sábado, 2 de enero de 2010

TITA MERELLO. UNO DE LOS GRANDES MITOS RIOPLATENSES




Tita Merello: bien milonga y bien porteña
Ruben Borrazas


Antes que el teatro y el cine la mostraran como una gran actriz dramática, Tita Merello ganó su fama de mujer-tango y de vedette-rea cantando con su voz pequeña, profunda, grave y con un estilo que escapaba a todo refinamiento. Como lo anunciamos ayer, falleció a la edad de 98 años, en la Fundación Favaloro de la ciudad de Buenos Aires, el 24 de diciembre.
Su infancia no hacía presentir su destino. Huérfana precoz, nunca se sentó en el aula de una escuela y en 1917, cuando se presentó en el teatro Avenida, de Buenos Aires, para ingresar como corista y bataclana, aún no sabía leer ni escribir. Años después se alfabetizaría.
Su debut de cancionista se remonta a 1920, en el teatro Bataclán, un escenario de dudosa fama ubicado en el bajo porteño. Sus ojos grandes de mujer morocha, labios gruesos, unas piernas hermosas y su manera canyengue de arrastrar los versos de los tangos, la fueron acercando a la popularidad.

La cantante


En 1924, ya era una figura destacada en el teatro Maipo, integrando la compañía de Roberto Gayol, en los programas se la anunciaba como "La vedette rea".
Allí cultiva un tango de contenido humorístico, parecido al que hacía Sofía Bozán, pero con una modalidad interpretativa que se alineaba en la intencionada picardía de los cuplés y en la gracia de las tonadilleras españolas que tuvieron su apogeo en el Río de la Plata, entre 1900 y 1920.
En su estilo se recogían los elementos propios del sainete, donde se alternaba el recitado y el canto. Su versión de "Se dice de mí", su grabación más famosa y una especie de autorretrato, son el ejemplo más representativo y definen la modalidad de un repertorio, que ella siempre mantuvo, entre los límites de lo cómico y lo grotesco.
Cantando tangos, Tita Merello descubre una verdad que después explotaría en su extensa y exitosa carrera de actriz; "la gente siente las cosas de la piel para adentro", manifestó en más de una oportunidad. Ella tenía el lenguaje que le había dado la calle y perfeccionó, arriba del escenario, haciendo los sainetes.
El tango, fue su compañero de toda la vida. Este siempre le permitió expresar lo que sentía y en ocasiones lo cantó sensible, amable, valiente y rebelde como en el caso de "Arrabalera": "Mi casa fue un corralón/ de arrabal, bien proletario/ papel de diario el pañal/ del cajón en que me crié./ Para mostrar mi blasón,/ pedigré bastante sano,/ soy Felicia Roberano,/ mucho gusto, no hay de qué." Era otra de las maneras de crear su estilo.
El escritor argentino Horacio Salas, en su libro, "El Tango", la define así: "Tita Merello asumió desde el humor la representación de los sectores marginales, que nacidos en la más extrema pobreza arribaron al centro con el objeto de sobrevivir en el mundo del tango. Algunas de las letras de su repertorio son recuerdos de la picaresca de los primeros años y representan, en la misma asunción de su origen, una burla a la tilinguería del medio pelo porteño abocado a ocultar el ámbito en que transcurren los años de la infancia y las dificultades económicas sufridas hasta que llega el momento del éxito".


