siempre. Que el creador de verdad tenga la fuerza de vivir solitario y mire dentro suyo. Que comprenda que no tenemos huellas para seguir, que el camino habrá que hacérselo cada uno, tenaz y alegremente [...] en definitiva, lo que necesita la cultura rioplatense. Una voz que diga simplemente quiénes y qué somos."

Paralelamente a su tarea critica, deberá realizar esfuerzos extraordinarios para completar los números semanales y así cumplir con los lectores: "
Yo era secretario de redacción. No tenía mas remedio que terminar tal día. Los jueves malditos tenía que estar Marcha lista. Entonces lo que no habia yo lo ponía, a veces con discrepancias de Quijano que me decía <>, son fragmentos de la novela tal de Johny Dolter, o cosas así. Qué iba a decir. Cayó en mis manos, lo leí, me gustó mucho. No le iba a decir a Quijano que lo había inventado yo."

A pesar de todo su trabajo, ese año apareció su primera novela,
El Pozo (diciembre 1939), nacida del relato de 1933 y publicada por Editorial Signo, propiedad de dos de sus amigos. La edición de 500 ejemplares tardó 20 años en agotarse, pero significó para Onetti el primer reconocimiento literario, por sus innovaciones formales, dentro del círculo cultural rioplatense.

La novela tiene como protagonista a uno de los clásicos
antihéroes onettianos quien, "agotado por la toma de conciencia del envilecimiento de la existencia humana y la futilidad de toda tentativa de comunicación", es conducido a desplazarse "desde la realidad a la ficción"; así Eladio Linacero(el protagonista) realiza un viaje iniciático hacia el interior de sí mismo a través del acto de escritura: "hacer algo distinto. Algo mejor que las cosas que me sucedieron. Me gustaría escribir la historia de una alma, ella sola, sin los sucesos en los que tuvo que mezclarse." En este intento de liberación escribe un sueño ("el sueño de la cabaña de troncos"), situado en Canadá y compuesto de fragmentos literarios y estereotipos, donde intenta fundar otra realidad que le permita escapar del tedio.

Los niveles de 
lectura son varios y se entrecruzan: en un plano superficial es la breve historia de un hombre frustrado en todos los órdenes de la vida; en un segundo plano entran en juego los personajes y sus relaciones, el medio ambiente y el porqué de las acciones; en el ultimo plano podemos ver una serie de reacciones psicoanalíticas: evasión, justificación, masoquismo.

Esta obra se encuentra muy ligada a lo escrito anteriormente por Onetti: así los protagonistas de "Avenida-de-Mayo", "El obstáculo" y "El posible Baldi" son soñadores que también van a encontrar, al final de su sueño, la frustración en un mundo absurdo. Lo mismo que ocurre con Julio Jasón, protagonista de
Tiempo de Abrazar y obvia referencia al mito de los argonautas y su viaje iniciático.

Buenos Aires, hora cero: 1941-1955

En 1941 realiza su segundo viaje a Buenos Aires, donde permanecerá un largo período, colaborando en los suplementos literarios de La NaciónVea y lea y otros medios. Así La Nación publicará su famoso cuento "Un sueño realizado", sobre el que Onetti opinaría: "Un sueño realizado nació de un sueño: vi a la mujer en la vereda, esperando el paso de un coche, supe que también ella estaba soñando".

Sin embargo lo más importante de ese año fue quedar finalista del premio Rinehart and Farrar para la mejor novela inédita de Hispanoamérica con 
Tiempo de abrazar que, aunque no pudo participar (debía elegirse una novela por país y quedó seleccionada Yvarisde Diego Nollare), logró una importante acogida en el jurado. Tanto que uno ellos, Mario Magallanes, declaró: "Creo queTiempo de abrazar será un gran éxito el día que se publique y dará lugar a juicios apasionados".

