Estas páginas están consagradas a los grandes creadores de la literatura rioplatense, y a los hechos culturales y sociales emparentados con la literatura y la historia, y con Roberto Arlt y Juan Carlos Onetti, dos mitos, dos gigantes.
martes, 23 de junio de 2009
ENRIQUE WERNICKE (1915-1968)
Enrique Wernicke (1915-1968)
Nació en Buenos Aires, en 1915. Durante su vida realizó los más diversos trabajos para poder realizar su vocación de escritor. Fue periodista, agricultor, titiritero, publicitario y, sobre todo, fabricante artesanal de soldaditos de plomo.
Instalado en la ribera, norte del Gran Buenos Aires –por entonces inundable y donde se escenifican gran parte de sus textos–, fue alcohólico hasta el día de su muerte y supo convocar en torno a sí a buena parte de la izquierda intelectual de los años ’50 y ’60.
Su obra narrativa es copiosa:
• Palabras para un amigo (1937);
• Hans Grillo (1940), Premio Municipal de Literatura;
• Función y muerte en el cine ABC (1940);
• El señor cisne (1947), Faja de Honor de la SADE;
• La tierra del bien-te-veo (1948);
• Chacareros (1951);
• La ribera (1955), Premio de la Dirección de Cultura de Buenos Aires;
• Los que se van (1958)
• El agua (1968), Premio Nacional de Literatura (Mención póstuma).
Cultivó también la poesía:
• El capitán convaleciente y otros poemas distintos (1938)
Y el sainete:
• Sainetes contemporáneos (Mejor autor 1963, distinción otorgada por la Asociación Críticos Teatrales).
Juan Carlos Castagnino y Carlos Alonso ilustraron algunos de sus libros
Hace pocos años, Editorial Colihue publicó una antología de sus cuentos.
Wernicke fundó un estilo, basado en el laconismo y en la descripción de vidas ordinarias, que años más tarde, y de la mano de autores norteamericanos como Raymond Carver, sería bautizado "minimalista".
Como legado dejó, además de su obra de ficción, un diario de 1500 páginas, titulado Melpómene, que aún continúa casi totalmente inédito en el que se vuelcan tanto sus frustraciones personales como sus dudas, sus furias, sus incertidumbres y opiniones crispadas sobre el trabajo literario.
Recluido en la costa, Wernicke eligió ese paisaje del río como territorio íntimo y mítico mientras su escritura se iba afilando cada vez más en cuentos más cortos. A medida que avanzaba en el arte del cuento, su impronta “realista” se fue borrando en función de la asepsia y la neutralidad simbólica como sellos personales.
Si bien en sus comienzos puede advertirse la relación entre la trama y una paradoja, la “enseñanza”, proveniente de su producción de relatos para chicos, Wernicke fue depurando con obstinación todo atisbo de mensajismo.
En su brevedad y despojamiento, sus cuentos aspiran cada vez con mayor precisión al insight. Y, en su modo, anticipan los relatos últimos de Miguel Briante, otro marginal de circuitos y modas literarias, que supo conseguir con sus narraciones verdaderas piezas poéticas en las que el acento campero se entrevera con un decir firme y definitivo.
Rescatados del olvido en una edición completa, los cuentos de Wernicke confirman su dones. Necesaria, imprescindible, esta edición, un auténtico acontecimiento, viene a probar el cuidado de orfebre que Wernicke le dedicaba a cada cuento. “Jamás imaginé que las palabras tuvieran un poder semejante”, anotó en su diario. “Apenas si voy por la mitad del cuento y siento como si me hubiera pasado toda la vida en este campo.” Su arte consiste en una persecución constante de la síntesis.
