sábado, 25 de julio de 2009

Raúl González Tuñón: PRESTIDIGITADOR DE POEMAS Y REVOLUCIONES

Raúl González Tuñón: PRESTIDIGITADOR DE POEMAS Y REVOLUCIONES

por Rosana Gutiérrez

Un 29 de marzo de 1905 en la casa con dos patios y un níspero de la calle Saavedra, frente al muro de un asilo, nacía Raúl González Tuñón. En el barrio del Once aquella casa ya no existe, tampoco el muro ni el asilo. Hoy sólo puede verse, como una mancha de humedad, una placa ennegrecida por la polución, casi perdida, sobre una pared que ni se sabe a qué predio pertenece, y recuerda aquel día, el del nacimiento del gran poeta, contemplador del mundo.

"Vi la luz en el barrio del once, en el surero
Cerca de allí nació también Julio de Caro
y escribió de la Púa sus memorables versos.
Entonces aún la luna bajaba hasta los patios
¿Era todo mejor? No lo sé. Era distinto" (1)

Tal vez tanto olvido no sea casual, tratándose de alguien cuya voz se dejó escuchar muy lejos de los círculos oficiales. Por convicción y elección propia su conducta fue la del "contra" y por eso, sólo consiguió un espacio en la marginalidad, ésa de la que tanto habló en sus poemas.

Hijo de inmigrantes españoles de origen obrero, el sexto de siete hermanos heredó el compromiso social de su abuelo materno, Manuel Tuñón, un minero asturiano y socialista que fue el primero en llevarlo a una manifestación.



[Foto de archivo de Página 12. En Crítica, escuchando a su colega Carlos de la Púa, que transmitía desde EEUU, por radio, las incidencias de la carrera de Indianápolis, en la cual intervino el campeón argentino Raúl Riganti]


Su otro abuelo, Estanislao González fue un imaginero borracho y aventurero, que jamás salió de España. Se quedó pintando el manto de la virgen que sus vecinos llevaban en las procesiones, recorriendo bares y persiguiendo muchachas. De él, escucharía increíbles anécdotas a lo largo de su infancia y obtendría el perfil lírico y el espíritu andariego.

En el comienzo de su adolescencia comenzó a patear la ciudad. El cine "Select", y a su lado, el bar y billar "El buen Orden", lo vieron descubrir la poesía de Darío, Carriego y Baudelaire. Comenzó a escribir en mesas de lecherías y bancos de la Plaza Garay. Épocas de verse "todas las zarzuelas habidas y por haber" del Teatro San Martín, tiempos en los que conoció a Carlos de la Púa (el poeta de mayor cultura alcohólica de las barras trasnochadas de la Avenida Corrientes) y días en los que decidió abandonar el Colegio Nacional para "condenarse" a autodidacta y poeta.

A los 17 años, Raúl recibió 15 pesos por su poema "A Frank Brown" (el payaso), publicado en la revista Caras y Caretas. Por entonces, ya era un gran conocedor de los bajos fondos porteños, tema esencial de su primer libro El violín del diablo, (1926) donde retrató como nadie ese Buenos Aires de fondas, cafetines y cabarutes de marineros, prostitutas, ladrones y canallas. Libro de 49 poemas que relataban sus andanzas juveniles en el puerto, los suburbios y conventillos, y está dedicado a sus hermanos Enrique y Oscar, ("los más indulgentes espectadores de mis versos"):

"...El dolor mata, amigo, la vida es dura
y ya que usted no tiene ni hogar ni esposa
Si quiere ver la vida color de rosa
Eche veinte centavos en la ranura..." (2)

Este libro, y las influencias de Enrique, su hermano, le permitieron ingresar en el diario Crítica. Su director, Natalio Botana, quien se jactaba de tener en su redacción a los jóvenes poetas de la nueva generación, convocó a Raúl a sus filas. ("....para mí, un buen poema, es la mejor carta de presentación de un periodista...").



[Con sus hermanos Oscar y Enrique, en el patio de la casa paterna en la calle Yapeyú, en 1930 (del archivo familiar). En Santiago de Chile, convalesciente de un infarto, tratado por el Dr. Salvador Allende, quien fuera luego presidente del país (1943). González Tuñón en el viejo Café Tortoni]


El diario Crítica fue una gran escuela de periodismo. Por allí pasaron Nalé Roxlo, Borges, Arlt, Petit de Murat y Nicolás Olivari, entre tantos otros. Tenía Raúl por entonces veinte años y todo el mundo ante sus ojos viajeros y, coqueteando entre los grupos antagónicos de Florida y Boedo, abrazó las primeras vanguardias, participando de la mítica Revista Martín Fierro, junto a Borges, Girondo y Discépolo, entre otros. González Tuñón, hoy suele figurar en las antologías de ambos grupos, por abrazar las premisas del primero, pero sin desoír los dardos afilados que el grupo de Boedo, de la mano de Roberto Arlt, Leónidas Barletta y Alvaro Yunque, lanzaban desde su prosa.

Los hermanos Tuñón fueron un puente entre ambos grupos. Y finalizados los años veinte, cuando la polarización política se hizo evidente, debieron definir su posición. El joven poeta de las tabernas, se convertiría en el primer poeta político-social de la Argentina. Viajero inagotable, los puertos y los caminos fueron su obsesión. Natalio Botana, enseguida comprendió que "este Raúl, el hermano de Enrique, es un pájaro y hay que tratar de tenerlo siempre afuera".

Esta atinada percepción hará que se convierta en corresponsal del diario y allí comenzarán los viajes donde recogerá diferentes vivencias, transformándolas en poesía. La huelga obrera de la Patagonia, en 1921, tiene uno de sus primeros portavoces en Tuñón.

"...la multitud de todos los países que se
[dirigen al sur de la tierra
en busca del pan y de la muerte,
la multitud de todos los países que se
[dirigen al sur de la tierra
en busca de la nostalgia y el olvido,
se detiene ahí donde oasis del viento patagónico
[la tierra estéril
lanza sus perros amarillos." (3)

Producto de estas experiencias como periodista viajando por el interior del país, fue Miércoles de Ceniza, (1928). Aquí, el poeta hizo un reconocimiento geográfico de su propia historia y de la historia de Argentina, en una suerte de revisionismo trasgresor y a contramano del oficialismo. Con este libro, Raúl ganó el premio Municipal. Con los 500 pesos del premio, sacó un pasaje en el buque español "Puerto de Palos", para finalmente "anclar en París". El dinero se acabó pronto, pero nació en consecuencia La Calle del agujero en la media (1930), el gran salto desde los bares de Buenos Aires, hasta una mesa en Montparnasse. Un libro enamorado de París, sus mujeres, sus esquinas, su bohemia y el surrealismo.

