Estas páginas están consagradas a los grandes creadores de la literatura rioplatense, y a los hechos culturales y sociales emparentados con la literatura y la historia, y con Roberto Arlt y Juan Carlos Onetti, dos mitos, dos gigantes.
sábado, 27 de junio de 2009
Roberto Arlt - LAS OPINIONES DEL RUFIÁN MELANCÓLICO
Los siete locos
Las opiniones del Rufián Melancólico
(Con una nota al final de Enrique Ferrari — ARLT ESTÁ VIVO)
[...]
Caminaban junto a los bardales, y en el dulce atardecer las palabras del macró abrían un paréntesis de extrañeza en Erdosain. Comprendía que se encontraba junto a una vida substancialmente distinta a la suya. Entonces, le preguntó:
¬ ¿Y cómo se inició usted en la "vida"?
¬ En ese tiempo era joven. Tenía veintitres años y una cátedra de matemáticas. Porque yo soy profesor ¬añadió orgullosamente Haffner¬, profesor de matemáticas. Con mi cátedra iba viviendo, cuando en un prostíbulo de la calle Rincón encontré una noche a una francesita que me gustó. Hace de esto diez años. Precisamente en esos días había recibido una herencia de cinco mil pesos de un pariente. Lucienne me agradó, y le ofrecí que vinera a vivir conmigo. Tenía un cafishio, el Marsellés, un gigante brutal, a quien veía de vez en cuando. No sé si por la labia, o porque era lindo, el caso es que la mujer se enamoró, y una noche de tormenta, la saqué de la casa. Fue eso una novela. Nos fuimos a las sierras de Córdoba, después a Mar del Plata, y cuando los cinco mil pesos se terminaron, le dije: "Buenos, adiós idilio. Se terminó." Entonces ella me dijo: "No, mi querido, nosotros no nos separaremos más."
Ahora iban bajo las bóvedas de verdura, ramas entrelazadas y ábsides de tallos.
¬ Yo estaba celoso. ¿Sabe usted lo que es estar celoso de una mujer que se acuesta con todos? ¿Y sabe usted la emoción del primer almuerzo que paga ella con la plata del mishé? ¿Se imagina la felicidad de comer con los tenedores cruzados, mientras el mozo los mira a usted y a ella sabiendo quiénes son? ¿Y el placer de salir a la calle con ella prendida de un brazo mientras los tiras lo relojean? ¿Y ver que ella, que se acuesta con tantos hombres, lo prefiere a usted, únicamente a usted? Eso es muy lindo, amigo, cuando se hace la carrera. Y ella es la que se preocupa de que usted consiga otra mujer para que la explote, ella es la que la trae a su casa diciendo: "vamos a ser cuñadas", ella es la que varea a la primeriza para que levante únicamente viajes para usted, y cuanto más tímido y vergonzoso es usted, más goza ella en destruir sus escrúpulos, en hundirlo en su basura, y de pronto... cuando menos se acuerda se encuentra enterrado hasta los pelos en el barro... y entonces hay que bailar. Y mientras la mujer está metida hay que aprovechar, porque un día le da una viaraza, enloquece por otro, y con la misma inconsciencia con que lo siguió a usted se sacrifica de nuevo. Me dirá usted: ¿para qué necesita una mujer un hombre? Más, desde ya le diré: Ningún dueño de prostíbulo va a tratar con una mujer. Con quien trata es con su "marlu". El cafishio le da a una mujer tranquilidad para ejercer su vida. Los tiras no la molestan. Si cae presa, él la saca; si está enferma, él la lleva a un sanatorio y la hace cuidar, y le evita líos y mil cosas fantásticas. Vea, mujer que en el ambiente trabaja por su cuenta termina siendo siempre víctima de un asalto, una estafa o un atropello bárbaro. En cambio, mujer que tiene un hombre trabaja tranquila, sosegada, nadie se mete con ella y todos la respetan. Y ya que ella, por un motivo o por otro, eligió su vida, es lógico que por su dinero pueda darse la felicidad que necesita.