Lamentablemente, 
Marcha sólo llegaría a publicar algunos fragmentos de la novela, antes de su pérdida y posterior recuperación casi veinte años después, cuando se publicara incompleta como parte de una recopilación de cuentos.
Ese mismo año aparecería su segunda novela. "
En medio de la barahúnda que era el diario en ese entonces, robé el tiempo para escribir una novela, Tierra de nadie (1941) [...] como de costumbre me dieron el segundo premio. Lo cual no me dolió porque yo ya estaba acostumbrado a no ser nunca el primero".

El propio 
autor pondría una advertencia a la novela, hablando de los personajes y sus motivaciones: "un grupo de gentes, que aunque puedan parecer exóticas en Buenos Aires son, en realidad, representativas de una generación: una generación que, a mi juicio, reproduce, veinte años después, la Europa de la post-guerra. Los viejos valores morales fueron abandonados por ella y todavía no han aparecidos otros que puedan sustituirlos".

Como John Dos Passos y su 
Manhattan Transfer, Onetti quiso capturar el pulso multiforme y variado de Buenos Aires, basándose en las divagaciones de un grupo de marginados cuyo único deseo es huir de esa ciudad gastada y sucia que ya no los atrae. Su única posibilidad de escape es una isla polinesia, Faruru, producto de un confuso litigio, porque se trata del "único sitio en que se puede no hacer nada sin hacerle mal a nadie y sin que nadie se interese". Lamentablemente, la realidad termina imponiéndose a los sueños (como en otras narraciones onettianas) y uno de los personajes, Aranzuru, reconocerá que "ya no había isla para dormir en toda la vieja tierra".

Su tercera novela, 
Para esta noche (1942), narra la persecución de un hombre y una niña en una ciudad ambigua y tenebrosa; está basada en un hecho real, narrado a Onetti por dos anarquistas que habían logrado escapar a duras penas de la España franquista. "Había empezado a escribir la novela como una cosas fantástica en la que no habia ni principio ni fin deliberados. Las diversas entrevistas me hicieron cambiar totalmente mi intención inicial. Llegué a ver realmente personajes y situaciones. Me vi a mí mismo intentando huir de una ciudad bombardeada...". Como en Tierra de Nadie, años después, Onetti agregaría una nota aclarando: "Este libro se escribió por necesidad de participar en dolores, angustias yheroísmos ajenos".

De 1944 a 1950 la ficción onettiana se volcaría al cuento, formato en el cual lograría alguno de sus mejores textos: "Bienvenido, Bob" 
(La Nación, 1944), "9 de Julio" (Marcha, 1945), "Esbjerg, en la costa" (La Nación, 1946) y "La casa en la arena"(La Nación, 1949).

En esos mismos años, entre tantas otras tareas, Onetti había entrevistado al joven General Perón (1944) y se había casado por tercera vez, en esta oportunidad con Elizabeth Pekelharing. Sin embargo, ya estaba en otra cosa, más allá de la orilla, al otro lado, lejos, en una ciudad que comenzaba a crecer y atraerlo, sobre el río barrroso que su mente intuía: se acercaba la ya mítica Santa María.

25% Buenos Aires, 75% Montevideo= Santa María
"Mucho más que Buenos Aires está presente Montevideo. Por eso fabriqué a Santa María: fruto de la nostalgia de mi ciudad."
J. C. Onetti
En 1950 funda con su novela La vida breve la ficticia ciudad de Santa María, donde transcurrirán algunas de sus mejores obras. El protagonista principal de la novela es Juan María Brausen, quien, descontento con su realidad, crea otra, (en el inicio un escenario donde ubicar un argumento de cine que debe escribir) y termina metiéndose en ella como un dios. (En la novela ya aparece uno de los personajes emblemáticos de la saga, Díaz Grey, que tendrá una participación preponderante en las siguientes novelas). "En primer lugar, en todo el comienzo de la novela, Brausen hace algo muy corriente: se imagina en otra vida. [...] Brausen simplemente se imagina a Santa María, cuando descubre que es un mundo posible, ya puede entrar [...] Eso le pasa a un hombre desgraciado como Brausen, hasta que descubre su poder y lo usa para él mismo en su mundo imaginario".
La novela fue muy bien recibida y Onetti la señalaba como su mejor título, aunque tiempo después agregaría algunas razones extras sobre la creación de Santa María, mas allá de lo estrictamente literario: 
"podría intentar explicar, sin estar seguro de decir la verdad, que surgió justamente cuando por el gobierno peronista yo no podía venir a Montevideo". Un cuento de esa época muestra su conflictiva relación con el régimen gobernante, cuya máxima figura, Eva Perón (muerta en 1951), seria atacada por otros escritores de prestigio como J. L. BorgesJulio Cortázar o Ezequiel Martínez Estrada.