"...Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad,
una calle que nadie conoce ni transita.
Sólo yo voy por ella con mi dolor desnudo,
sólo con el recuerdo de una mujer querida
Está en un puerto. ¿Un Puerto? Yo he conocido
[un puerto.
Decir: Yo he conocido, es decir: Algo ha muerto." (4)

Luego de pasar por Barcelona regresó a la Argentina autoritaria de la década infame. Botana participó de esta insurrección militar, incubándola desde su diario. Luego esto jugará en su contra y terminará preso, con su diario clausurado y un breve exilio del que regresó en 1932.

Con Crítica reabierto, estalló la guerra en el Chaco Paraguayo entre Paraguay y Bolivia y fue Raúl el enviado al frente para relatar las patéticas imágenes de la tragedia. Allí vió el horror de los cadáveres de "soldaditos que morían abrazados", el olor a "tierra arañada por la desesperación, a árboles quemados, a restos de trajes, de zapatos". Fue el cronista del dolor inmediato.

"...Tenemos un hambre de perro.
Nos enloquece la fiebre roja.
del otro lado, en la trinchera
enemiga, también están
la sed, el hambre, el sueño. Espera
tu sucio pedazo de pan..." (5)

En Buenos Aires, cerca del puerto, en esas tabernas a las que el poeta adolescente les había cantado; obreros, estudiantes y empleados sin trabajo habían levantado Villa Desocupación. Una vez más, González Tuñón fue el designado para contar lo que allí pasaba. Mezclado entre la gente, escribió el gran reportaje de esas vidas, al que llamó La ciudad del hambre. Luego, cuando allí se estaba organizando una marcha de protesta, Raúl estuvo con ellos, mientras la policía arremetía a tiros y sablazos contra la gente que corría "entre sus casas de cartón y arpillera".

Como reacción inmediata, Tuñón fundó la revista Contra y allí publicó su poema "Las brigadas de choque", una especie de arte poética y discurso ideológico que definía su postura contra la burguesía y "los plumíferos guardianes del orden constituido" Poema, que como es usual para quienes se salen del dogma, le ocasionó cárcel y un procesamiento que tendría veredicto recién en 1965: dos años de prisión condicional.

En 1933, Tuñón decidió exiliarse en España. Durante los años siguientes sucederán hechos fundamentales. Conocerá a su primera esposa, musa de uno de los poemas de amor más bellos:"Lluvia" y publicará El otro lado de la estrella, (1934), una historia de trotacaminos, donde se alternarán relatos y "poesía de cuento", como más tarde definiría su autor. Luego, Todos bailan, poemas de Juancito Caminador, (1935), una especie de alter ego del poeta, imaginado a partir de una etiqueta de whisky Johny Walker, donde se veía a un personaje de bastón y galera caminando por el mundo. Poesía romántica de amores furtivos y grandes amores, mezclada con política y retratos de viajes anteriores.

"...Tú venías hacia mí y los otro seres pasaban
No habían despertado al amor, no sabían nada
de nosotros.
De nuestro gran secreto.
Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos,
la ternura de nuestra fatiga..." (6)

Una sublevación de mineros en España, en 1935, le mostraría una realidad todavía más violenta a la que había conocido como corresponsal del diario de Botana. Conocerá a Dolores Ibarruri, la Pasionaria y trabará amistad con Neruda, (por esa época Cónsul en Madrid), con Federico García Lorca, Miguel Hernández y Rafael Alberti, entre otros compañeros de letras y de lucha. De la sublevación obrera nació La Rosa Blindada (1936), un libro que reúne todos los elementos fundacionales de la épica de Tuñón, acciones heroicas de los mineros con sus mujeres e hijos; la historia de Aída Lafuente muerta en una cuenca minera de Asturias y poemas donde anticiparía el sangriento prólogo a la Segunda Guerra Mundial: el levantamiento de Franco.

"...Donde el carbón se junta con la sangre
y la ametralladora bailarina
lanza sus abanicos de metralla.
Donde todo termina..." (7)

Raúl regresó a Buenos Aires poco antes del fatídico julio del 36’, con el fin de organizar la Sección Hispanoamericana de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. En Argentina reinaba el autoritarismo, el poeta estaba en la mira del gobierno, y tras publicar "8 Documentos de Hoy", donde reunía parte de su trabajo solidario con la República española, se enteró de la muerte de Federico García Lorca y decidió que su lugar estaba en España. Consiguió que La Nueva España, un periódico republicano editado en Buenos Aires, lo enviara como corresponsal de guerra.

Allí verá que la muerte está en las calles y los campos, compartirá el dolor y los bombardeos con León Felipe, Nicolás Guillén y Antonio Machado y dará cuenta de los terribles sucesos, más tarde, en dos libros Las puertas del fuego y La Muerte en Madrid.

"¡Qué muerte enamorada de su muerte!
¡Qué fusilado corazón tan vivo!
¡Qué luna de ceniza tan ardiente
en dónde se desploma Federico!... (8)

En 1939, acompañó a Neruda a Santiago de Chile. En un viaje que inicialmente era de quince días y resultó de cinco años. Allí fundó el diario El Siglo, escribiendo en él dos columnas diarias donde siguió, con su estilo mordaz e irreverente levantando sus contestatarias banderas. En Chile enfermará su esposa y desde allí seguirá Raúl, paso a paso las noticias de la Segunda Guerra Mundial, la ocupación alemana en París, la invasión a la Unión Soviética, la destrucción de Guernica.

Allí pensará más que nunca en sus amigos por el mundo y a ellos les dedicará su libro Canciones del tercer frente (1941), donde se reunían cuatro libros: Himnos y canciones; A nosotros, la poesía; Las calles y las islas y Los caprichos de Juancito caminador.

"...Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente
para que esto cambie de una vez" (9)

En 1943 publicó Himno de pólvora, con poemas y textos en prosa cuyo tema central eran los hechos de la guerra, y la bellísima Elegía en la muerte de Miguel Hernández. Ese mismo año perdió a su compañera y a su hermano, Enrique. A partir de ese momento ellos estarán presentes siempre, buscándolos, rescatándolos a través de sus poemas. Poco después conoció a Irma Falcón, la madre de su primer hija, Aurora Amparo.

Con la irrupción del peronismo, González Tuñón regresó a Buenos Aires y publicó su primer Canto Argentino, libro estructurado en cuatro partes, donde alternaba la historia pasada con la inmediata, una suerte de canto general de las luchas del pueblo argentino.

En el año 1952, Raúl vuelve a casarse, es Nélida Rodríguez Marqués, quien será su compañera hasta el fin de su vida y la madre de su segundo hijo, Adolfo Enrique. Sus poemas retomaron el lirismo de los poemas iniciales, en lo que él mismo definiría más tarde como "realismo romántico" y expresaría claramente en dos libros Hay alguien que te está esperando (1952), donde recordaba a sus queridos que ya no están y Todos los hombres son hermanos, (1954) donde reaparecía el barrio, el tango, el puerto y su vida personal inserta en cada verso.