Los Cuentos completos de Wernicke comprenden Función y muerte en el cine ABC (1940), Hans Grillo (1940), El señor cisne (1947), Los que se van (1957) y su producción posterior. Como legado dejó, además de su obra de ficción, un diario de 1500 páginas, titulado Melpómene, que aún continúa casi totalmente inédito y del que sólo se conocen fragmentos como el que transcribo:
Diciembre 29 de 1957
Se termina este año extraordinario. Y yo, a los casi cuarenta y tres, me encuentro en un comienzo. No tengo en dónde trabajar y ando en busca de un "empleo". La fabriquita de soldados no da más y ninguno de los "grandes proyectos" ha cuajado. El saldo de este año es: un hijo que nacerá el mes que viene; un libro de cuentos "muy bueno"; una novela corta en borrador, y deudas por casi 20.000 pesos.
Aplastado por una sensación de fracaso. No se trata de que no me sepa haragán y borrachín. Pero hay borrachines que se "la rebuscan". Yo no. El resultado de estos diez años de "no tener que ir al centro", ha sido escribir cuatro o cinco libros. Y cambiar de mujer tres veces. Y de perro otras tres.
He perdido contacto y relación con cuanta persona puede ayudarme. Y, se me ocurre, he ganado fama de informal, borrachín y loquito. Mi único prestigio: "soldaditos", los divinos soldaditos que me permitieron vivir sin pedir nada a nadie (de mis círculos literarios).
No tengo absolutamente nada. Y no lo tendré por mucho tiempo. Es evidente que yo calculaba, "dejando pasar el tiempo", que algo iba a suceder, que "mi gloria" me iba a asegurar un modesto pan cotidiano y que vendrían a buscarme para darme changuitas. Eso no ha sucedido. El mundo no perdona la indiferencia y el engreimiento, y hay que hacer muchas cosas para que a uno "lo vengan a buscar".
Analizando los hechos, pienso que la vida solitaria de estos años, tan útil para madurar a un Enrique escritor, me ha impedido salir a la calle. El problema de "dónde como" y "quién cuida del perro" me ataba ridículamente a mi casita. Años que no voy al cine, que no veo exposiciones, que no sé qué pasa en Buenos Aires. Si soporto el asqueroso viaje al centro, el traje y la sudada, me vendrá bien un cambio de vida. Pero temo sentirme abrumado por tanta cosa odiosa y que el trago me derrumbe la salud. Habrá que esforzarse como nunca. O pegarse un tiro.
Sobre Enrique Wernicke y su literatura
Por Alfredo V. E. Rubione (fragmento)
Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1964
La rivera (1955) es la comarca donde se sitúa la historia más notable de las narradas por Wernicke. Es el lugar donde recala Eduardo, un ex periodista en busca de autenticidad pero también de marginamiento. Se desarrolla en 1945, en los albores del peronismo. En la soledad en la que se ha obligado a vivir le llegan noticias de la toma de París, de las batallas contra el nazismo y del creciente autoritarismo que se vive en el país. En cierta medida Eduardo es un evadido de la realidad, alguien que ha renunciado a la familia (es separado y tiene un hijo al que desprecia), a la escritura, a la militancia política, al amor. Este extranjero de su tiempo se dedica a fabricar soldaditos que le posibilitan mantener esporádicos contactos con su mundo de antes: Buenos Aires. Sin embargo, poco a poco el trato con la gente del lugar le va devolviendo la toma de conciencia de los más genuinos intereses de la mayoría del país.
Juan, un militante, alguien que "no tiene angustia", lo concientiza. A través de él descubrirá las razones de una lucha política que su individualismo le había impedido percibir, conocerá la cárcel y la solidaridad de los que tienen objetivos que no son precisamente mezquinos. En cierto modo La rivera es una novela de aprendizaje en la que se narra un proceso de conversión que aunque no se logre cabalmente es exhibida por Wernicke como un conflicto típico del cual el lector puede aprender. Novela que complementa a su anterior Chacareros muestra uno de los tópicos de la literatura de Wernicke que es el del replanteo de una existencia, estremecida por alguna causa externa que la conduce a una crisis de la que emergerá con un grado de conciencia mayor. En Chacareros la venta del campo, en La rivera la vinculación del protagonista con la gente del lugar tendrá su costado positivo en el trato con Nono, Juan y Simón. El costado negativo le llegará de los efectos que su propia incapacidad de amar generarán en Susana, una adolescente que junto a su hermano Miguel Ángel lo ayudaban en la fabricación de artesanías.