El relato sobre Evita, "Ella" (1953), apareció recién cuatro décadas más tarde. Allí Onetti teñía el cadáver de verde y lo hacia desaparecer en un fulgor siniestro. "
Ahora esperaban que la pudrición creciera, que alguna mosca verde, a pesar de la estación, bajara para descansar en los labios abiertos".

En 1951 nace su hija Isabel María y aparece su primera recopilación de relatos prologada por 
Mario Benedetti.
Por esos años se relacionaría con la revista 
Sur, dirigida por Victoria Ocampo. Algo extraño si tenemos en cuenta la devoción del escritor por Roberto Arlt, personaje marginado de un grupo que prefería en líneas generales una estética más cercana a lo aristocrático y gustos por literaturas de vanguardias europeas. A pesar de ello, Onetti publicaría en Sur su cuento "El álbum" (1953) y bajo la editorial del mismo nombre aparecería ese mismo año su novela corta Los adioses. Muchos años antes había descubierto en un número de la revista al escritor que definiría como Padre y Maestro mágico, William Faulkner "Una tarde, al salir de la oficina donde trabajaba pasé por una librería y compré el último número de Sur [...] Recuerdo que abrí el ejemplar en la calle, encontré por primera vez en mi vida el nombre de William Faulkner [...] Comencé a leerlo y seguí caminando, fuera del mundo de peatones y automóviles, hasta que decidí meterme en un café para terminar el cuento, felizmente olvidado de quienes me estaban esperando [...] Lo que más me deslumbró y me unió en aquel primer encuentro con su genio fue aquella manera de largarse [...] él solo, seguro de que nadie podía acompañarlo o que no tenían lo necesario para enfrentar un fracaso idiomático".
Escribir en Montevideo: historia de un amor imposible
"Cambiaba de editorial en cada obra para repartir mejor las pérdidas."
J. C. Onetti
En 1955 regresa a Montevideo, donde comienza a colaborar con el diario Acción. En noviembre de ese año se casa por cuarta vez, en esta ocasión con Dorotea Mur. En 1957 publica su famoso relato "El infierno tan temido". "'El infierno2 tan temido ocurrió, realmente, en Montevideo. La anécdota me fue contada por Luis Batlle Berres, a quien continué queriendo y admirando"

En la editorial de 
Marcha publica Una tumba sin nombre(1959), novela luego rebautizada por Onetti como Para una tumba sin nombre (1967). Al año siguiente aparece La cara de la desgracia. También en 1960 participa del concurso organizado por la revista Life en español con "Jacob y el otro", que recibiría una mención y sería publicado en la colección recopilatoria encabezada por la obra ganadora: Ceremonia Secreta de Marco Denevi.

Sobre su participación en tantos concursos donde generalmente sólo lograba menciones o segundos puestos debido a su temática y estilo alejados de modas, Onetti comentaría su necesidad de un desahogo económico que ningún premio latinoamericano daba: "
Al hablar de éxitos literarios me atrevo a decir que los mayores en España son los premiados con más dinero... En Francia se disputa generalmente el premio fundado por los hermanos Goncourt [...] este premio consagra a su autor como un nuevo rico".