"...¿Veis, hermanas? Él llega. Pronto, tended la mesa.
No, no se ha ido, no. ¿No es eterna la espuma?
¿Las gaviotas perdidas, el otoño, la bruma?
He aquí, precisamente, a Enrique que regresa." (10)

Un grupo de jóvenes, cercanos a la estética de González Tuñón formaron un grupo literario llamado "El pan duro", que funcionará entre el año 55’ y el 57’. De allí surgirá el primer libro de Juan Gelman: Violín, y otras cuestiones, y José Luis Mangieri creará la editorial La Rosa Blindada donde Raúl publicará algunos de los libros de su última producción.

Desde 1963, el poeta de los caminos, realizará sus últimos viajes y se sucederán nuevos libros: Demanda contra el olvido (1963); Poemas para el atril de una pianola; El rumbo de las isla perdidas; y La veleta y la antena (1969), afianzando elementos dispersos de libros anteriores, mezclados con recuerdos, nostalgias, que aludían a la bohemia, la política y el amor. Ellos, serán una especie de autobiografía poética, una síntesis de la obra de su vida, de la vida de su obra.

"...La nostalgia es la cita azul con el pasado
y una forma del sueño.
Esa corriente oculta y silenciosa
que se opone al olvido con decoro.
Es el domingo triste del recuerdo.
y la suave saudade de lo que un claro día
fue tocante, entrañable.
De lo que hubo hondo y bello
entre tantas cosas...
No sólo es el pasado,
tiene intención de futuro.
Adivina, espera
aquello que mañana no afeará la vida." (11)

La noche del 13 de agosto de 1974, Raúl escribió su último poema, en homenaje a Victor Jara, el cantor asesinado por la dictadura de Pinochet. Al día siguiente, a la hora de la siesta partió para encontrarse con él, con Federico, Antonio y Miguel, con Amparo y Enrique, con el abuelo imaginero y el abuelo socialista, para junto a todos ellos, esta vez caminar el cielo, pintándolo de poemas y de revoluciones.

_______________
Notas:

"El Barrio", de A la sombra de los barrios amados, 1957. Ed. Lautaro - Buenos Aires.
"Eche veinte centavos en la ranura", de El violín del diablo, 1926. Ed. Gleizer - Buenos Aires.
"El cementerio patagónico", de La Rosa Blindada. 1936. Ed. Federación Gráfica Bonaerense - Buenos Aires.
"La calle del agujero en la media", de La calle del agujero en la media, 1930. Ed. Gleizer - Buenos Aires.
"La pequeña brigada", de El otro lado de la estrella. 1934. Ed. Sociedad amigos del libro Rioplatense - Montevideo
"Lluvia", de Todos bailan (poemas de Juancito Caminador) 1935. Ed. Don Quijote - Azul.
"Donde todo termina", de La Rosa Blindada, 1936. Ed. Federación Gráfica Bonaerense - Buenos Aires.
"Muerte del poeta", de La muerte en Madrid, 1939. Ed. Feria - Buenos Aires
"La luna con gatillo", de Canciones del tercer frente (Himnos y canciones), 1941. Ed. Problemas - Buenos Aires.
"Enrique González Tuñón" de Hay alguien que está esperando (el penúltimo viaje de Juancito Caminador), 1952. Ed. Carabelas - Buenos Aires.
"Elogio de la nostalgia", de Poemas para el atril de una pianola., 1965. Ed. Horizonte - Buenos Aires.
Fuentes:

El hombre de la Rosa Blindada, Pedro Orgambide. (1998) Ed. Ameghino - Buenos Aires.
Conversaciones con Raúl González Tuñón, Horacio Salas (1975) Ed . La Bastilla - Buenos Aires.
"Los proyectos de la vanguardia",(1968) Centro editor de América Latina.

Raúl gonzález tuñón
EL CABALLO MUERTO

MEDIA NOCHE. Sobre las piedras
De la calzada hay un caballo muerto.
Aún faltan cinco horas
Para que venga el carro de “La Única”
Y se lo lleve. Ese caballo viejo,
hedoroso de sangre coagulada,
ese pobre vencido, fue un obrero.

Un hermano del pájaro, un hermano del perro.
Fue el hermano caballo que anduvo bajo el sol,
que anduvo bajo el agua, que anduvo entre los vientos
tirando de los carros
con los ojos cubiertos.
Fue el hermano caballo. Ninguno irá a su entierro.




ESCRITO EN UNA TRASTIENDA

EN TODOS los puertos del mundo
descansa la noche
sobre los navíos oscuros
y reza su rosario de lunas
el viejo lobo curtido y silencioso.
Palomas de las músicas vagabundas
picotean los fanales encendidos.
Tu recuerdo ha hecho hueco en mi mano sin luz.
Ah, llegar a tu cabellera rubia como a un puerto final.

Atracan los astros
y detrás de los grandes murallones de sombras
luces multicolores se roban las miradas
y las estrellas son afónicas
como la voz de la violinista tuberculosa
cuya tos en el bar es obligatoria.
El alcohol anda en zancos y las mujeres canallas
Pasean su olor a polvo y su cansancio.

En todos los puertos del mundo
hay alguien que está esperando.

Hasta muy cerca de los navíos
salen los patios
y entran por los oídos de los marinos.
Un sabor dulce, un amargo sabor.
En todos los puertos del mundo
hay vagabundos como yo
que asoman al asombro lejano
el corazón, como un barquito en la mano.

Hay una calle, larga borrachera,
pedazos de noche dispersada
y cuando llega el alba roja y con su clarín
revuela pájaros alucinados,
en todos los puertos del mundo
hay alguien que está esperando.





LA CALLE DEL AGUJERO EN LA MEDIA

YO CONOZCO una calle que hay en cualquier ciudad
y la mujer que amo con una boina azul.
Una calle que nadie conoce ni transita.
Yo conozco la música de un barracón de feria,
barquitos en botella y humo en el horizonte.
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad.

Ni la noche tumbada sobre el ruido del bar
ni los labios sesgados sobre un viejo cantar
ni el affiche gastado del grotesco armazón
telaraña del mundo para mi corazón.
Ni las luces que siempre se van con otros hombres
de rodillas desnudas y de brazo tendidos.
Tenía unos pocos sueños iguales a los sueños
que acarician de noche a los niños queridos.
Tenía el resplandor de una felicidad
Y veía mi rostro fijado en las vidrieras
Y en un lugar del mundo era un hombre feliz.

¿Conoce usted paisajes pintados en los vidrios
y muñecas de trapo con alegres bonetes
y soldaditos juntos marchando en la mañana
y carros de verdura con colores alegres?
Yo conozco una calle de una ciudad cualquiera
y mi alma tan lejana y tan cerca de mí
y riendo de la muerte y de la suerte y
feliz como una rama de viento de primavera.

