miércoles, 22 de julio de 2009

EL GESTO FUNDACIONAL DE HORACIO QUIROGA Y ROBERTO ARLT



EL GESTO FUNDACIONAL DE HORACIO QUIROGA Y ROBERTO ARLT


Lo que significan estas palabras en apariencia tan sencillas -y su mensaje, que el tiempo se encargó de transmitir, es revolucionario para nuestra literatura- empieza a verse, en la obra obstinadamente individualista de Horacio Quiroga, ese uruguayo neurasténico nacido en 1878, seis años antes que Gallegos, que conoció en su forma más aguda toda la hipocondría de la vieja generación, pero en vez de dejarla a flor de piel se dedicó a convertirla en psicosis creadora. De joven, Quiroga pasó, como todos, su tiempo en París, la Ciudad de la Luz, donde reinaba el decadentismo, que se refleja en los desvaríos de su primera obra publicada, un volumen de poemas que inaugura el siglo bajo el titulo de Arrecifes de coral (1901). Hasta aquí Quiroga no se diferencia de la montonera. Pero con su regreso a Buenos Aires y la llegada de años difíciles se van operando en él sutiles trasformaciones. Las causas habría que buscarlas en fosas y subsuelos. Sin duda lo afectaron profundamente a Quiroga todos los traumas de la época: la proliferación urbana, los temblores sociales que sacudieron al país con la inmigración, los comienzos del enajenamiento industrial y, con el tiempo, las repercusiones de la guerra europea. Pero fundamentalmente estas experiencias comunes a toda su sociedad no explican nada. En las paredes huecas de Quiroga hay gatos encerrados. Rondan por primera vez en los Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917). Quiroga era un gran admirador de Poe. Hay algo frágil y morboso en los Cuentos, en los que se refleja la imagen pálida del poeta condenado, que podría tentarnos a colocarlos más dentro de la psicopatología que de la literatura. Pero tienen un doble fondo. Nos damos cuenta que no son fantasías gratuitas, sino sótanos, o reveses, de una realidad. Su carga psíquica revela un estado de ánimo que en cierta forma es más indicativo del ambiente de una sociedad que un retrato exterior. Quiroga trabaja del otro lado del espejo de la realidad. Más que la dispepsia de la época, fue probablemente su trágica vida personal la que hizo de él el hombre que fue. Era un accidentado a quien persiguieron insaciablemente el fracaso y la desgracia. Hubo una larga línea de suicidios en su familia, comenzando con el padre, continuando con su primera mujer, un hijo, una hija, y en 1937, él mismo. Quiroga cumplió su pena hasta el fin. Se retiró del mundo. Durante años vivió retraído en la selva misionera, el escenario de casi toda su última obra. Allí, en una lucha continua por la supervivencia física y mental, fue perfeccionando un idioma en secreta afinidad con lo oculto, lo innombrable, lo parapsicológico, lo subliminal, todas esas zonas de la experiencia que lindan con lo metafísico, una palabra que podemos aplicar por primera vez en nuestra literatura. Es la palabra que describe a su mejor obra en los años treinta: El salvaje, Anaconda, Los desterrados, El desierto, Más allá. El último título, que data de 1935, es una definición. Maupassant, Chejov fueron algunas de las "influencias" que marcaron la obra de Quiroga, pero no por adaptación consciente y directa, como fue tan a menudo el caso de los naturalistas cuando trataron de emular modelos europeos, sino por ósmosis. Si Quiroga, un hombre, a pesar de todo, de talentos limitados, no fue un gran escritor, supo aprovechar sin embargo la materia prima de la experiencia personal que es la marca inconfundible de la obra auténtica.