Durante esa etapa en Montevideo, Onetti era un 
escritorreconocido pero no popular, a cuyas obras les costaba encontrar una editorial que se arriesgara a publicarlo... sin embargo su momento se acercaba: se estaba gestando el boom que lo alzaría mas allá de sus sueños mas osados de reconocimiento.
Un hombre fuera de foco encuentra su luz
"Ya ningún crítico cuestiona el hecho de que usted es uno de los tres o cuatro novelistas mayores de América Latina.
-Siempre dije que los críticos son la muerte: a veces demoran, pero siempre llegan."
Onetti en el tiempo del cometa.
Durante los años 60 se produjo el redescubrimiento y lanzamiento de la literatura latinoamericana mediante un fenómeno denominado "Boom" que tuvo en primera plana a Julio Cortázar (con Rayuela), Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perrosLa casa verdeConversación en la Catedral), Ernesto Sábato (Sobre héroes y tumbas) y Gabriel García Márquez (Cien años de soledad). Este movimiento, acusado de comercial y (supuestamente) fomentado por la editorial Seix Barral, puso al alcance del gran público a un importante número de autores que permanecían en el destierro literario y con ventas muy cercanas a cero en sus países, entre ellos Juan Carlos Onetti quien, nombrado una y otra vez por los principales autores del Boom, fue de pronto cegado por el brillo de las cámaras y los reconocimientos.

Pero no todo se debía a las declaraciones entusiastas de sus admiradores, durante esos años Onetti habia publicado dos de sus mejores novelas, medulares en el universo de Santa María.

Estas dos novelas eran 
El Astillero (1961) Juntacadáveres(1964). Publicadas en un orden cronológico inverso al pensado, describen a su personaje mas carismático (y querido): el macró Larsen. "Yo estaba escribiendo Juntacadáveres y la llevaba más o menos mediada, cuando de pronto, por una de ésas, hice una visita a un astillero que existía en Buenos Aires. En realidad eran dos: uno está en el Dock Sur, y el otro está en la ciudad de Rosario.[...] La empresa estaba en quiebra. [...] Estaba pudriéndose, se estaba agujereando, deshaciendo. A mí lo que me importaba era la nueva visión. La nueva derrota. Por eso aparece Larsen."

Así 
El Astillero narrará hechos cronológicamente posteriores a los de Juntacadáveres: la vuelta de Larsen a Santa María, y su nuevo trabajo como gerente de un astillero arruinado, con dos compañeros casi fantasmales guiándolo por ese paisaje de pesadilla, mientras esperan una reactivación que nunca llegará y que los condena, como en juego kafkiano, a realizar tareas inútiles hasta la total desaparición del lugar; en un segundo plano se muestra su relación conflictiva con la ciudad y con la perturbada hija de Petrus, dueño del astillero. "Lamentablemente, nada de eso es una creación. Todo estaba allí", diría Onetti.

Juntacadáveres es la aventura anterior de Larsen en Santa María y cuenta su intento, tan inútil como desesperado, de instalar un prostíbulo en la ciudad. El nombre de la novela es una alusión a su protagonista, un vividor en desgracia, basado en varios personajes de la vida real: "
Larsen es varios tipos. Es el resumen de varios tipos que he conocido. El último Larsen que yo conocí estaba en la zona de Montevideo [...] Un día estaba yo en la mesa de uno de esos boliches, y un tipo abre la puerta y le pregunta al patrón: "che, ¿vino Junta?" El mozo dice no. Entonces yo le dije al mozo: "¿Quien es Junta?" "No" -me dijo- "le llaman Junta porque le dicen Juntacadáveres, el hombre esta en decadencia y solo consigue monstruos: mujeres pasadas de edad, o muy gordas, o muy flacas".

Tal vez el mejor episodio de la novela sea la evocación de la muerte de otro macró, a quien Larsen admiraba, también basado en un hecho real narrado a un joven Onetti de 21 años por alguien que tenía a dos mujeres trabajando en un prostíbulo pero debía ocultarlo debido a cierta ley de deportación de proxenetas: "
Me acuerdo fundamentalmente de que un día al salir del trabajo, en el boliche de la esquina me encuentro a este hombre llorando. [...] Lo que pasaba era que al Bebe lo habían asesinado frente a uno de los prostíbulos. Y el Bebe era la gran esperanza blanca prostíbularia frente a los marselleses."
Juntacadáveres fue finalista del premio Rómulo Gallegos 1967, pero perdió frente a La casa verde de Vargas Llosa, quien en su discurso de aceptación reconoció: "otros escritores latinoamericanos, con mas obras y méritos que yo, debieran ocupar mi lugar; pienso en el gran Onetti a quien América Latina no ha dado el reconocimiento que merece".