El ciego está cantando. Te digo, amo la guerra.
Esto es simple, querida, como el globo de luz
del hotel en que vives. Yo subo la escalera
y la música viene a mi lado, la música.
Los dos somos gitanos de una troupe vagabunda.
Alegres en lo alto de una calle cualquiera,
alegres las campanas con una nueva voz.
Tú crees todavía en la revolución
y por el agujero que coses en la media
sale el sol y se llena todo el cuarto de sol.

Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad,
una calle que nadie conoce ni transita.
Sólo yo voy por ella con mi dolor desnudo,
sólo con el recuerdo de una mujer querida.
Está en un puerto. ¿Un puerto? Yo he conocido un puerto.
Decir: Yo he conocido, es decir: Algo ha muerto.



COSAS QUE OCURRIERON EL 17 DE OCTUBRE

EL AUTOMÓVIL se lanzó a la carrera con un ronquido impresionante.
El Intendente visitó esta tarde los barrios obreros húmedos y rencorosos.
A los 20 años sólo creíamos en el arte, sin la vida, sin la revolución.
Volveremos a las usina, al olor de la multitud y los descarrilamientos.
A las 5.7 estalló una bomba frente al Banco de Boston.
A las 5.17 el tranvía cayó al Riachuelo.
El Restaurant Reis queda en Río de Janeiro.
¿Nise o Nice, se llamaba la mujer de Mario Magalhaes?
El tranvía escapaba por el morro la oruga tierna, luminosa.
Pero al fin se dio vuelta en el recodo y se perdió.
Y así se perdió y así se pierde casi todo en el mundo.
Cuando volví mis viejos compañeros habían desaparecido.
Los niños juegan en la alfombras y ellos no saben nada;
por los ojos les entra la página del Veo y Leo.
(“¡Fuego, fuego! La casa se quema. Vienen los bomberos”).
Los enanos juegan en los calveros de los grandes bosques.
HA hecho de mi querida una verdadera camarada.
Me bebo un seco de Gordon, bailo un blues, me enamoro de algunas chimeneas
y me río de los millonarios.

El pobre hombre dijo cuatro palabras y cayó muerto acribillado.
El coronel entregó personalmente 5 pesos a cada soldado.
Le habían dicho: “Mañana, al alba, será usted fusilado”.
Los otros condenados aullaron agarrados a las rejas.
Tres niñas de la Sociedad van a ser presentadas al Príncipe de Gales.
El Parque amaneció cubierto de preservativos.
Josefina II ha pasado recién como un silbido.
Se acercará al muelle y las lindas muchachas bajarán, de sombrilla.
¡Qué macanudo!
(“¡Fuego, fuego! La casa se quema. Vienen los bomberos.”
“Sofá. Cama. Sopa. Cada nabo soso. La bola va sola.”)
El hombre fusilado debe estar ya medio destruido en la Chacarita.
América Scarfó le llevará flores, y cuando estemos todos muertos muertos,
América Scarfó nos llevará flores.


BLUES DE LOS PEQUEÑOS DESHOLLINADORES

¿TE ACUERDAS de los turcos vendedores
de madapolán?
¿Y de los muñecos de trapo quemados en la
noche de San Juan?
¿Te acuerdas de los pequeños deshollinadores
y de los negros candomberos
y de mí que en las tardes de lluvia
detrás de los vidrios
miraba el paisaje caído en la zanja?


¿Te acuerdas del muro del día escalado, ardido,
mordido como una
fruta?
¿Te acuerdas de María Celeste?
Pues hoy María Celeste es una
prostituta.
¿Te acuerdas de la tienda fresca, violeta, rosa
y el torcido y verde farol?
Pues Juan el Broncero es hoy
un ladrón.

¿Te acuerdas de los pequeños deshollinadores
oscuros, oscuros?
Pues hoy los pequeños deshollinadores
son hombres maduros
que gritan en las cantinas
escupen polvo en las negras fábricas
y aguardan las yiras fugaces
en los baldíos y en las esquinas.


EL CEMENTERIO PATAGÓNICO

A VECES el viento patagónico es un cazador barbudo y alto.
Viene como la música, trae los ruidos del desierto y la
montaña.
Marcha de puesto en puesto entre balleneros, entre
quillangos.
Marcha de pueblo en pueblo entre gin, entre pescadores,
entre fulleros.
Marcha de campamento en campamento
entre canallas enriquecidos con la sangre de los
desgraciados.
Marcha de puerto en puerto entre rufianes, entre palomas
heladas y garúas,
entre asesinatos, entre monedas chilenas y argentinas,
trashumante.
Las prostitutas de los climas sureros lo siguen, alucinadas.
Todas las prostitutas -en su mayoría pelirrojas- lo
siguen.

El continúa su marcha, la escopeta al hombro, los ojos
llovidos.
Él, el vientre del cazador, continúa su marcha
y va a perderse hacia quién sabe qué archipiélago,
hacia quién sabe qué cinematógrafo,
hacia quién sabe qué enloquecida alcantarilla.

A veces, nuevo avatar, el viento patagónico es una sirena
del aire.
En los hangares de la madrugada atrae a los aviadores.
Los pequeños mecánicos comprueban con júbilo
la velocidad del viento a ras de tierra
y cuando arriba el altímetro señala una capa favorable
de aire
la sirena los lleva con su canto,
la terrible sirena los lleva con su canto de brumas y
lloviznas y nieve,
y ellos van a estrellarse
sobre enormes malolientes colonias de elefantes y lobos
marinos,
sobre plantas de petróleo, sobre columnas de asustados
guanacos,
sobre los rojos galpones de las curtidas villas del Sur.

Cazador o sirena el viento manda en la Patagonia.
Cazador o sirena se detiene en el corazón de Patagonia.
Él, cazador o sirena,
Camarada de los auténticos trabajadores de la Patagonia
se detiene
y va a rendir a la ceniza de los obreros asesinados por
el Gobierno,
un homenaje de silencio cargado de tormenta. Trashumante.

En Santa Cruz, entre el mar y los montes
yo he visto el pequeño cementerio de los huelguistas
fusilados.
Unos, mal enterrados, en la fosa abierta por ellos,
asoman la punta del zapato con tierra y lagartijas.
Otros, enterrados vivos quizá,
una mano de hueso implorante picoteada por los cuervos.
Y no es extraño ver a lo largo del camino restos de otros,
curioso contenido de la intemperie.
Las caravanas de los desposeídos de la tierra, las largas
filas de linyeras forzados,
la multitud de todos los países que se dirige al sur de la
tierra
en busca del pan y de la muerte,
la multitud de todos los países que se dirige al sur de la
tierra en busca de la nostalgia y el olvido,
se detiene ahí, donde, el oasis del viento patagónico, la tierra
estéril lanza
sus perros amarillos.
Allí donde la aullante tierra reseca desafía a las nubes,
viajeras de tres cielos
Allí, donde las brújulas de los barcos perdidos, ya fantasmas,
señalan contra las costas, al fin, el rumbo de una próxima
venganza.