La actriz


Tita Merello siempre quiso hacer teatro y la oportunidad se la brindó el actor y cómico argentino Luis Arata en 1936. Un año después vendría, por primera vez, a Montevideo para hacer "Santa María del Buen Ayre". Nadie la conocía, nadie le tenía confianza. Al terminar la función, la noche del estreno, el autor, Enrique Larreta, le preguntó en los camarines, de dónde había sacado la emoción de esa noche, con la ironía, que ya formaba parte de su personalidad le respondió: "De las letras de los tangos, doctor Larreta".
Diez años después, le diría al escritor, periodista y hombre de radio argentino Héctor Bates: "Voy a ser la gran actriz de Buenos Aires. No sé cuándo, no interesa, pero lo seré y no creo que esto sea una insolencia ni una pretensión. No sé si será cuando tenga cuarenta y cinco años, pero de que lo seré, estoy convencida". Justamente a los cuarenta y cinco años, en 1949, se había convertido en la actriz que había soñado. Su papel de Filomena Marturano, lo representaría quinientas veces.
go el cine le permitiría ampliar y desplegar todos sus recursos histriónicos. En 1950, las mayores salas de Buenos Aires estrenaban tres de sus grandes éxitos: el Ópera, con "Los isleros", el 20 de marzo, el Ambassador con Arrabalera, el 25 de abril y el Gran Rex, con "Vivir un instante", el 3 de mayo.
Las otras películas, en las que demostró su gran talento dramático, fueron: "Los evadidos", "Para vestir santos", "Mercado del Abasto", "Pasó en mi barrio", "Arrabalera", "Guacho". Fue, sin duda, la Ana Magnani del cine argentino, pero no una Ana Magnani en miniatura, sino entera y cabal. Pequeño era su mercado comparado con el de la artista italiana, pero igual en su genio y carisma.
Al producirse el golpe de Estado que derribó a Perón, en setiembre de 1955, Tita Merello, que se había constituido en figura descollante del cine argentino, fue definitivamente raleada. La discriminaron y la prohibieron. Le levantaron la censura a Libertad Lamarque y comenzó la de ella.
Viajó a México, en 1957, para ganarse el pan, nuevos lauros y olvidar otro dolor mucho más hondo. Luis Sandrini, el gran amor de su vida, desde que se conocieron durante la filmación de la película "Tango", en 1933, decide dejarla en soledad y casarse con la joven actriz Malvina Pastorino.
Volvería unos años después a su país, donde nuevamente se subiría a los escenarios, volvería a filmar, actuaría en radio y televisión, esas serían las ventanas abiertas al cariño de un público que la admiraba y adoraba como a pocas.
El historiador y presidente de la Academia Porteña del Lunfardo, José Gobello, la define en forma rotunda: "Con barro de frustraciones y fuego de triunfos, fue modelada esta mujer admirable, este ídolo que vaya a saber de qué están hechos sus pies, porque todo el oro lo reservó para su corazón."
En los últimos diez años estuvo internada y cuidada en la Fundación Favaloro. Había nacido el 11 de octubre de 1904 con el nombre de Laura Ana Merello en la localidad bonaerense de Magadalena.
Brecha 891 27/December/2002


Dicen que cuando se sentaba a tomar el fresco en la puerta de la Fundación Favaloro los colectiveros la saludaban haciendo sonar sus bocinas: el saludo más espontáneo y lógico para una mujer del pueblo hasta sus últimas consecuencias. A su pedido, el dinero que podría haberse destinado a flores para su funeral será entregado a la institución que la cobijó a lo largo de la etapa final.
Tita Merello (1904-2002)