Claro, para usted todo esto es nuevo, pero ya se va a ir haciendo. Y si no, dígame: ¿cómo explicar que haya fioca que tenga hasta siete mujeres? El tano Repollo llegó en sus buenos tiempos a tener once mujeres. El gallego Julio, ocho. No hay francés casi que no tenga tres mujeres. Y ellas se conocen, y no sólo se conocen, si no que saben vivir juntas y rivalizan en quién le da más, porque es un orgullo ser la preferida de un hombre que los sosiega a los pesquisa más prepotentes de una sola mirada. Y pobrecitas, son tan locas, que uno no sabe si compadecerlas o romperles la cabeza de un palo.
Erdosain se sentía anonadado por el desprecio formidable que ese hombre revelaba hacia las mujeres. Y recordaba que en otra oportunidad el Astrólogo le había dicho: "El Rufián Melancólico es un tipo que al ver una mujer lo primero que piensa es esto: Ésta, en la calle, rendiría diez o veinte pesos. Nada más."
Y ahora sintió Erdosain que el hombre le repugnaba. Para cambiar de conversación, dijo:
¬ Dígame... ¿Usted cree en el éxito de la empresa del Astrólogo?
¬ No.
¬ ¿Y él sabe que usted no cree?
¬ Sí.
¬ ¿Y por qué usted lo acompaña?
¬ Yo lo acompaño relativamente, y de aburrido que estoy. Ya que la vida no tiene ningún sentido, es igual seguir cualquier corriente.
¬ ¿Para usted la vida no tiene ningún sentido?
¬ Absolutamente ninguno. He organizado toda mi vida como la de un industrial. Todos los días me acuesto a las doce y me levanto a las nueve de la mañana. Hago una hora de ejercicio, me baño, leo los diarios, almuerzo, duermo una siesta, a las seis tomo el vermut y voy a lo del peluquero, a las ocho ceno, después salgo al café, y dentro de dos años, cuando tenga doscientos mil pesos, me retiraré del oficio para vivir definitivamente de mis rentas.
¬ Y en realidad, ¿cuál va a ser su intervención en la sociedad del Astrólogo?
¬ Si el Astrólogo consigue dinero, guiarlo en la junta de mujeres y en la instalación del prostíbulo.
¬ Pero usted, en su interior, ¿qué piensa del Astrólogo?
¬ Que es un maniático que puede o no tener éxito.
¬ Pero sus ideas...
¬ Algunas son embrolladas, otras claras, y francamente, no sé hasta donde quiere apuntar ese hombre. Unas veces usted cree estar oyendo a un reaccionario, otras a un rojo, y, a decir verdad, me parece que ni él mismo sabe lo que quiere.
¬ ¿Y si tuviera éxito...?
¬ Entonces ni Dios sabe lo que puede ocurrir. ¡Ah!, a propósito, ¿usted le habló de cultivos de bacilos del cólera asiático?
¬ Sí... sería un magnífico medio de combate contra el ejército. Desparramar un cultivo en cada cuartel. ¿Se da cuenta? Simultáneamente, treinta o cuarenta hombres pueden destruir el ejército y dejar que las masas proletarias hagan la revolución...
¬ El Astrólogo lo admira mucho a usted. Siempre me ha hablado de usted como de un individuo que tiene grandes posibilidades de éxito.
Erdosain sonrió halagado.
¬ Sí, algo estudia uno para destruir esta sociedad. Pero volviendo a lo de antes: lo que yo no concibo es su posición respecto a nosotros...
Haffner se volvió rápidamente, midió de una mirada a Erdosain como extrañado por los términos de éste, y luego, sonriendo burlonamente, agregó:
¬ Yo no estoy en ninguna posición. Entiéndame bien. A mí no me perjudica ayudar al Astrólogo. Lo demás, sus teorías, las tomo como a cuenta de conversación. Él es para mí un amigo que piensa instalar un negocio, previsto y tolerado por nuestras leyes. Eso es todo. Ahora, que el dinero que él gane con ese negocio lo invierta en una sociedad secreta o en un convento de monjas, personalmente no me interesa. Ya ve usted que mi actuación en la famosa sociedad no puede ser más inocente.