Y es inútil, tuertos, sin pierna, todos los marineros ha partido.
Todos los petroleros han partido
y las calderas pueden estallar a la salida del gran golfo.
Todas las prostitutas han partido detrás del viento cazador.
Todos los aviadores de línea han despegados
y van detrás de la sirena viento.
Los peones del campo, las hormigas del cuero, el
frigorífico y la lana han partido.
Y los recaudadores de Tierras y Colonias han partido.
Y ellos quedaron solos con las blusas agujereadas
y con los agujeros de la carne sin la carne.
Únicamente el viento cazador o sirena, adormece dulcemente
su muerte.
Adormece delicadamente su putrefacta muerte, esa útil
muerte.
Ese violento arroyo de ceniza
Que subterráneamente ha desembocar en la revuelta
y en cuyas aguas, grises y calientes, mi voz templa un
acero conocido.


LOS NIÑOS MUERTOS

(“Por la Casa de Campo
y el Manzanares
quieren pasar los moros.
¡No pasa nadie!”
No pasa nadie, no,
no pasa nadie,
sólo pasa la muerte
que va a buscarles.)

MURIERON como todos los niños sin preguntar de qué y por
qué morían.
A las 10 de la noche los aviones negros arrojaron bengalas
como en la verbena.
Al espía que hizo señales desde una ventana le agujerearon
el cráneo.
La muerte, con traje de luces, dio varias vueltas por la
ciudad.
A las 10 y 2 minutos un estruendo redondo siguió a cada
silbido.
Los tranvías se lanzaron a la carrera y un espacial azul
agonizante.
El primer muerto falso fue un maniquí desvelado amarillo.
Todos los grifos de la ciudad fueron abiertos, todos los
vidrios se arrugaron.
El espía apretaba en su mano un plano del Museo y un
trabuco.
En las mansiones incautadas los señores de los óleos
parecían decir: “No nos dejéis”.
Los periodistas extranjeros hicieron cola para ver a la
primera señorita muerta.
Los pianos cerrados de pronto con el ruido del féretro
desplomado,
el olor del jardín mezclado al del humo y la carne
chamuscada,
el hombre que precisamente a esa hora va en busca de la
comadrona,
la estatua sin cabeza con un letrero que decía Peluquero
de Señoras,
el ladrido de los perros más solo que nunca al fondo de
los corredores,
todo pasó rápidamente, como en el cine, cuando aún se
oía el zumbido de la avispa gigante.

Los niños muertos por juguetes, asesinados por grandes
mecanos armados,
con los que ellos soñaban cada noche, fueron recogidos
al alba sin mercados,
sin máscaras sueltas, sin churros, sin canciones (fue la
primera vez),
sin caballos blancos, sin manicuras, sin timbres de relojes,
entre ambulancias,
linternas, sábanas, delegados del gobierno, funebreros y
vírgenes llorando.
La sangre de los primeros niños muertos corrió toda la
noche.
Cada niño tenía un número sobre el pecho, el 7, el 9,
el 104, el 1,
pero la sangre corrió y se hizo río y fue una sola entonces,
la primera que corrió por los canales del sobresalto y el
rencor.
En la tierra por ella regada en la noche creció la rosa
de la pólvora,
la rosa que hoy vigila las puertas de Madrid y cuando
se acerca la avispa
lanza contra ella sus furiosos pétalos junto a los hombres
que sonríen,
a nuestros bravos soldados que sonríen porque saben por
qué pelean y mueren.


LOS VOLUNTARIOS

(“Puente de los Franceses,
nadie te pasa,
porque los milicianos
¡qué bien te guardan!”
Qué bien te guardan, sí,
qué bien te guardan,
cubiertas de ceniza
la madrugada.)


NO PREGUNTARON

Vinieron de tierras subidas a los mapas.
Según la latitud agrias o dulces,
duras o fraternales.
Oh viajeros,
con puñales, con rosas, fotografías de jefes queridos,
de niños solos, lugares y muertes.

No preguntaron.

Así vinieron,
nadie los llamó.
Un día llegaron a morir en los muros de la ciudad
sitiada,
de la que sólo vieron sus orillas.

No preguntaron.

¡Tan delicadamente!
Qué aristocracia popular,
qué señores de la sangre y qué ilustre morir
cuya herida
explicaba el secreto de la pólvora.

No preguntaron.

Ellos,
los hombres de la primera columna voluntaria,
no preguntaron ¿cómo va el museo?
¿dónde están las mujeres y las coplas?
¿cómo se come aquí? ¿dónde está la taberna?
¿cómo se va a la catedral? ¿dónde está el cementerio?
ni cualquier otra cosa que pregunta un viajero
que conoce la sed, el hambre, el mundo.

No preguntaron.


LOS OBUSES

Una muerte, la muerte,
se alimenta a la noche de cadáveres suyos.
Olor dulce, horroroso, que fermenta la pólvora,
su digestión violeta se acompaña de estruendo.
Por la mañana un viento desprevenido
lleva la muerte vomitada por la boca redonda.
Son los obuses.

Cargados de relámpagos, navajas, ambulancias,
sobre una soledad de evacuación distante
pasan rozando las últimas veletas
de enloquecidos gallos ciegos ya silenciosos,
pasan sobre negocios llenos de nadie
buscando un hospital y el corazón de un niño.
Son los obuses.

Cargados de mentira, de miseria, de metralla,
como una enorme M de miedo y muerte oscura.
Son los obuses.

Yo vi el árbol desnudo, el foco abierto,
la reventada piedra, el vidrio herido,
la sangre todavía
como no se ve nunca en los museos
ni en los teatros.
Son los obuses.

Son las panteras del aire desatadas
que vienen de la selva de acero y pólvora amarilla,
la muerte hecha pedazos buscando la inocencia
y su paloma.
Son los obuses.

Una mitad de novia contra el balcón ardido,
Sus manos, ya lejanas, estrelladas, perdidas, estrelladas;
luego la masa sola del niño y el caballo,
la muerte por la boca redonda vomitada.
Son los obuses.


LOS OBUSES (2)

TODO pareció quedar en orden pero era terrible.
Dos manos cortadas dentro de una guitarra,
un tiesto en el sombrero de novia, un árbol en el cuarto,
las fotografías sin el menor rasguño
prolongando la falsa vida de los parientes, el recuerdo de
la Exposición,
Joselito, Lenin, todo mezclado al olor del relámpago.

Esa tremenda mancha en la pared como un ladrido pintado,
como un ladrido de perro enfermo y solo,
ese caballo de madera orgulloso, intacto,
llevado a la más alta ruina por el viento de los obuses.