Arrabalera de ley


Ronald Melzer


Tita Merello no creó un personaje; fue el personaje el que la creó a ella. Durante su niñez, adolescencia y juventud, ese personaje pasó hambre, sufrió mil privaciones, amó sin ser correspondido, se prostituyó, salió adelante en un mundo masculino y machista, se hizo respetar a la fuerza y triunfó donde otros solían fracasar. Durante su vida adulta se encargó de reproducir y sublimar esas vivencias a través de tangos que cantó a su modo único y de actuaciones cinematográficas y teatrales que no fueron sino desprendimientos acotados de su personalidad. No habrá, pues, una segunda Tita Merello porque no habrá otra Cenicienta u otra costurera que dio el mal paso con tanto coraje para desnudar su alma a través de un arte en principio ajeno al que ella transformaba, irremediablemente, en propio. No se trata de que haya sido una actriz sin técnica o una cantante sin recursos; se trata de que la técnica y los recursos, aprendidos y perfeccionados a lo largo de cinco o seis décadas de actuación y canto, estuvieron siempre al servicio de una persona de carne y hueso que artísticamente se dio a conocer como Tita Merello pero que nunca olvidó que su verdadero nombre era Laura Ana Merello, que nació en el barrio porteño de San Telmo, que no conoció a su padre, que fue reconocida por su madre a los cuatro años y que la criaron en un asilo.
Historia y autenticidad: eso fue lo que la cantante y actriz -ahora sí- le proveyó al cine argentino que, entre 1933 y 1985, solía alardear de un glamour de segunda y seudohollywoodense. Lo hizo a través de un juego escénico que no escondía su vocación por el melodrama más descarnado. Dura, implacable, decidida, convencida de lo que hacía, jugada a sus ideas y a su hombre, su personaje no lloraba pero hacía llorar. Para ello se apoyaba en un decir vigoroso y puntiagudo, en una seducción sin vueltas, en una femineidad masculinamente provocativa pero intransferiblemente heterosexual, en unas piernas largas a punto de salirse de cauce, en una voz carrasposa e inquisidora, y en un ascetismo que sólo pueden manejar libremente aquellas personas que lo han vivido todo. A fuerza de voluntad, la arrabalera se hizo señora, la puta se fundió con la madre y la seductora se apropió de los valores familiares.
Junto a la voz insondable y profunda, a las marcas dejadas por el deseo incumplido, a los gestos fieros, a la mirada inquisidora, a una sabiduría existencial que los generalmente torpes diálogos nunca arruinaban del todo, Tita Merello trasmitió, en las 32 películas en las que intervino, una moral. Rígida, implacable, austera pese a las apariencias, conservadora en cuanto tendía a rescatar viejos valores cristianos, justa en cuanto hacía prevalecer la sinceridad sobre la hipocresía, y genuinamente avanzada en todo aquello que refería a la reivindicación de la mujer, esta moral perteneció tan intrínsecamente a su personaje como sus peculiaridades físicas o la raigambre tanguera. Cuanto más al límite la situación, más convencida lucía ella de sus convicciones, ya fueran las consecuencias de su aplicación trágicas, como en La fuga (1937), lacónicas, como en La morocha (1958), irónicas, como en su episodio de La industria del matrimonio (1965), o felices, como en Don Juan Tenorio (1949), donde compartió el cartel con Luis Sandrini. A menudo no sabía qué hacer, pero siempre sabía por qué hacerlo.
Fue precisamente su breve y restellante aparición en La fuga, un experimento de cine noir que catapultó momentáneamente al podio de los artistas a su director Luis Saslavsky, la que moldeó la vis trágica de una mujer con tantas agallas como para jugarse el todo por el todo por un hombre y por lo que consideraba justo, aunque ambos no coincidieran. Si la mayor parte de la trayectoria posterior de Saslavsky no le hizo justicia a ese antecedente, la propia Merello tuvo que esperar una docena de años, su propia madurez como artista y como mujer, el declive de las comedias de teléfonos blancos -en las que nunca cupo- y, sobre todo, la ascención del peronismo y su populismo pro cabecitas negras, para reflotar su personaje. En rigor, recién lo pudo hacer en Morir en su ley (1949), otro policial negro y una de las últimas películas interesantes del prolífico Manuel Romero. Hasta allí, y con la excepción de La fuga, su carrera cinematográfica había consistido en poco más que la prolongación de su veta musical, tanguera, ligeramente arrabalera y forzosamente alivianada en películas apropiadamente llamadas Tango (1933), Así es el tango (1937) y La historia del tango (1949). Ya estaban la presencia y la voz, pero el personaje recién empezaba a moldearse.
