miércoles, 1 de julio de 2009

LOS ADIOSES, JUAN CARLOS ONETTI 1).




Para curiosos, para estudiosos, para amantes de la literatura Rioplatense publicamos textos que nos informan y nos deleitan, que nos hacen sentir las brisas del río marronoso y sensible, el río que junta sueños, historias, anécdotas de un planeta que fue y que nosotros queremos rescatar. Puntualmente rescatar. Andrés Aldao

Por Glenda Vergara Estarita, en 3 de Marzo de 2008

En 1980 a Juan Carlos Onetti le fue concedido el premio Miguel de Cervantes como reconocimiento a las virtudes de una obra extensa que reúne títulos que hacen parte de lo mejor de la narrativa latinoamericana. El pozo (1939), Tierra de nadie (1941), Para esta noche (1943), La vida breve (1950), Para una tumba sin nombre, (1959), El astillero (1961), Dejemos hablar al viento (1979), Cuando entonces (1987) y Cuando ya no importe (1993),son novelas en las que el autor de Los adioses despliega una riqueza en el estilo que es una referencia obligada a la hora de recordarlo.
La novela Los Adioses tuvo problemas para ser publicada en un intento inicial, y es solo hasta 1954 cuando se edita por primera vez en Buenos Aires, Argentina. Era una de sus obras favoritas, a lo mejor porque no necesitó de un gran argumento para probarse que podía hacer trascendentes algunos temas secundarios, cuya importancia no era tan evidente. Porque lo que asombra desde un principio de esta corta novela es que a partir de una historia sencilla y sin mayores pretensiones, el autor logra imponerla como una de las más portentosas que salieron de su pluma.
Con una marcada influencia de William Faulkner, Los adioses cuenta la historia de un hombre que viaja a un pueblo de la sierra donde está ubicado un hospital para el tratamiento de la tuberculosis. Sin embargo, no es allí donde este ex basquetbolista se interna, si no que se aloja en un hotel, alejado de quienes padecen su misma enfermedad y evitando radicalmente la convivencia con ellos. A partir de ese momento se va tejiendo un equívoco alrededor de ese personaje taciturno y reservado, y de las visitas alternadas que recibe de una mujer madura y de una más joven. Quien nos cuenta todo es el encargado del almacén, que es también el sitio donde llega la correspondencia de estas mujeres para el hombre. El almacenero pretende descifrar el tipo de relación que el hombre tiene con ambas mujeres, y para ello se apoya en los informes que recoge de Reina, la mucama del hotel, un enfermero, y, por supuesto, en sus propias conjeturas. Ese yo que narra es un testigo de primera mano de esa situación de triángulo que es objeto de la curiosidad general. Todo lo que afirma proviene de su punto de vista, de lo que observa hasta el cansancio en sus mínimos detalles para presentárnoslo como una verdad a la que los lectores le damos crédito.
“Entre las dos hubiera apostado, contra toda razón, por la mujer y el niño, por los años, la costumbre, la impregnación”, dice refiriéndose a su preferencia por la mujer madura en el caso hipotético de que tuviera que escoger para el hombre un destino junto a ella o a la mujer joven. Y le creemos, como tampoco dudamos de que sus suposiciones y las de los otros no estén bien fundadas, aunque como ellos, no sepamos a ciencia cierta cuál es la relación entre los tres personajes cuestionados. El caso es que después de recorrer un tramo del texto, los lectores nos convertimos en partícipes de esa apreciación, y también jugamos a suponer, a especular, y hasta a ser fisgones y entrometidos. “Y él estuvo un momento sin saber qué hacer, hay que decirlo, no salió corriendo como loco detrás de ella (se refiere a la mujer joven) _ contaron la mucama y el enfermero_. Se quedó mirando en el comedor vacío a la mujer y al hijito que parecía enfermo. Hasta que la otra pudo más que la vergüenza y el respeto, y dijo cualquier cosa y salió atrás, lento como siempre, cansado.”, dice el almacenero, porque lo que comienza siendo sugestivo para él, es luego sugestivo para dos, y luego para tres, y termina contagiando a todo un pueblo que señala y condena con nuestra complicidad. ¿Es la una la esposa, el niño su hijo, y la otra la amante? No es una pregunta ni siquiera la que se formulan todos, porque no los guía el propósito de analizar posibilidades y de sopesarlas, sino de deducir, de establecer, y de señalar. Ese narrador en primera persona nos cuenta una historia de un él que no pude defenderse y que no aclara mientras en torno suyo crece un repudio moral basado en el chisme que distorsiona la realidad.