Donde nacieron los pequeños, donde velaron a los muertos
-cuando era posible morirse con las manos juntas-,
donde crecieron las telarañas
y se fueron inclinando a la tierra los más viejos,
donde yace el corazón,
el reloj del hogar que vio pasar los días y los rostros,
allí no es posible ver otra cosa que el vacío,
el primero y más firme cimiento de una casa.

Ya pasaron viniendo del Oeste y he aquí su obra
-ni el tiempo la hubiera hecho tan perfecta-,
muchos otros muros no ceden pero éste se cayó de pronto
como una encina demasiado vieja,
el mismo aire del obús que pasa enloquecido la hubiera
derribado.

Así cayó, así cayeron con él las buenas gentes, las palomas,
la veleta,
y el sol que estaba entonces dorando los canarios.

La noche de ceniza se hizo sobre la casa, de súbito cubrió
los restos,
las cosas que quedaron.

Así fue, mientras nuestros bravos soldados
combaten en la cintura de la ciudad maravillosa.
Muertos sin hospital, sin velatorio, sin entierro; muertos
anónimos, sí,
pero amados, es por vosotros que nosotros vivimos
para esperar que crezca la flor nueva del mundo, en
vuestras ruinas.


EN EL PUERTO

A una señal dejaron de moverse las grúas,
el pájaro de hierro plegó sus alas grises
y en los oscuros barcos de los países
sólo se oía el pálido rumor de las garúas.

En cercanas recobas de reverberos crudos,
de ásperos impermeables y cáscaras de fruta,
comen agrios pescados los marineros rudos.
Rasca un violín insomne la joven prostituta.

Sus dulces nombres mecen las barcas de la orilla,
sin carbón, sin aceite, sin guía, sin destino.
De los amplios galpones llega el olor del vino.
La fugitiva rata corre a la alcantarilla.

Ya sus perros de niebla lanza el viento en el puerto.
Rondan los barcos mudos invisibles gaviotas.
Los mascarones sueñan con ciudades remotas.
Llueve sobre la gorra del marinero muerto.





EL ENTIERRO DE LA GAVIOTA

¡SALUD las viejas barcas! Deja el crimen que el ciego
relata junto al órgano con arañas dormidas.
Ya está podrida, muerta, la pobre estrangulada.
Eh, tú, dile al patrón que venga con nosotros.

¿Dónde enterrarla, en qué fina tumba del aire?
Ella, que amó partidas y retornos y tuvo
esa delicadeza de morir en la proa
donde los mascarones cayeron para siempre.

Allí donde están ellos descansando, entumidos,
verdes, hinchados, rígidos, de pie, como los ángeles.
En el fondo del mar donde está la botella
Con el mensaje último, de misteriosa cifra.





EL POETA MURIÓ AL AMANECER

SIN UN céntimo, solo, tal como vino al mundo,
murió al fin en la plaza frente a la inquieta feria.
Velaron el cadáver del dulce vagabundo
Dos musas, la esperanza y la miseria.

Fue un completo de su vida y su obra.
Escribió versos casi celestes, casi mágicos,
de invención verdadera
y como hombre de su tiempo que era
también ardientes cantos y poemas civiles
de esquinas y banderas.

Algunos, los más viejos, lo negaron de entrada.
Algunos, los más jóvenes, lo negaron después.
Hoy irán a su entierro cuatro amigos de veras,
Los parroquianos del café,
Los artistas del circo ambulante,
unos cuantos obreros,
un antiguo editor,
una hermosa mujer,
y mañana, mañana,
florecerá la tierra que caiga sobre él.

Deja muy pocas cosas, libros, un Heine, un Withman,
un Quevedo, un Darío, un Rimbaud, un Baudelaire,
un Schiller, un Bertrand, un Bécquer, un Machado,
versos de un ser querido que se fue antes que él,
muchas cuentas impagas, un mapa, una veleta
y una antigua fragata dentro de una botella.

Los que le vieron dicen que murió como un niño.
Para él fue la muerte como el último asombro.
Tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido,
y un pájaro en el hombro.






BLUES DEL BARCO ABANDONADO

A Evita Botana

AQUÍ estoy desde el día en que varó la rosa.
Nadie podrá saber quién distrajo su rumbo.
Aquí fui destruyéndome y hoy, casi vuelto al árbol,
sólo la fiel madera permanece en su forma

La tempestad me trajo del pedrusco y el limo
que arrebaté al secreto de las aguas atroces.

Los náufragos partieron y el capitán, sin novia,
quedó en los arrecifes lejanos del olvido.

Cuando la luna saca mi mascarón a flote
la aventura vacía se puebla de recuerdos,
donde en el remolino de las ondas amargas
una paloma besa la frente de la noche.

Vuelvo a ver hondos puertos de carbón y de sal,
tiestos en la ventana del aduanero triste,
y oigo los acordeones que en los barcos de sombra
dicen dulces Italias en nostalgia de mar.

Vuelvo a ver marineros que cantan en las fondas,
deliciosos tatuajes con nombres de mujeres,
la cajita de música y el pontón fatigado
en donde el ángel vela su sueño de gaviota.

Vuelvo a ver horizontes de aldeas sumergidas,
lavanderas que lloran a los maridos muertos,
callejones con fondos de silueta de ahorcado
y el muelle, cuando atracan las ratas perseguidas.

He bordeado la isla de florida fragancia
la tarde en que me vieron pasar los pescadores.
Yo iba a recoger a sus hijos perdidos
en el feroz remanso que devoró la balsa.
Vencedor de la niebla, timonel del ojo astuto,
por los ríos famosos cargué placer y pena,
alegres contrabandos de amores fugitivos,
el jugador fullero y el leñador oscuro.

Ni los soles tremendos ni la bruma enervante
consiguen abatir mi esqueleto solemne.
Sólo turban la paz de mi prisión mecida
los asaltos furtivos de los niños salvajes.

Quisiera ser un puente, un andamio, un refugio
en la lluvia o el féretro de los exploradores.
No estar aquí tumbado, deshabitado, eterno.
Quisiera ser el arca del último diluvio.

A veces desde el tiempo, por la playa desnuda
viene Mary Celeste. Su adolescencia errante
bajo la Cruz del Sur se tiñe extrañamente
y me contempla, solo, desierto de la espuma.

Su clara aparición me hace amar esta orilla,
el otoño mojado y mi antigua congoja.
Entonces un albatros nace en alguna parte,
y se torna dorada mi magnífica ruina.


EL CEMENTERIO DE LOS TRANVÍAS
(Loria y Carlos Calvo)

En un galpón enorme -donde estuvo la fábrica-
ese armazón oscuro con el techo llovido,
cual carros amarillos que mascaritas pálidas
de extintos carnavales ahora habitarían,
duermen, esperan ¿qué? los vacíos tranvías,
esqueléticos, sucios. Los miro y los comprendo.
Como ellos, así fueron arrumbados un día,
por inservibles, hijos del bíblico dolor,
los nevados obreros, las máquinas vencidas,
los juguetes usados por niños que partieron,
los tristes jubilados y los gorriones muertos,
fotografías borrosas, viejas cartas de amor.