Al igual que Hugo del Carril, otro peronista memorable, acaso más peronista y orgánico que ella, y también un artista con más ambiciones, Tita Merello no se conformó nunca con el rótulo de chansoneuse de moda o "arrabalera del tango" al que la estratificación cultural de los años treinta y cuarenta la habían condenado en base a contratos suculentos y justa fama. Era una "señora mayor" -para los cánones de la época- cuando se lanzó de lleno a la actuación con su particular personaje a cuestas. Su casquivana de Filomena Marturano (1950), su adúltera por necesidad de Arrabalera (1950) y su inolvidable, exótica y temible "carancha" de Los isleros (1951) la convirtieron, por esos años, en un mito en vida que se había sobreimpuesto a la doble dictadura de la canción y de los buenos modos burgueses. La mayoría de las ocho películas que sucedieron a esos éxitos no alcanzaron la misma popularidad, pero quedaba claro que la plana mayor del ligeramente oficialista cine argentino de entonces se estaba esmerando para encontrar unos vehículos apropiados para la nueva diva del melodrama social "peronista". Maternal con los niños y adolescentes, autoritaria con los hombres, inflexible ante la autoridad, solidaria con los desposeídos ante las injusticias, protagonizó las dignas pero discretas Vivir un instante (1951), Pasó en mi barrio (1951), Deshonra (1952), Guacho (1952), Para vestir santos (1955) y El amor nunca muere (1955), además de dos hitos: Mercado de abasto (1955), donde compuso a una impagable comerciante de barrio, y La morocha (1956), en la que enamoraba a un jovencísimo Alfredo Alcón, y que significó el cierre de su período dorado. Había caído el régimen, y se estaba cayendo a pedazos, no sólo por esa razón, el sistema de producción donde había forjado su carrera cinematográfica. Tuvo que encontrar refugio en otras actividades.
Éstas fueron, a partir de los años sesenta, la televisión, el teatro y por supuesto la música, en parte por elección propia, o quizás porque no le era fácil, ni a ella ni a los directores sobrevivientes, encontrar un sitio para una actriz tan característicamente "antigua" dentro de una cinematografía urgida por encontrar un lenguaje menos melodramático y más flexible. Curiosamente, le fue bastante bien en sus sketches cómicos de la ya nombrada La industria del matrimonio, de Ritmo nuevo, vieja ola (1964), y de ¡Esto es alegría! (1967), todas de Enrique Carreras. No le fue tan bien con los dramas. Pese a que fue dirigida por Del Carril y que la actriz interpretaba a una mujer abandonada por esposo e hijos, Amorina (1961) no cuajó; en cuanto al resto, fue una de las víctimas principales -y no necesariamente por culpa del papel que le tocaba en suerte- del sensacionalismo à la carte y bruto -pero no brutal- de Carreras cuando posaba de director serio (Los evadidos, 1962; Los hipócritas, 1965; El andador, 1967; Las barras bravas, 1985) y de la decadencia terminal del otrora grande Lucas Demare (La madre María, 1974). Le fue mejor con Alejandro Doria (Los miedos, 1980), pero ya era tarde para replantearse un retorno en serio. Su personaje y su moral pertenecían a otra época. La gente que la había ayudado a ser grande en cine se había muerto o se había evaporado. La distinguida señora siguió, entonces, cantando, recibiendo premios y convirtiéndose en una "institución venerable", hasta darle su nombre, en vida, a un complejo de salas de estreno que en pleno centro de Buenos Aires se dedica a la exhibición de cine argentino. Más que un homenaje, un acto de justicia.
Brecha 891 27/December/2002