Asimismo, 
El Astillero había sido reconocida en 1963 por la Fundación William Faulkner como una de las novelas mas notables no traducidas todavía al inglés. Ese mismo año aparece su novela corta Tan triste como ella.

A fines de 1971, cuando ya su obra comenzaba a ser traducida y difundida mundialmente 
(entre otros idiomas, al francés, inglés, polaco e italiano) es candidato al Gran Premio de Literatura de Uruguay, pero pierde frente a Fernán Silva Valdés.

Dos años después aparecerá una novela breve situada de nuevo en Santa María: 
La muerte y la niña (1973). En esa época la posición de Onetti en Uruguay se hace peligrosa: en febrero de 1974 es detenido e internado durante tres meses en un psiquiátrico junto a sus compañeros del jurado del premio anual de Marcha, publicación que será clausurada por el régimen militar.

Nostalgias de las cosas que han pasado, arena que la vida se llevó

"En los últimos tiempos sueño mucho, y casi exclusivamente con Montevideo y con personajes montevideanos, gentes y lugares: bares donde tenía reuniones con damas, calles. Y tengo la ventaja de que a los pocos segundos de despertarme, el sueño se borra aunque me quede el recuerdo de que sí, soñé."
J. C. Onetti
En 1975, Onetti se traslada a Madrid, donde vivirá desde entonces, obligado por la situación política rioplatense. Los primeros tiempos en España son difíciles para él: "[...] durante dos años no pude escribir nada. Ni siquiera una línea. No sé lo que me pasaba. El desarraigo, quizá los amigos, el café, Montevideo..." Finalmente recuperado publica su "novelón" tantas veces postergado, Dejemos hablar al viento (1979), que recibe el premio de la crítica española como mejor novela de ese año.

La obra según el propio autor: "
Tiene una primera parte en Montevideo. La segunda, que es la que ahora me agarró, sucede en Santa María. Por benevolencia de Brausen que me permite volver. Yo no sé si te acordás de aquel tipo, jefe del destacamento policial [...] Ese tipo dispara de Santa María y se pone a buscar en Montevideo a gente que este en iguales condiciones que él. Es decir, que haya disparado de Santa María sin permiso del autor o de Dios que es Brausen. [...] En Santa María quedaría una pareja. Ese pedazo, no porque lo haya escrito yo, es maravilloso."

La novela en sí, 
(o el novelón, como le gustaba llamarla a su autor), habia nacido de la broma de un amigo que, basándose en el personaje de un viejo cuento ("La casa en la arena") le dijo: "Mirá si un día reaparece el Colorado y te incendia toda Santa María y te quedas sin tema". Onetti: "entonces se me ocurrió que de veras podría: liquidaba Santa María y evitaba todo compromiso literario y se acabó, chau".

En 1981 recibe el 
premio Miguel de Cervantes, considerado el Nobel de las letras hispanas, evitando hacer declaraciones sobre Uruguay, lugar al que piensa ya no podrá volver.

En 1987 aparecerá su novela corta 
Cuando entonces y en 1993Cuando ya no importe. En 1994 moría, tal vez para irse a vivir a ese minimundo que habia delineado con maestría absoluta durante décadas. Allí donde un tal Brausen era dios absoluto... y él y su amigo Larsen los demonios oficiales, reconocidos, indispensables, de esa máquina feroz a la que habían alimentado con sueños y pesadillas durante décadas, anhelando, tal vez, otra ciudad, más soñada que real, a través del tiempo y la nostalgia: Santa María, que tan profundo dueles...