Una esquina en el barrio, tristona y pintoresca
como un destartalado, gris, espectral telón,
cayendo en un teatro de suburbio sombrío,
cuando todos han muerto, sin el apuntador…
Y ahí están, los saludo, la calle solitaria,
esta noche y los árboles del otoño que hablan,
con su sombra, un dialecto que sólo entenderían
Chaplin, los faroleros, las gaviotas y vos.


EDGAR POE

PETER Brueghel, Iernimus Bosch, y Patinir,
Goya y Petrus Borel lo hubieran comprendido
(¿quién dijo que el delirio de la razón
engendra monstruos?).
La sociedad de los Rotarios,
los linchadores de negros y de rosas,
los verdugos de niños y de sueños
le daban asco y él bebía, ¿para olvidar?,
cuando aún no existían
las letras de los tangos tristes.





BAUDELAIRE

FUE UN profeta y vislumbraba el siglo
en que la acción fuera hermana del sueño
y reinventó la poesía, una manera
de recordar que el poeta es un hombre
al que a veces agobian la incomprensión, el barro,
el alquiler, la luna.
Pero él fue poeta, inmenso como un río.
Un río puro impuro
que arrastró légamo y estrellas.





RIMBAUD

…¿PERO por qué murió allá en Marsella
tan cerca de la luz atrevida del muelle,
la Canabière, la sopa de pescado,
las rosadas mujeres de la feria
y el viejo olor que viene de los barcos
sin confesar dónde enterró la poesía
-como a un pájaro loco-, en qué baldío,
en qué lámpara pura, en qué ventana,
en qué lluvia crecida con violetas?

Donde el futuro está esperando





EPITAFIO PARA LA TUMBA DEL POETA DESCONOCIDO

FUE UN poeta de su vida y de la vida.
Porque además del diálogo del hombre con su tiempo
la poesía es un estado de ánimo,
fue siempre el suyo un vago amar
y sentir y esperar no se sabe qué cosas:
y no pudo escribir ni un solo verso.
La muerte, la inquirida “Tía de las muchachas”,
Se lo llevó una tarde de azul desprevenido.
Murió de inanición, como Meg Merrillies,
la que en vez de cenar contemplaba
fijamente la luna sobre el bosque.

Tanta es su soledad que el olvido se toca





DESPUÉS DE LA MUDANZA

EL NIÑO triste mira con asombro
el patio donde había cielo.
La marca que dejó en el muro
la fotografía de la boda.
El sitio donde estuvo el piano
(su música, como la lluvia).
La ventana donde el otoño
daba su luz a los malvones.
¿Y cómo la verá un día,
vaga, distante, en el recuerdo?

La carta que cayó del mueble
como una hoja del tiempo.





LA MUERTE DE LA MUÑECA PINTADA

(“Todo el mundo está siempre tiro-
neando de una. Todos parecen querer
un pedazo de una. MARILYN MONROE.)


TODOS la tironeaban.
Hollywood le arrancó el pedazo más grande.
Sólo quedaba de ella el corazón
-Un Desolado Corazón-,
la lluvia pródiga de su cabellera,
la última claridad de su mirada
y una calle de infancia y abandono.

Construida en la fábrica de sueños
se rompió como un sueño
rodando en pesadilla al césped donde yacen
los gorriones caídos y el verano.

Y fue el tocante Réquiem para una Marilyn:
Los extras acunaron la muerte de la estrella
con un terrible blues de lágrimas oscuras.


LOS SUEÑOS DE LOS NIÑOS INVENTANDO PAÍSES

“Cuando paso frente de un local don-
de exponen pinturas de niños, sigo de
largo.”
BATLLE PLANAS

PORQUE el niño conserva todos los libres bríos
de la invención, baraja sus monstruos increíbles
y sus enloquecidos ángeles.
La bárbara inocencia sin prejuicios de la primera pureza
y el espléndido caos, el delirio de la razón, la fantasía.

El niño es el primer surrealista.

Y crece es hombre, y sigue viviendo más no sabe
y quien lo lleva adentro así lo ignora.
A veces, de manera sutil, eso supongo,
en cada acto adulto la infancia nos vigila
-una voz, un suceso rotundo, familiar, una lámpara,
una paloma herida con mensaje-.

Todo hombre en el final minuto de su invierno
piensa en algo lejano cuando muere.
Y la muerte es el último país que el niño inventa.




BLUES DE LA BOHARDILLA

Estoy solo en mi cuarto y por eso viene la fiebre
verde a devorarme.
¿Cómo te diré mi más bello poema? ¿Qué hará mi
corazón tan solo?
Los tejados deslizan hasta el suelo musgo y cantos
de pájaros.
Otras tantas muertes ruedan en la canaleta del día.
Las lavanderas inclinadas en las bateas y los chi-
quillos pecosos que crecerán sin cultura.
Los obreros que vuelven de los talleres sólo recuer-
dan ruidos.
El rumor de la ciudad achicado, perdido en el
rumor de las alcantarillas.
El muro del asilo fresco y sonoro y dos árboles y
dos ventanas y dos luces y dos pesos. Solamente dos
pesos.
Y el reloj que no quiere detenerse para aguardar-
te y sigue palpitando el tiempo.
Y los libros ya manoseados llenos del drama que
superamos.
Y los retratos, otras tantas muertes colgadas.
Otras tantas ruedan por la canaleta del
día.
Y el penúltimo cigarrillo que arrojamos sin sentir
por el ojo de buey de la soledad.
Y el trepidar del tren asombrando la entraña de
la tierra.
Un grupo de croatas ha invadido la zona de Ber-
chold en busca de oro.
Los hombres dentro del túnel buscan el oro que
nace sucio y socavan la sociedad cuya base no podrá
ser el dinero sucio.
Los cadáveres marchan con una linterna en la
frente.
Así murió el padre de Catalina.
Un hilo de sangre le salía de la boca al asesino.
Nada se sabe del submarino hundido.
Señores profesores: el materialismo dialéctico es
también poesía.
Piensa que en el fondo de los mares andaba y ape-
nas salía a flote para ver con su único ojo terrible
los navíos a la distancia.
Piensa que fue afilado y sereno y tuvo gracia de
perfectos tornillos.
75 hombres están agonizando dentro del sub-
marino.
A la hora de cerrar esta edición.
A semejante profundidad no llegarán los buzos, el
cable de oxígeno, el discurso del Almirante, los so-
llozos de los parientes, los nombres de las tabernas,
las mujerzuelas de los muelles, el hinchado viento
del puerto, nuestro viejo amigo.
¿Paciencia?
Ayer enterraron al tercer pistolero muerto. (Los
policías dispararon sobre él mientras dormía.)
Es tiempo de ocuparse del hombre.
De Dios nos ocuparemos más tarde.
Y cada uno puede cultivarlo a su hora.
¡Viva Nicolás Lenín!
A los quince años me decidí por la aventura y
soy en potencia el más grande de los aventureros.
Mis camaradas no lo saben y a mí me importa un
comino que ni siquiera digan como la dueña de mi
casa: -“Si él quisiera…”
Es tremendo pensar en la vida microscópica que
se realiza en las aguas estancadas.
En el Instituto Osvaldo Cruz, de Río de Janeiro,
pude comprobarlo.
La intimidad de mi esperanza no conoce el reposo.
Mi sueño no tiene límite y está siempre despierto.
Escucha ahora el silencio, la noche de mármol, la
línea oscura del horizonte, la estatua de la plazoleta,
el canto del borracho conocido.
Amiga, pequeña amiga, qué horrible es estar tris-
te y los poetas creen lo contrario.
El sulfato de cobre se disuelve en un litro de agua.
La lluvia ha venido con todos sus tambores.
Un ejército de burbujas se ha instalado en el techo.
Me martiriza la soledad, me ahoga, me devora
una fiebre verde, como si estuviera en el corazón
misterioso de Africa.