¬ ¿Y a usted le resulta lógico pensar que una sociedad revolucionaria se base en la explotación del vicio de la mujer?
El Rufián frunció los labios. Luego, mirando de reojo a Erdosain, se explicó:
¬ Lo que usted dice no tiene sentido. La sociedad actual se basa en la explotación del hombre, de la mujer, y del niño. Vaya, si quiere tener consciencia de los que es la explotación capitalista, vaya a las fundiciones de hierro de Avellaneda, a los frigoríficos y a las fábricas de vidrio, manufactura de fósforos y tabaco. ¬Reía desagradablemente al decir estas cosas¬. Nosotros, los hombres del ambiente, tenemos una o dos mujeres; ellos, los industriales, a una multitud de seres humanos. ¿Cómo hay que llamarles a esos hombres? ¿Y quién es más desalmado, el dueño de un prostíbulo o la sociedad de accionistas de una empresa? Y sin ir más lejos, ¿no le exigían a usted que fuera honrado con un sueldo de cien pesos y llevando diez mil en la cartera?
¬ Tiene razón... pero entonces, ¿por qué me facilitó el dinero?
¬ Eso es harina de otro costal.
¬ Pero a mí me preocupa.
¬ Bueno, hasta la vista.
Y antes de que Erdosain pudiera contestarle, el Rufián tomó por una diagonal arbolada. Andaba apresuradamente. Erdosain le miró un instante, luego echó a caminar tras él, y le alcanzó junto a una esquina. Haffner se volvió irritado, y ya estridente exclamó:
¬ ¿Se puede saber qué es lo que quiere usted de mí?
¬ ¿Lo que quiero?... Quiero decirle esto: Que no le agradezco absolutamente nada del dinero que me ha dado. ¿Sabe? ¿Quiere el cheque? Aquí lo tiene.
Y, efectivamente, se lo alcanzaba, pero el Rufián lo examinó esta vez despreciativamente:
¬ No sea ridículo, ¿quiere? Vaya y pague.
Los alambrados ondularon ante los ojos de Erdosain. Sufría visiblemente, porque palideció hasta quedar amarillo. Se apoyó en un poste, creía que iba a vomitar. Haffner, detenido frente a él, le preguntó condescendiente:
¬ ¿Se le pasa el mareo?
¬ Sí... un poco...
¬ Usted está mal... tiene que hacerse ver...
Enrique Ferrari — ARLT ESTÁ VIVO
El título de este artículo no es una expresión de deseo ni una consigna. Nada como el Che o Luca o Pappo vive. Nada de eso.
Arlt está vivo porque su obra está viva, porque un universo late en sus páginas y también en cada nueva lectura, porque uno no puede aproximarse a su trabajo como a un sarcófago y no se lo puede leer como a un clásico. Porque es imposible acercarse a su llama sin quemarse. Arlt está vivo porque habla con nuestro presente y también con el mañana. Y porque, como escribió Ricardo Piglia en un cuento del libro Nombre falso: también, como todos en este país, tenía una teoría sobre Roberto Arlt.
Cuando empezamos a charlar, a planificar el número de Juguetes Rabiosos dedicado al autor de El juguete rabioso1, encontramos algunas discrepancias entre nosotros. Hablando de Arlt salieron a relucir las distintas visiones que tenemos de él, pero también de la literatura y de la lengua. Arlt no es una lectura cerrada para nosotros, no es una lectura cerrada para nadie. Todos en este país tenemos una teoría sobre él.
Seguimos, claro, con Onetti, profunda, definitivamente convencidos de que si algún habitante de estas humildes playas logró acercarse a la genialidad literaria, llevaba por nombre el de Roberto Arlt.