Toda una mujer


Álvaro Loureiro


Es cierto que a lo largo de sus 98 conscientes años hubo quienes compararon la intención y el desenfado de Tita Merello con similares atributos de Edith Piaf, mientras los especialistas en analizar temperamentos dramáticos no dejaban de referirse a la Magnani o a Bette Davis, sin olvidar al que, aquilatando el atractivo de las piernas y la carga sensual de la mirada, la asociara a la también legendaria Marlene Dietrich. El mérito de Tita, sin embargo, era, antes que todo eso, el haber sido la creadora de una imagen propia, nacida de la fibra personal de eterna sobreviviente y destinada a ser reproducida y destacada en los escenarios, el cine, la radio, los discos y la televisión.
Nadie sabe empero cómo fueron en detalle los primeros difíciles, muy difíciles tiempos de la muchachita pobre que aprendiera a leer después de cumplir 20 años, cuando comenzaba a brillar en la revista. Atrás quedaban la niñez en el medio rural -hay hasta quien sostiene que Tita vio la luz en San Ramón, Uruguay- haciendo tareas de boyerito, en medio de una orfandad que le hizo conocer las paredes de un asilo. El traslado a Buenos Aires no apuntó en principio a la esquina de Corrientes y Esmeralda sino a los adoquines del bajo, recorriendo oficios, de sirvientita a copera en la milonga y ainda mais, como deja traslucir en el libro semiautobiográfico La calle y yo. ¿Qué mejor título podrían tener las memorias de esta mina cuyo temprano atrevimiento la impulsara a plantarse delante de cualquiera, abrir los ojos, fruncir el labio superior, mostrar las piernas y decir el verso con la ironía y el tono cachador de una intérprete de primera línea? El arte entonces la transformó y le abrió caminos. El pasado fue su escuela y se reflejó en cada una de sus actuaciones. Ojos, boca y voz. Más atrás venían un cuerpo bien torneado, la melena lacia y la carga provocativa que se escapaba por los poros. No era hermosa a primera vista, pero en un par de minutos se convertía en irresistible imán.
Los primeros éxitos fueron en el viejo Bataclán y luego en el Maipo, animando cuadros tangueros en espectáculos de revista. A nadie se le ocurriría no obstante pensar, en plena década del 20 bonaerense, que esa misma Tita conquistaría, años después, el teatro "serio" para brillar no sólo en títulos como El conventillo de la Paloma, una obra un poco a su imagen y semejanza, sino además en vehículos realmente dramáticos como los que ofrecían La tigra de Florencio Sánchez, Filomena Marturano de Eduardo de Filippo o el intenso retrato de mujer abandonada que afloraba en Amorina, de Eduardo Borrás. Para llegar allí, le sirvieron el cine en donde pasó de tanguera protestona a gran figura y los discos de pasta que la radio difundía a toda hora.
La mayor parte de los temas que cantaba o decía -mejor ambos términos- habían sido escritos para Tita, o Tita se adueñaba de ellos. Tal lo que sucediera con "Arrabalera", en cuya letra dejaba bien claro cuán orgullosa se sentía de serlo, la infaltable "Se dice de mí", toda una invitación para que se la viera en camisón, la graciosa "Pipistrella", una gloriosa versión de "El choclo", "Qué hacés, qué hacés" (pronúnciese "hashés" de modo de captar toda la carga de ironía), y "La milonga y yo", en donde la frase "vamos subiendo la cuesta" le serviría de leitmotiv para colorear inolvidables participaciones en los Sábados Circulares de Mancera. En unos y otros, con o sin el apoyo de la batuta del maestro Francisco Canaro, no hubo como Tita para pronunciar términos como "niño bien", "pretencioso", "engrupido" y otros epítetos que subrayaban que con esa mina no se jugaba. Si el feminismo no había llegado al Río de la Plata desde afuera, Tita, desde adentro, lo inventaba y patentaba. Por vivencias y elección, la Merello era una mujer independiente. Sólo siendo independiente pudo sobrevivir cercada por la miseria, el analfabetismo y los golpes y caídas en el empedrado.