RAUL GONZALEZ TUÑON



Fue un poeta enorme como un siglo,la soledad de los barcos hundidos , la luna y el desamparo lo acompañaron donde fuera. La masacre española lo marcó para siempre. Los niños asesinados por las hordas franquistas y el heroísmo de las Brigadas Internacionales dieron formas a sus poemas mas vibrantes.
Elvio Romero decía que Tuñón era “un poeta de ciudad”. Le cantó a la veleta, al organito,a las fábricas abandonadas, a la sombra de los viejos tranvías, los cascos oxidados, a los hombres abandonados a la suerte del alcohol, la tragedia de una mudanza para un niño ...
Quiso otro destino para el hombre y ese destino forjó su luna con gatillo.No cabe duda que la”muerte fue su último asombro”.
Cuando nuevas generaciones de poetas equivocan radicalmente su rumbo, sería bueno que aunque sea lo leyeran a escondidas. Tal vez entenderían “que todo en broma se toma/todo menos la canción”

© Francisco A. Chiroleu -2005


BUENOS AIRES, 1905-1974.

Poeta y periodista, comenzó a publicar sus primeros versos en revistas como "Proa" y "Martín Fierro". Compartió con el grupo de Florida los experimentos formales, y con el de Boedo la preocupación social, que con el tiempo fue acentuándose en su obra. Entre sus libros se cuentan: "El violín del diablo" (1926), "Miércoles de ceniza" (1928), en los que se animan tipos y parajes suburbanos; "La calle del agujero en la media" (1930), revelación poética de París, "Todos bailan"," Poemas de Juancito Caminador" (ambos en 1934); "La rosa blindada" (1936), poesía política, al que siguen otros del mismo carácter; "Primer canto argentino" (1945); "Todos los hombres del mundo son hermanos" (1954); "A la sombra de los barrios amados" (1957) y "Demanda contra el olvido" (1963).


CON EL AGUJERO EN LA MEDIA
Durante los primeros meses de 1973, Horacio Salas charló largamente con Tuñón, grabó su historia de vida, de laburo, de viajes, de política, de poesía y de poetas. El resultado fue un libro hermoso –Conversaciones con Raúl González Tuñón– que salió en el ’75 y que el poeta, por unos meses nomás, no llegó a ver publicado. Pero nosotros sí. También teníamos desde fines de los ’60 el disco en que decía sus poemas, laburo de Héctor Yánover, alguien que antes y después –como no hace tanto Pedro Orgambide– se ocupó de hacer leer y oír a Tuñón. Y todos pero todos quedamos –autores interlocutores y lectores oyentes– claramente tocados. Es que Tuñón no era ni es de ésos aparatosos que te sacan, ni de los provocadores que te voltean, ni de los solemnes que te aleccionan. Tuñón es de los que te conmueven, te hacen moverte con él y a partir de él.
Y es un gran poeta. De semejante intensidad que pudo sobrevivir tanto al ninguneo de los dueños ideológicos de la pelota cultural que lo tachaban con negro, como a los dogmas de la disciplina partidaria que lo subrayaba mal y con rojo. Como el pasto que vuelve y vuelve entre y pese a las junturas de los adoquines –la imagen me lo asocia a Pugliese, con quien comparte un destino y entonación comunes–, la poesía de Tuñón tiene algo de invencible y de verdadero.
Lo que vive de tantos poemas es, en principio, los climas, las atmósferas, los personajes y lugares clavados por versos llanos y definitivos: “Entonces comprendimos que la lluvia era hermosa” en el comienzo de Lluvia; la letanía de Los seis hermanos rápidos dedos en el gatillo, o el detalle de Los ladrones que “cuando la madre se les muere / le ponen luto a la guitarra”.
Y después las imágenes, mínimas escenas iluminadas y en foco, pero sin congelar, vivas para siempre. Me quedo con tres de ésas. Una, el consabido consejo –tenía diecisiete cuando escribió esto– al solitario paseante de la feria: “El dolor mata, amigo, la vida es dura,/ y ya que usted no tiene ni hogar ni esposa/ eche veinte centavos en la ranura/ si quiere ver la vida color de rosa”. Otra –y una de las más hermosas de la poesía argentina– es la de la bohemia en París a los 25, con la amiga en la buhardilla: “Tú crees todavía en la revolución/ y por el agujero que coses en tu media/ sale el sol y se llena todo el cuarto de sol”. Y la última, del ’41, en plena guerra y con los nazis todavía con la tortilla de su lado y sartén en mano, es esta determinación alevosa: “Subiré al cielo,/ le pondré un gatillo a la luna/ y desde arriba fusilaré al mundo,/ suavemente,/ para que esto cambie de una vez”.
Tuñón, que no pudo ver la Revolución pero creyó en ella, dejó muchos poemas hermosos y un libro extraordinario, La calle del agujero en la media. Nunca fue derrotado.

© JUAN SASTURAIN -Publicado en Pagina 12 al cumplirse los 30 años de la muerte de Tuñón

2 comentarios:

  1. Con Salas y Sasturian tenemos una hermosa presentación de este poeta " gradne como un siglo". Sus poemas inquietan y abrazan lo humano. Algunos los leo por primera vez y otros los releo. Poeta impulsado por las luchjas de liobertad y la poesía. Tuvo amistad con Lorca, MACHADO , Hernández . . .
    Un rutilante regalo su lectura para este domingo en Pehuajó.
    MARITA RAGOZZA

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  2. DEsde un grupo de producción,Taller de Poesía hemos editado dos libros de Tuñón, quí te envío la información.
    Felicitaciones por tu blog.
    Pilar Iglesias Nicolás

    http://aupaeditalibrosymusica.blogspot.com/2009/09/la-muerte-en-madrid-1939-de-raul.html

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