En 1932, 10 años antes de su muerte física, en ese manifiesto que es el prólogo de Los lanzallamas, Arlt lanza un desafío: y que el futuro diga.
Y el futuro dice. Dice que él está vivo y generando ideas, debates, controversias, lecturas nuevas y repetidas. Preguntas.
¿Qué hacemos, se pregunta, por ejemplo, Abelardo Castillo y nosotros con él, con un genio casi analfabeto a quien le salían novelas como Los siete locos? Nos preguntamos, ¿es Arlt ese genio puro, el semianalfabeto que entre faltas de ortografía y errores gramaticales construye obras que golpean con la violencia de un cross a la mandíbula? ¿Creemos, entonces, en el mito del artista salvaje, del lector de malas traducciones de Dostoievski que escribe siempre apurado, corrigiendo poco y mal, más ocupado en las profundidades del alma de sus personajes y la densidad de la historia que en los tiempos verbales o, incluso, el nombre de un mismo personaje a lo largo del texto? ¿En el tipo que, dice, no sabe a ciencia cierta que diferencia un verbo de un adverbio y sin embargo es capaz de escribir Haffner cae? ¿O elegimos creer que esa mitología, que el mismo Arlt alimentaba, no es sino una versión sesgada, incompleta, funcional, insuficiente?
¿Son sus anomalías formales el material necesario e indispensable de que obras maestras como El juguete rabioso, Los siete locos o Los lanzallamas se nutren? ¿O éstas son, por el contrario, obras maestras pese a esas anomalías? ¿Anomalías formales o ruptura con idioma central o errores, sin más? Volvemos a Piglia: un escritor puede quebrar la estructura de las palabras, mezclar diversas lenguas, atomizar el lenguaje, pero en algún lado debe mantener la unidad. Yo creo que Arlt es uno de los pocos que marca su estilo a partir de la mezcla, del entrevero. Y el mismo Arlt: los pueblos que, como el nuestro, están en continua evolución, sacan palabras de todos los ángulos, palabras que indignan a los profesores, como le indigna a un profesor de boxeo europeo el hecho inconcebible de que un muchacho que boxea mal le rompa el alma a un alumno suyo que, técnicamente, es un perfecto pugilista. Pero, ¿Qué palabras son las le van a romper el alma al perfecto pugilista? ¿Basta para hablar de vastedad, o encristalada al adjetivar una puerta de vidrio? ¿O son rajá, turrito, rajá?
El estilo, se nos dice, por último, ese estilo que Arlt y sus críticos coincidían que no tenía, se construye leyendo. Se nos dice: Arlt leía poco y mayoritariamente malas traducciones españolas. ¿Puede construirse un personaje como Remo Erdosain casi sin lecturas, sólo con la cultura primaria que el mito le confiere? Él mismo nos una respuesta tentativa, una respuesta que no apunta a su biografía porque no fue escrita para ser publicada, sino que está en una carta dirigida a su hermana, en 1930: Pensá que Erdosain puedo ser yo, pensá que ese dolor no se inventa ni tampoco es literatura.
De una forma o de otra -de cualquier forma que lo leamos- su obra conmociona y conmueve. Porque aún hoy, Arlt nos dice, como escribió Onetti hace casi treinta años, de manera torpe, genial y convincente, que nacer significa la aceptación de un pacto monstruoso y que, sin embargo, estar vivo es la única verdadera maravilla posible.
Roberto Arlt está vivo. Esa es la maravilla de la que estamos hablando.
Y que el futuro diga.
Enrique Ferrari
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Este escritor no deja de conmoverme!!! Muy bueno lo de Ferrari. ¿Ves que sucede con el despacio? Se lee más de una vez y es tan placentero. Felicitaciones otra vez. Voy a tener que dejar de decirla porque vas a cansarte. El material de este blog provoca una debilidad en el costado izquierdo... Abrazos y gracias. Merci la lectora lenteja.
ResponderEliminararreh
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