Esa misma mujer independiente no se sintió más tarde disminuida al decidir dejar su carrera en un segundo plano para seguir a su amado Luis Sandrini a México o a donde fuese. Esa especie de silencio voluntario y feliz se prolongó por casi toda la década del 40 hasta el momento en que Sandrini volviese la mirada en dirección de Malvina Pastorino. El fin de la relación no significó en absoluto el olvido para Tita por parte de quien siempre llamó el gran amor de su vida. Había habido y hubo igual otros hombres -un juvenil Tito Alonso que encarnaba a su hijo en Arrabalera la acompañó durante un tiempo-, sin desprenderse ella, por cierto, del recuerdo de aquel sentimiento que, años más tarde, la impulsaría a escribir el tema "Llamarada pasional". En el plano personal y profesional, de todas maneras, Tita se imponía el silencio y rehuía reencuentros y comentarios.
Si bien se la conocía por manifestaciones como "no soy rencorosa, pero jamás olvido a los que me golpearon, despreciaron o insultaron", al tiempo de fallecer Sandrini, Tita aceptó una invitación de la televisión para aparecer, con los respetos del caso, dialogando y reflexionando con la Pastorino acerca del hombre que las dos habían amado. Es que las contradicciones inesperadas formaban también parte de su marca de fábrica. O quizás no, ya que, católica practicante a su manera, faltaba más, Tita se las arreglaba para bajar la guardia y permitir aflorar una generosidad pronta a apoyar innumerables obras de caridad o a solidarizarse con colegas en dificultad. En las buenas, las muy buenas y las malas, Hugo del Carril, por ejemplo, fue uno de los grandes que se le acercó y la apoyó y ella hizo otro tanto.
La Merello había bailado tangos y milongas con Tito Lusiardo, podía mostrar las uñas y sacarse chispas con Olinda Bozán en la pantalla o sobre un escenario y aceptar con entusiasmo y sabiduría papeles de mujer mayor, como lo hiciera en Los isleros y Pasó en mi barrio, obteniendo lauros de todas las tiendas. El marco peronista parecía entonces el ideal para promover el ascenso de una figura proveniente de las clases bajas que no se molestaba en ocultarlo y era capaz de enarbolarlo por dentro y por fuera de sus personajes. Por mérito propio, la Merello fue una gran estrella en la época de Perón y, pasado el ostracismo con el cual se intentó rodearla después de la caída del líder, no hubo tantos obstáculos a la hora de reverdercer los laureles. Para recuperar posiciones, supo utilizar las armas de mujer independiente mediante las cuales se abriera camino desde niña. Es que no resultaba tarea sencilla identificar a Tita con un grupo determinado. Más fácil, en cambio, se volvía descubrirla cerca de la gente anónima que se acercaba para pedirle ayuda o consejo. El consultorio sentimental -y existencial- de la Merello no sólo accedía a las páginas de una de las revistas de mayor venta. Más de uno se le presentaba en el estudio o en el teatro para contarle sus problemas. A las mujeres, por lo pronto, se las metía en el bolsillo cuando, entre el tango de rigor y las réplicas a Mancera, miraba a ese lente que tan bien conocía -"¡Ché, no me vayás a enfocar el bandoneón!", le lanzaba al camarógrafo señalándose el cuello y el mentón- sin dejar nunca de dirigirse a las "señoras" que la miraban y, sin duda, admiraban su sinceridad, porque sabían que, llegado el caso, se hallaban ante alguien que, con o sin razón, nunca se callaba y era capaz de poner a raya a cualquiera, desde la reina de Inglaterra para abajo.
Tita Merello se había convertido en una señora capaz de lucir un modelo con elegancia natural y, al rato, irrumpir en el estreno de un compañero sin maquillaje y de pañuelo a la cabeza. Es probable que no haya nacido en San Ramón, por más que quería tanto a Montevideo como para mantener un apartamento en Pocitos al que se venía a descansar junto al inseparable Corbata. Los últimos años se le hicieron un poco largos en la soledad -o independencia- elegida. Es que, a lo mejor, de a ratos, Tita se olvidaba de que estaba bien acompañada por una legión de hombres y mujeres a los que emocionó, divirtió y hasta enseñó.
Como no podía ser de otra manera, se fue el día de Nochebuena.
LA REPUBLICA de Uruguay - 26 de Diciembre de 2002