En los libros de Wernicke son reconocibles huellas de su propia vida. Esto ha hecho manifestar a más de un crítico que sus trabajos tienen fuertes componentes autobiográficos. Wernicke, se sabe, desempeñó hasta su muerte en 1968 multitud de oficios: cultivó orquídeas, fue viajante, trabajó como iluminador para cine, fabricó soldaditos, fue titiritero, periodista, topógrafo, campesino, publicitario, etc.
Más que referencias autobiográficas (en definitiva toda producción textual lo es y no le es), hallamos un texto típico de escritor realista o sea el de hacerle creer al lector que lo que se lee ha sido vivido por el escritor (...). El escritor típico de esta modalidad es el norteamericano perteneciente a la generación perdida (Stenbeck, J. Dos Pasos, Hemingway), viajeros, empleados en mil oficios, garantizaban con sus múltiples experiencias aquello que sus ficciones referían (...)
Otra tradición a la que se liga su producción es a la de la literatura regional de la provincia de Buenos Aires, el circuito que va por ejemplo de Benito Lynch a la proliferación de ficciones sobre el filo de los años cincuenta.
Hemos mencionado las comarcas que recuperan sus trabajos. El agua, su última novela, aparecida en 1968, año de su muerte, sintetiza los temas, motivos y procedimientos que su narrativa anterior había desplegado.
Un narrador irónico relata la súbita crisis a la que se ve compelido un solitario sexagenario que habita las costas de Olivos. La sudestada trastoca los hábitos invariables de Julio Blake y lo obliga a replantear su presente y a ajustar cuentas con su pasado que emerge desde unas fotografías. El agua, motivo persistente en Wernicke, es portadora de presagios (recuérdese el relato La noticia desgajado de La tierra del bien-te-veo o del final de La rivera). El protagonista, en quien se puede advertir cierto matiz autobiográfico, es un descendiente de inmigrantes ingleses. Por aquí se desliza otro de los tópicos de este narrador para quien la inmigración es aún incomparable en su autenticidad al nativo. La austeridad narrativa de esta nouvelle la convierten en una de las más logradas de Wernicke.
No es sólo una de las más elípticas sino también la que menos condesciende a moralizar. Curiosamente la producción imaginaria final de Wernicke se cierra con el abandono de la rivera y el retorno de su último protagonista a la zona primera de la narrativa de este escritor: el campo.
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Es más lo que tengo registrado en rueda de gente que hablaba de él, que de sus obras. Estos textos me han servido mucho. Recopilarlos un día sería bueno. El Río de la Plata muchas veces tocó nuestros pies antes de estar contaminado, pero no ha bautizado debidamente nuestras cabezas, al menos la mía digo. Felicitaciones. Un abrazo. Mercedes Sáenz
ResponderEliminarTuve contacto con las obras de E.W a través de uan antología de sus cuentos que me parecieron magistrales. Hoy me encuentro agradablemente sorprendida con su verbo narrativo y aspectos de su vida.Si, tiene mucho protagonismo en sus boras el campo y los pueblos pequeños laderos de nuestra pampa.Gracias, Andrés por este regalo.
ResponderEliminarTodo leído y apreciado de alto a abajo, con júbilo en la mirada y ternura en el corazón. Gracias por esta página, Maestro. Un aplauso especial para el texto "La Urbe Eterna" y para el fragmento de "Aserrín... Aserrán". Mañana vuelvo para leer más, feliz porque hay más para leer. Me pongo como subscritora.
ResponderEliminarMi abrazo de siempre, con el acostumbrado cariño.
Tania Alegria
Qué bueno encontrar más gente que lo disfruta!
ResponderEliminarAyer se cumplieron 41 años de su muerte. Mi homenaje fue compartir algunos de sus cuentos. Un saludo y gracias!
E W y sus soldaditos de plomo. Minuncia y laconismo. Al fondo, el rio,imprevisible y atractivo,tan copioso como su obra.
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