No es por casualidad que Quiroga dedicó sus mejores esfuerzos al cuento. La fuerza de concentración que necesitaba para su trabajo imponía tensiones y disciplinas que seguramente no podía mantener mucho tiempo seguido sin perder el aliento. Nuestros primeros escritores "metafísicos" -el Lugones de los cuentos fantásticos, por ejemplo, y también, dentro de la misma generación, ese ingenioso conversador, Macedonio Fernández, el padrino espiritual de Borges- dejaron apenas unos pocos rastros casi imperceptibles de lo que eran esencialmente actividades secretas. El mismo Borges, que ha dado el salto metafísico a partir del cuento fantástico -como lo hizo también su colega uruguayo, Felisberto Hernández, otro gran concentrador- ha trabajado siempre en pequeña escala. Los novelistas de su generación eran escritores al viejo modo, como Eduardo Mallea, que inundó los años treinta con obras pletóricas y laboriosas co¬mo su Nocturno europeo o la Historia de una pasión argentina, que divagaban por la hipérbole y el eufemismo y no aventajaban en consistencia dramática a las del abundoso Gallegos.

El primer novelista en la nueva veta, nacido en 1900, un año después de Borges, fue Roberto Arlt, una figura algo enigmática, hijo de inmigrantes alemanes y por temperamento y carácter oscuramente destinado a recorrer el camino de la pasión. Problemas de familia, una infancia escuálida, el rechazo de la disciplina paterna, la fuga temprana del hogar, años de vagabundeo y miseria en la gran ciudad, fueron, a la buena manera freudiana, algunos de los percances que lo inclinaron hacia las penumbras. Conoció en carne propia la vida de los proscriptos y los humillados, las desesperaciones lentas y demencias inútiles de los que se arrastran por los bajos fondos de la gran ciudad. Fue un dostoyevskiano que en sus retratos penetrantes de lo excéntrico y lo marginal -Los siete locos y Los lanzallamas- captó con humorismo patibulario imágenes de un mundo sumergido que era como un mapa del lado oscuro de la luna porteña. Arlt escribía en un momento de desilusión en la historia argentina que coincidió con la creciente hegemonía política de grupos militaristas, que llegaron al poder en 1930 con el gobierno del presidente Uriburu. Pero en lo pasional, como en lo cultural -se le consideraba un pobre escritor de barrio en su época- Arlt fue autodidacta. Era un paria por naturaleza, fantasioso, nocturno y desmedido que al pintar el lenocinio y la teología del hampa describía figuras cortadas no tanto a la medida de un medio como de una visión personal. Arlt no veía la condición humana en un contexto social, sino más bien en su dimensión filosófica y astronómica. A partir de esta disconformidad trascendente, caló más profundamente en el alma de su sociedad que cualquier otro escritor de su época. No era un literato en el sentido superficial de la palabra, y la verdad es que en el terreno de la pura "literatura" su obra tiene grandes deficiencias. Está mal estructurada, es inconexa y desigual y de aliento esporádico. Pero va siempre instintivamente dirigida al blanco final. Arlt es inculto, hasta ignorante, pero nunca inocuo o insípido. Si a veces descuida los pormenores, es porque se dedica a la caza mayor. Y esa es su fuerza. Se dice que solía preguntarle a su erudito amigo Güiraldes, cuyas poetizaciones de la realidad no lo impresionaban particularmente, cuándo se iba a poner a escribir "en serio". Porque Arlt se tomaba muy a pecho el asunto de ser escritor. Vivió y murió ignorado por su época. Y sin embargo había descubierto una ciudad y el idioma que la expresaba. Fue Arlt el que introdujo en la literatura argentina no sólo los verdaderos paisajes porteños sino el lunfardo callejero, el habla sagrada y profana de los barrios bajos en la que late el corazón de la ciudad.



HORACIO QUIROGA


(Salto, 1878 - Buenos Aires, 1937) Narrador uruguayo radicado en Argentina, considerado uno de los mayores cuentistas latinoamericanos de todos los tiempos. Su obra se sitúa entre la declinación del modernismo y la emergencia de las vanguardias.
Las tragedias marcaron la vida del escritor: su padre murió en un accidente de caza, y su padrastro y posteriormente su primera esposa se suicidaron; además, Quiroga mató accidentalmente de un disparo a su amigo Federico Ferrando.