EL MARTES 24 A LAS 12.40 HS.
FALLECIO LA ACTRIZ Y CANTANTE LAURA ANA "TITA" MERELLO


Se seguirá diciendo de mí


Falleció Tita Merello. "La morocha argentina", como se le había apodado, tenía 98 años. La popular actriz y cantante argentina, será sepultada hoy al mediodía en el Cementerio de La Chacarita.
Ella en esta última semana insistía en repetirme: 'Me voy, me voy, no quiero vivir'", narró a la prensa el autor y productor discográfico Ben Molar, quien la acompañó hasta el final en sus paseos en las cercanías de la Fundación Favaloro, donde vivió internada los últimos cinco años de su vida.
Apodada "la morocha argentina", la popular 'Tita brilló en el cine, la música y la televisión entre las décadas de los años 30 y 70, siendo una de las precursoras del cine sonoro de su país, en el que debutó en 1933 con la película Tango.
Ben Molar contó que Tita Merello "estaba con una memoria y una lucidez asombrosas, me contaba cosas de 1950 y 1960".
"Quizás equivocadamente me decía que la habían olvidado y yo le decía: '¿Cómo podés decir eso si acabo de tomar un colectivo y el chofer me pidió que no me olvidara de darte un beso de parte suya?'", continuó Molar.
El actor y creador del exitoso programa televisivo "La botica del tango", Eduardo Bergara Leuman, consideró que "seguramente se habrá querido ir y estaría un poco harta de lo que veía".
El titular de la Asociación Amigos de la Avenida Corrientes, Eduardo Dosisto, comunicó que la actriz pidió que "las ofrendas (florales) se transformen en donaciones para la Fundación Favaloro" y confirmó que Tita Merello será enterrada hoy en el porteño cementerio de La Chacarita.


Desde abajo


Laura Ana Merello, nació el 11 de octubre de 1904 en la calle Defensa del porteño barrio de San Telmo. Su vida fue muy dura. Casi no conoció a su padre, dado que falleció siendo ella muy pequeña y no hay registros de su madre hasta cuatro años después de su nacimiento cuando Ana Ganelli, una uruguaya de 23 años, la reconoció como hija. Se crió en un asilo y trabajó de niña en el campo, en una estancia de la provincia de Buenos Aires. La pobreza marcó su breve infancia.
Los inicios de su carrera fueron en 1920, cuando comenzó como corista en el Teatro Bataclán, ubicado en la zona del puerto de Buenos Aires. Luego, en 1922, pasó a ser vedette en El Maipo, donde interpretaba el tango "Pedime lo que querés" de Francisco Canaro y Caruso, momento a partir del cual comenzó su carrera artística.
Se convirtió en una de las más singulares actrices argentinas.
Gracias al cine y con el amplio repertorio de películas filmadas, Tita adquirió popularidad como actriz. Fue dirigida por los mejores directores argentinos en treinta y cuatro filmes a lo largo de cincuenta años. Realizó algunas intervenciones en el cine argentino del último período mudo y los primeros del sonoro. Estrenó este último con la recordada película Tango de Luis Moglia Barth con actuaciones de la recientemente fallecida Libertad Lamarque, Mercedes Simone, Alberto Gómez, Pepe Arias y Luis Sandrini.
Entre sus filmes más destacados se encuentran: Arrabalera, de Tulio Demichelli con Santiago Gómez Cou y Tito Alonso; Así es el tango, de Eduardo Morera con Tito Lusiardo, Olinda Bozán, Fernando Ochoa y Luisa Vehil; también Idolos de la radio, Así es el Tango y La Fuga ambas del 37, aunque su gran éxito fue Los isleros, de Lucas Demare con Arturo García Buhr y Mario Passano. En pleno auge de su carrera cinematográfica y siendo muy solicitada, deja de participar en películas para recién volver a filmar en 1950, con grandes éxitos del cine argentino como Filomena Marturano ¬de Luis Mottura¬ con Guillermo Battaglia y Tito Alonso, con la cual se consagró como actriz dramática. En el cine también se desempeñó como guionista en la película Esto es alegría (1967).
No se especializó en ningún género porque su gran ductilidad le permitió amoldarse a cualquier tipo de papel.
En 1927 comenzó como cancionista, actividad en la cual se destacó por su voz potente, que imponía silencio, por su forma rea, cáustica de cantar el tango y, aunque Tita no se caracterizó por una gran voz, daba fuerza a sus canciones con una gran expresividad, al interpretar los tangos como actriz.
Entre ese mismo año y 1929 grabó dieciocho tangos todos de carácter humorístico y burlón, como "Que careta", "Mi papito", "La viuda misteriosa", "Paquetín paquetón", "Te has comprado un automóvil" y otros melancólicos como "No salgas del barrio". Desde ese momento estuvo veinticinco años sin volver a grabar hasta que en 1954 volvió al disco interpretando tangos humorísticos, casi siempre con el acompañamiento de la orquesta dirigida por Francisco Canaro.
El tango milonga "Se dice de mí" de Canaro y Pelay, su canción más representativa y de enorme éxito, es una especie de autobiografía de Tita. Actuó como actriz y cancionista con Canaro durante varias temporadas teatrales. A comienzos de los años 30, popularizó dos rancheras referidas a la situación económica: "¿Donde hay un mango?" y "Los amores con la crisis".
En el teatro mostró sus distintas facetas: por un lado, con picardía y gracia cultivó su estilo humorístico y por otro, puso de manifiesto sus notables condiciones para el drama en El lazo de Claudio Martínez Paiva, para consagrarse como actriz en este género en Montevideo (1937), con la obra de Enrique Larreta Santa María del Buen Ayre. Su trabajo en teatro fue permanente, destacándose entre otras: El conventillo de la Paloma que fue un éxito y le dio gran popularidad; Esta noche filmación; Hombres en mi vida; Miércoles de ceniza; Amorina y Buenos Aires de ayer y hoy, obra de Canaro y Pelay estrenada en 1943, donde se lució interpretando "Tranquilo, vieja, tranquilo".
En su faceta de autora de tangos, escribió "Llamarada pasional" con música de Héctor Stamponi y "Decime Dios, dónde estás", junto a Manuel Sucher. Como así también el tango "Muchacho rana" en el cual critica a un joven en su gusto por la "nueva ola", la moda "petitera", el "rock" y su repulsión al trabajo.