Los adioses ha sido la novela de Juan Carlos Onetti que ha suscitado más estudios de la crítica. Se trató de descifrarla, de quebrar su hermetismo, de dilucidar sus facetas, de comprender sus aspectos recónditos y esenciales, con tanta frecuencia que el propio Onetti se vio obligado a escribir lo siguiente: “Luego de leer inevitables interpretaciones críticas y escuchar en silencio muchas opiniones sobre Los adioses, comprendí que había omitido una vuelta de tuerca, tal vez indispensable. Para mejor comprensión o para que todo quedara flotando y dudoso. Ahora surge desde Lisboa HerrWolfgang Luchting, escribe sobre el libro con una gracia de profundidad que nada tiene de teutona y al final del estudio aventura, sorprendentemente, una media vuelta de tuerca que nos aproxima a la verdad, a la interpretación definitiva. Pero sigue faltando una media vuelta de tuerca, en apariencia fácil pero riesgosa, y que no me corresponde hacerla girar. Lo importante es que gracias a Herr Luchting, mi amigo y cofrade, nos vamos acercando.”
Los Adioses parece otra trampa que pone Onetti a través de una escritura en la que se encuentran muchos interrogantes sin respuestas y muchos caminos por escoger entre variadas alternativas.Ese es el mérito de la novela; estimular al lector para que deje su pasividad y se arriesgue emprendiendo esa búsqueda.Lo que se puede concluir es que el autor lo consiguió porque durante la lectura no hay desinterés ni quietud posibles.
Juan Carlos Onetti nació en Montevideo, Uruguay, en el año de 1909, y murió en Madrid en 1994. Se nacionalizó en España en 1975, tras ser encarcelado durante una dictadura militar de entonces en su país de origen.

Temas: Literatura latinoamericana, siglo XX


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"LOS ADIOSES" DE JUAN CARLOS ONETTI. 2)

M. Dávalos

Hay una distancia que separa dos mundos: el del almacén y el del hotel, en la sierra. Dos puntos que unen la recta. En la sierra, cuesta arriba, hay un hotel con enfermos sentenciados, mientras abajo, en el almacén, caverna del pueblo, dominan los sanos, especuladores, rastrillos de la mirada. La voz narrativa de esta breve novela es la de uno de estos, el dueño del almacén.
El narrador, observador, inquisidor, luego de perder su indiferencia, comienza a sentir lástima sobre uno de estos enfermos, un ex basquetbolista taciturno, en notoria decadencia física, con unas manos llamativas que detonan (de una vez y para siempre) la atención del relator. Este enfermo parece sentirse ajeno a su realidad, a encerrarse en el sanatorio en busca de una posible salida. En cambio el narrador es displicente, de inmediato se encuentra en otro plano, sabe que las historias vienen a él, se posan sobre su mostrador, colocan sus labios sobre sus vasos, pero ésta en particular comienza a obsesionarlo y el detonante quizá son los cambios bruscos de modismos que ve en este enfermo. Comienza a desconocer, a sospechar, a sufrir por su propia mirada, su propia miseria. Comienza a sospechar de todo y, al notar la presencia de una serie de cartas y luego de dos mujeres (la de aire de matrona, ancha, de gafas oscuras junto a un botija de cabeza rapada, y la otra, de menor edad, inocente e intocable) que aparecen en la vida del enfermo, la incredulidad lo abruma. Le duele cuando el enfermo baja a esperar al tren, su pose acompañada con su mejor traje y sombrero, y verlo irse junto a la joven visitante, juntos hacia la sierra, a ese otro mundo, inalcanzable para él.
Cada una de estas dos mujeres es tan distinta de la otra como lo es el almacén de la retirada sierra, como lo son los sobres que envían: los de “letra de mujer, azul, ancha, redonda, con la mayúscula semejante a un signo musical, las zetas gemelas como números tres”, y los otros, color madera (“casi siempre con un marcado doblez en la mitad, escritos con una máquina vieja de tipos sucios y desnivelados").
Hay personajes que deambulan en ese almacén de piso de tierra: el enfermero, la mucama, el doctor Gunz, Andrade, permiten a la trama moverse en esa interpretación desleal, tiznada por una inconsciente envidia. Tocan de oído, entienden poco. Asimismo, la culpa se reparte en otros personajes menores, quizá hasta en los sosegados movimientos del botija que escolta a la mujer de gafas oscuras.
Como en el conjunto de su obra, Onetti maniobra, pero no tanto a sus personajes, ya que estos no sufren de excesivos manoseos, sino que el compromiso se encuentra en los movimientos y en la quietud; ahí, en esa estridencia que radica en el silencio de estos como en los espacios donde se ven atrapados. El gran acierto del escritor uruguayo en esta novela es confiar en su voz narrativa que deviene sugestiva al lector, que debe ver más allá de las confidencias del almacén y meterse en la sierra (el hotel, la casa de las portuguesas), en lo que poco se describe, que en gran parte se desconoce. Hasta ahí no llega el narrador y de cierta manera lo vuelve un entrometido más.
Los adioses es una historia de amor. Asimismo, es un particular obsequio de Onetti a uno de sus amores, Idea Vilariño. Se ha dicho por ahí que fue “lo que le salió” en el momento. Según como se desarrolla la narración, es baladí para el lector buscar ciegamente a la poetisa en estas páginas. Pero parece que en varios párrafos se vislumbra y de manera más que aceptable, en pasos, manos tomadas y separadas. Luego, el resto: la lucha de la literatura, que se desarrolla entre la muerte y la vida; y el adiós final, concebido en esa última mirada (que de inocente frescura deviene tempestuosa conciencia) de la joven frente a lo ineludible, para convertirse de inmediato en un esclarecimiento, crudo, fiel, para jamás olvidar.

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2 comentarios:

  1. Anónimo7/09/2009

    a veces se ama
    en un lugar de esquina necesaria

    alba estrella gutiérrez

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  2. Anónimo10/12/2010

    Estoy leyendo los adioses y no es, desde luego, lectura de tren. Así que probablemente deje el libro para una mejor ocasión ociosa.

    Sin eco donde fondear
    los cuerpos deletrean
    sus ausencias.

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