Estudió en Montevideo y pronto comenzó a interesarse por la literatura. Inspirado en su primera novia escribió Una estación de amor (1898), fundó en su ciudad natal la Revista de Salto (1899), marchó a Europa y resumió sus recuerdos de esta experiencia en Diario de viaje a París (1900). A su regreso fundó el Consistorio del Gay Saber, que pese a su corta existencia presidió la vida literaria de Montevideo y las polémicas con el grupo de J. Herrera y Reissig.
Ya instalado en Buenos Aires publicó Los arrecifes de coral, poemas, cuentos y prosa lírica (1901), seguidos de los relatos de El crimen del otro (1904), la novela breve Los perseguidos (1905), producto de un viaje con Leopoldo Lugones por la selva misionera, hasta la frontera con Brasil, y la más extensa Historia de un amor turbio (1908). En 1909 se radicó precisamente en la provincia de Misiones, donde se desempeñó como juez de paz en San Ignacio, localidad famosa por sus ruinas de las reducciones jesuíticas, a la par que cultivaba yerba mate y naranjas.
Nuevamente en Buenos Aires trabajó en el consulado de Uruguay y dio a la prensa Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), los relatos para niñosCuentos de la selva (1918), El salvaje, la obra teatralLas sacrificadas (ambos de 1920), Anaconda (1921), El desierto (1924), La gallina degollada y otros cuentos(1925) y quizá su mejor libro de relatos, Los desterrados (1926). Colaboró en diferentes medios:Caras y Caretas, Fray Mocho, La Novela Semanal y La Nación, entre otros.
En 1927 contrajo segundas nupcias con una joven amiga de su hija Eglé, con quien tuvo una niña. Dos años después publicó la novela Pasado amor, sin mucho éxito. Sintiendo el rechazo de las nuevas generaciones literarias, regresó a Misiones para dedicarse a la floricultura. En 1935 publicó su último libro de cuentos, Más allá. Hospitalizado en Buenos Aires, se le descubrió un cáncer gástrico, enfermedad que parece haber sido la causa que lo impulsó al suicidio, ya que puso fin a sus días ingiriendo cianuro.
Quiroga sintetizó las técnicas de su oficio en elDecálogo del perfecto cuentista, estableciendo pautas relativas a la estructura, la tensión narrativa, la consumación de la historia y el impacto del final. Incursionó asimismo en el relato fantástico. Sus publicaciones póstumas incluyen Cartas inéditas de H. Quiroga (1959, dos tomos) y Obras inéditas y desconocidas (ocho volúmenes, 1967-1969).
Influido por Edgar Allan Poe, Rudyard Kipling y Guy de Maupassant, Horacio Quiroga destiló una notoria precisión de estilo, que le permitió narrar magistralmente la violencia y el horror que se esconden detrás de la aparente apacibilidad de la naturaleza. Muchos de sus relatos tienen por escenario la selva de Misiones, en el norte argentino, lugar donde Quiroga residió largos años y del que extrajo situaciones y personajes para sus narraciones. Sus personajes suelen ser víctimas propiciatorias de la hostilidad y la desmesura de un mundo bárbaro e irracional, que se manifiesta en inundaciones, lluvias torrenciales y la presencia de animales feroces.
Quiroga manejó con destreza las leyes internas de la narración y se abocó con ahínco a la búsqueda de un lenguaje que lograra transmitir con veracidad aquello que deseaba narrar; ello lo alejó paulatinamente de los presupuestos de la escuela modernista, a la que había adherido en un principio. Fuera de sus cuentos ambientados en el espacio selvático misionero, abordó los relatos de temática parapsicológica o paranormal, al estilo de lo que hoy conocemos como literatura de anticipación.

1 comentario:

  1. Ingenioso aralelismo y diferencias acerca de dos talentosos escritores. Para mí dos grandes con distintas temáticas, por lo cual la narrativa argentina y rioplatesne les debe textos que nadie pudo igualar.
    MARITA RAGOZZA

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