Se dice de mí


Merello nunca renegó de su origen ni de su pasado y en un reportaje reconoció haber "hecho la calle". Hasta los 20 años fue analfabeta y fue un amante "culto" quien le enseñó a leer.
Su gran amor, fue Luis Sandrini, el hombre que la marcó eternamente y con quien compartió diez años de su vida hasta que la dejó repentinamente después de un viaje, sin explicación alguna. A ese amor, que fue público, se comenta que le escribió el tango, "Llamarada pasional", canción que tuvo un gran éxito. Cuentan sus allegados que en su casa había una silla vacía, la que usaba Sandrini y que nadie volvió a utilizarla después de él.
En 1992, la conductora televisiva Susana Giménez juntó a la veterana actriz y cantante (tenía 88 años) con la esposa de Sandrini, Malvina Pastorino. Ambas actrices aceptaron juntarse con la condición de no hablar del actor. Sin embargo en un momento del programa Merello dijo "el que te dije debe estar contento: acá estamos las dos, ella (por Pastorino) fue su mujer y yo, tal vez, haya sido su amor".
Aunque nunca fue una militante, simpatizaba con el peronismo, la fuerza popular que dominó la historia política argentina y que la legitimó socialmente. Con la caída del gobierno de Juan Domingo Perón, Tita ya no tuvo el mismo trabajo, le fueron negadas muchas posibilidades e incluso llegó a ser atacada a la salida de una radio por grupos que apoyaban al golpe militar del 55, que derrocó a Perón. Así es como fue proscripta. Para poder mantenerse trabajó recorriendo el interior del país y en parques de diversiones y circos. Luego decidió viajar a México, desde donde retornó hacia la Argentina, en 1957.
Retomó su trabajo, sorprendiendo al público con su participación en la televisión. Tita también figura entre los grandes nombres de la radio argentina: participó en ciclos con una gran repercusión, como "Mademoiselle Elise", con libro de Luis Mario Moretti y "Gorriona", con textos de Roberto Gil. Es en ese mismo medio, en la década del 70 donde emite su famosa muletilla: "Hacete el papanicolao" (examen ginecológico femenino que detecta enfermedades como el cáncer). Con el paso de los años y para ocultar su decadencia física la radio fue el medio en el cual se recluyó.
En la radio trabajó hasta después de los noventa años en espacios semanales donde se convirtió en una especie de conciencia moral de los argentinos, dando mensajes de cuño cristiano.
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1 comentario:

  1. Me quedo corta Aldao, el material que van agregando no puedo leerlo de una. Todo es demasiado bueno. Un placer y un abrazo. Sigo después porque no sé que viene, cada producción supera la anterior. Un abrazo Mercedes Sáenz

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